martes, 2 de julio de 2013

Las profecías de San Malaquías: un análisis histórico-político

REFLEXIONES SOBRE LAS PROFECIAS DE SAN MALAQUÍAS



San Malaquías (1.094 – 1.148) fue arzobispo de Armagh y primado de Irlanda. Esta isla fue uno de los primeros territorios bárbaros cristianizados, en el siglo V. Esto fue posible por la habilidad de San Patricio de no chocar directamente con las tradiciones druídicas célticas, entre ellas las profecías de los vates. Así se llegó a un sincretismo por el que se aceptaban ritos paganos, como las orgías funerarias. Éstas eran similares a las etruscas, de las que se derivan las romanas y las luchas de gladiadores, una vez perdido su carácter litúrgico, propiciatorio y funerario. San Malaquías impuso disciplina en el clero irlandés, extirpando las tradiciones paganas, por ejemplo los vaticinios, exigiendo conocimientos teológicos y mayor moralidad. A cambio, permitió con bastante condescendencia, la incorporación de vates al sacerdocio, con la esperanza de conseguir, posteriormente, su plena integración al cristianismo. Fue admirador de la orden del Císter, promoviendo el ascetismo, del que dio ejemplo. Renunció al primado y al arzobispado, por motivos de humildad, muriendo en un monasterio. Se le atribuyen algunos vaticinios, como el de la fecha de su muerte (el día de los difuntos, predicho meses antes), el dominio de Irlanda por los ingleses (que fechó en 700 años, errando en 54), la permanencia de aquellos en la fidelidad a la Iglesia, y los duros castigos que infligirían a los ingleses tras la liberación (así como el papel de Irlanda en el retorno inglés a la fe verdadera) y algunos milagros, recogidos en la biografía que le hizo su amigo, San Bernardo de Claraval, fundador del Císter e impulsor del Temple.
Las conocidas profecías sobre los Papas fueron publicadas por primera vez en 1595 por el benedictino Arnoldo de Wion, aunque hay indicios de que desde 1590 circuló oralmente, cosa difícil, pues ya veremos que es bastante larga. La obra está en latín, precedida de una brevísima nota biográfica del santo, en la que se explica que la profecía se refiere a los Papas, escrita, al parecer, por el propio Arnoldo. La profecía en sí se compone de 111 frases de dos o tres palabras, similares a los lemas o consignas usadas por cardenales y Papas, como el Totus Tuus del Papa Wojtyɫa. Los 77 primeros aparecen encolumnados a la izquierda, enfrentados a nombres de Papas y antipapas, de pontificados correlativos (intercalados por los antipapas correspondientes), que figuran en una columna situada a su derecha. Los 74 primeros llevan, a continuación del nombre y ordinal del Papa, comentarios del dominico español Alfonso Chatón, interpretando el significado de la profecía en relación a los Papas ya difuntos. Este lugar aparece en blanco para los Papas 75 al 77, futuros para aquella en que se cree circuló oralmente. Los 34 restantes se relacionan en tres columnas: la primera, a la izquierda, con 15 lemas, la segunda, central, con 14, y la última, a la derecha, con sólo 6 lemas, rematando con un párrafo también encolumnado en el que se habla de la última o extrema persecución de la Iglesia Santa Romana (“S. R. E.”), bajo la sede de Pedro romano (o piedra romana), la destrucción de la ciudad de las siete colinas y el juicio del tremendo juez, que casi todos interpretan como el fin del mundo bajo el pontificado de Pedro II. El nombre de los Papas no pertenece a la profecía, por lo que nada asegura que ésta se refiriese a ellos. Tampoco se sabe si esta frase final corresponde a la misma o se añadió después.

A continuación se reproducen los lemas, con la traducción e interpretación que creo más atinada. Antes, no obstante, es necesario aclarar cómo configuraron históricamente el papado los antecesores de Celestino II. Los obispos de Roma, al considerarse sucesores del Apóstol San Pedro, tuvieron desde el principio una posición preeminente en la I­glesia cristiana. Obispo deriva del griego epi-skopos, “el que ve de cerca”, supervisor, inspector, jefe o embajador, y en este sentido fue utilizada para quienes servirían de contacto con las nuevas co­munidades cristianas y para procurar la tolerancia ante las autorida­des imperiales. Cuando el obispo de Córdoba Osio (santo para la Iglesia ortodoxa) negocia con Constantino I la permisividad del cristianismo y la financiación de la naciente Iglesia (pro-pietas, o sub­vención para el culto y la caridad, de donde deriva el término propiedad), a cambio de la participación de la Legión Tebana (cristianizada, la de San Mauricio) a su favor, en la batalla de Puente Milvio frente a su rival Majencio, el obispo de Roma y toda la Iglesia se someten al Emperador. No es extraño que Constantino I el Grande sea santo para los cristianos y dios para los paganos al mismo tiempo. Son los empe­radores quienes convocan los Concilios (en los que se tratan asuntos teológicos, fundamentalmente la represión por los emperadores de los herejes o desviados, y políticos, habitualmente conseguir el apoyo popular para las iniciativas imperiales, como el aumento de impuestos) lo que aumenta el predominio del Sumo Pontífice cristiano sobre los demás obispos, ya que a este correspondía el permanente con el Emperador y con su "concillium" (consejo privado, que sustituyó en la práctica al Senado, formado por los "comes" o jefes militares o encargados de misiones especiales). En el I Concilio de Constanti­nopla, convocado por el español Teodosio I ("adorador de Dios”) en el 381, se condena el arrianismo y se consolida la hegemonía del obispo de Roma, que se considera la primera jerarquía, seguido del Patriar­ca de Constantinopla, el de Alejandría y el obispo de Antioquía (Si­ria). Estos últimos, tratando de mantener su independencia frente al creciente poder del Patriarca de Constantinopla (donde se había establecido la corte imperial de oriente para dirigir mejor la lucha contra ostrogodos y partos), apoyan al pontífice romano, incrementan­do su influencia. Cuando éste se enfrenta a los últimos emperadores y finalmente el Imperio se diluye en occidente, su supremacía resulta incuestionable. Sin embargo el feudalismo llega también a la Iglesia, y los obispos se consideran con poder autónomo, igual que los “comes” o condes bárbaros, rindiendo pleitesía a éstos en sustitución del de­saparecido cargo imperial. La llegada del Islam a Siria y Egipto (don­de se desarrolla la secta copta de forma independiente) priva al obis­po de Roma de sus apoyos. Esto, unido a la mayor preparación cultural y teológica y su mayor moralidad y castidad (a pesar o quizás a causa de permitirse su matrimonio y divorcio) de los prelados bizantinos, hace desnivelar su influencia a favor de Constantinopla, donde se celebran los Concilios Ecuménicos V y VI, seguidos del II de Nicea, convocados todos por el Emperador de Bizancio. El resurgimiento del Imperio de Occidente con Carlomagno provocará la divergencia con los ortodoxos (año 857), así como el restablecimiento del poder del Papa frente a los independentistas obispos. En esta situación la elección del Papa, efectuada en asamblea pública por todos los ciudadanos romanos (con un procedimiento semejante al romano de elección de ediles en las “basílicas” o palacios de justicia) se prestaba a las presiones de los emperadores bi­zantinos, reyes francos, emperadores alemanes y distintas familias patricias romanas, que presentaban sus candidatos y compraban los votos de los ciudadanos (edad de hierro del papado) o amenazaban con represa­lias si se elegía a otro. Para evitar estas artimañas, decidió que la designación de candidatos se efectuara secretamente (cónclave) por el Sacro Colegio Cardenalicio (unos cuantos cardenales y teólogos de Roma y otras ciudades cercanas). Los ciudadanos solo podían confirmar o rechazar, mediante aclamación. Finalmente la aclamación de este único candidato se hizo protocolaria, perdiendo el pueblo romano su derecho tanto a la elección como al rechazo del Papa.


COMENTARIOS A LAS PROFECIAS


1.       Ex castro Tiberis (‘Desde un castillo del Tíber’). Tras un periodo en el que se suceden los antipapas, dividiendo en bandos enfrentados a las familias romanas, Celestino II (1143 – 1144) es el primer Papa elegido por el sistema "no democrático" del cónclave secreto. Nació en Cittá di Castello (‘Ciudad del Castillo’, en italiano), situada sobre el Tíber. En 1124 ya hubo otro Celestino II, antipapa.
2.       Inimicus expulsus (‘Enemigo expulsado’ o arrojado). Lucio II (1144 – 1145) pertenecía a la familia Caccianemmici (en italiano, ‘cazaenemigos’). Tuvo que hacer frente a la rebelión del hermano del antipapa Anacleto II (1130-1138), jefe de la república romana, sin ayuda de ningún rey cristiano, muriendo de una pedrada arrojada por sus enemigos, que asaltaban el Capitolio.
3.       Ex magnitudine montis (‘Desde la Grandeza de la montaña’). Eugenio III (1145 – 1153) nació en Montemagno (‘Monte grande’ en italiano), Pisa. Durante su pontificado murió San Malaquías.
4.       Abbas suburranus (‘Abad suburrano’). Anastasio IV (1153-1154), primer Papa elegido después de la muerte de San Malaquías, pertenecía a la familia Suburri, y fue abad de la orden benedictina.
5.       De rure albo (‘El campo blanco’). Adriano IV (1154-1159), el único Papa procedente de Inglaterra (la antigua Albión) que ha existido, nació en una familia campesina, y vivió en el campo y del campo, hasta que se hizo monje. Fue obispo de San Albano.
6.       Ex tetro carcere (‘Desde –o cesado o expulsado a- una cárcel tétrica’). Al iniciarse el enfrentamiento entre Federico I Barbarroja y Adriano IV, el Emperador utiliza sus cardenales fieles para destituirle y nombrar a Víctor IV (1159-1164). El antipapa fue depuesto y encarcelado, enloqueciendo en prisión. Obsérvese que en la profecía los antipapas preceden siempre a los Papas de su misma época, quizás para indicar el triunfo de la Iglesia. Ya veremos que esto conlleva dificultades y, a veces, un posicionamiento ideológico para decidir quién era el Papa auténtico y quién no.
7.       Vía transtiberina (‘Camino que cruza el Tíber’). El lombardo Guido de Crema, cardenal en Santa Varia del Trastévere (“al otro lado del Tíber”) en italiano; se llama así un barrio de Roma), fue elegido Papa (antipapa) con el nombre de Pascual III (1164-1170) por los partidarios del Emperador. Alejandro III (1159-1181) reunió un ejército en sus feudos de Alemania y lo llevó a orillas del Tíber, pero el ejército imperial lo obligó a huir nuevamente hacia el norte del Tíber y refugiarse en Benevento.
8.       De Pannoia Tusclae (‘La Pannoia Toscana’). Jean Morson nació en Hungría (Pannoia) y eligió el nombre de Calixto III (1170-1177) al ser designado Papa. La única interpretación para “Tusclae”, muy forzada, es que con este antipapa termina la escisión de la Iglesia, con la victoria de Alejandro III, natural de Tuscia.
9.       Ex ansere custode (‘Desde el ánsar guardián’). En el escudo heráldico de Alejandro III figura una oca o ánsar. Cuando en el 390 A.C. los galos cisalpinos saquearon Roma, las ocas del Capitolio dieron la alarma, siendo consideradas desde entonces como símbolo de vigilancia. Igual que los galos el Emperador alemán atacaba desde el norte.
10.    Lux in ostio (‘Luz en la puerta’). El cardenal de Ostia, nacido en Lucca, fue elegido Papa con el nombre de Lucio III (1181-1185), con la hostilidad del pueblo romano, por lo que decidió no traspasar las puertas de Roma, reinando en el exilio. Tanto Lucca como Lucio derivan del latín lux.
11.    Sus in cribo (‘Cerdo en el cedazo’). Extraño lema para Urbano III (1185-1187), perteneciente a la familia Crivelli (derivado del latín cribo) en cuyo escudo de armas figuraba un cedazo de oro. Eran oriundos de Milán, en cuyo escudo aparece un cerdo. En su lucha contra el Sacro Imperio Romano-Germánico no consiguió entrar en Roma (¿pasar la criba?). Algunos intérpretes entienden que lo de cerdo no puede referirse al Papa, sino a Federico I Barbarroja, que, a pesar de su enfrenta­miento al pontificado, acepta sus obligaciones como líder de la cristiandad, convoca la III Cruzada, contra Saladino -que ha conquistado Jerusalén- y, tras dura derrota, muere ahogado. ¿Por qué estos enfrentamientos entre Papa y Emperador? La divergencia principal, heredada de la situa­ción al final del Imperio romano era la de predominio de poderes ¿Debía obedecer el Papa al Emperador, que fue lo acordado entre Osio y Constantino I -aunque con el compromiso de negociar en los Concilios cuando aparecieran diferencias de criterio- o al revés? Esta divergencia alcan­za un punto álgido con la “lucha de las investiduras” para decidir quién debe nombrar los obispos y los condes (sobretodo en los feudos alemanes que aunaban ambos cargos) situación que no se resuelve definitivamente, pues ambos continúan nombrándolos, aunque se busca la nego­ciación para evitar discrepancias. Por otro lado el Sacro Imperio aspiraba a restaurar el Imperio romano, para lo que precisaban conquistar su capital. Los Papas habían advertido esta determinación, y veían con recelo las posesiones imperiales al norte y al sur de Italia, atenazando los reinos pontificios e impidiendo su expansión, por lo que se hizo po­lítica obsesiva separar la titularidad de ambas posesiones.
12.    Ensis Laurentis (‘Espada de Lorenzo’). El cardenal de San Lorenzo in Luccina, en cuyo escudo nobiliar aparecen dos espadas cruzadas, escoge el nombre de Gregorio VIII (1187) a su designación. Durante su breve pontificado publica una carta a todos los reyes y caballeros cristianos llamándoles a participar en la III Cruzada.
13.    De schola exiet (‘La escuela saldrá’). Clemente III (1187-1191) per­tenecía a la familia Scolare (Escolar en italiano) y había nacido en Roma, en la Piazza de la Scuola (Plaza de la Escuela). Este Papa canonizó a Malaquías.
14.    De rure bovensi (‘El campo de los bueyes’). Giacinto Bobo-Orsini (bobo significa buey en italiano, y es un insulto, que indica torpeza, lentitud, extrema mansedumbre) nació en el campo, y fue coronado como Ce­lestino III (1191-1198). Era un hombre tosco y rudo, cuyo pontificado fue mediocre. El catarismo (los albigenses) alcanza su máximo apogeo, extendiéndose sobre todo por zonas rurales del sur de Francia (aunque sus principales valedores serán los ciudadanos de Albi y sus dirigentes serán burgueses) y norte de Italia, convirtiendo a nobles y jerarquías eclesiásticas, quizá por el ejemplo de virtud y moralidad, tan escaso en la Iglesia de la época, de que daban muestras, o tal vez, por la co­modidad del arrepentimiento a la hora de la muerte, que aseguraba la salvación, lo que suponía una libertad y alegría vital contrarias al carácter represivo del judeo-cristianismo tradicional. Consideraban al matrimonio como un contrato de lujuria permanente, mientras que las re­laciones sexuales esporádicas la veían como actos de amor, que estaban prohibidos a los "perfectos", predicadores en una iglesia sin jerarquías. Con raíces históricas en los esenios y herejes albaneses, leían el Nuevo Testamento traducido a lengua vulgar, no cobraban impuestos eclesiásti­cos (los bíblicos diezmos, o sea el 10% de todos los ingresos, y primi­cias: la primera cosecha de cada año, la primera camada o cría, hornada, manufactura, etc., lo que, al duplicarse con los impuestos feudales era asfixiante) y no debían prestar obediencia ni a los pode­res papal e imperial ni a los reyes de Francia o Inglaterra (Aquitania­-Normandía), lo que era sumamente cómodo para las muchas zonas en conflicto de vasallaje de la época.
15.    Comes signatus (‘Enviado o Comisionado señalado’, también Conde, Jefe militar, asesor del Emperador). El Conde de Segni (en italiano, ‘signo’) accede al Papado como Inocencio III (1188-1216) y demostrará su brillantez en la diplomacia y en las batallas. En 1195, los castellanos habían sido derrotados en Alarcos. Convoca cruzada y se derrota a Al-Mohades en Las Navas de Tolosa, en 1212. Capetos (familia real francesa) y Plantagenets (familia real inglesa, oriundos de Anjou, Francia) luchaban por dominar el país franco. El Papa se alió con el rey francés consiguiendo la victoria de Bouvines (1214) que concluye la guerra reduciendo al mínimo las posiciones inglesas. Para recuperar tierras  a los mahometanos convoca la IV Cruzada, pero utiliza las tropas para tomar Constantinopla y exigir la obediencia papal a Bizancio. Aborda el problema cátaro comprendiendo que su principal causa era la vida escandalosa del clero, frente a la ejemplaridad de los “Perfectos”, y la connivencia de las jerarquías eclesiásticas (“creaturas ciegas, perros mudos” les increpaba), por lo que envía al español Santo Domingo de Guzmán (1203-1205), creando la orden de Predicadores o dominicos. Fracasada la confrontación teológico-ideológica concede inquisición a dicha orden, que practica la tortura para que reconozcan prácticas escandalosas. Como el uso sexual comunitario de las mujeres, principal acusación, lo que está demostrado que era falso. En 1208 es asesinado el legado papal y se convoca cruzada. En el saqueo de Beziers mueren 17.000 personas. Al preguntarle al legado papal cómo se reconocería quiénes eran herejes y a quiénes se debía respetar, éste responde: “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”. La victoria es casi definitiva –hasta la muerte del Papa- en Muret (1213) donde muere Pedro II de Aragón defendiendo a sus súbditos franceses y a sus primos, condes de Provenza, pues tanto el Papa como el rey de Francia, con la justificación de la herejía, lo que en realidad buscaban era acabar con el vasallaje y la alianza con Aragón, y la autonomía política del sur de Francia. Impone como Emperador de Alemania a Federico II, criado bajo su tutela desde niño, con la pretensión de manejarlo, pero se equivocó. Convoca Concilio, el cuarto que se celebraría en la basílica de San Juan de Letrán, próxima al Vaticano, en el que se condena (1215) la falta de disciplina y moral del clero -lo que se venia haciendo desde tiempos de Gregorio VII, siglo y medio antes, y en varios Concilios- la simonía (venta de milagros y reliquias) y el nicolaísmo, doctrina gnóstica iniciada por el diácono Nicolás de Antioquía, de los primeros nombrados por los Apóstoles, que se dijo heredero de las enseñanzas de San Juan, cuyo Apocalipsis interpretaba en términos mágicos y proféticos, practicando dichas artes ocultas y viviendo amancebados: “disciplina de amor”. También los templarios se consideraban discípulos de San Juan, practicaban la magia, que aprendieron en Palestina, y defendían el intercambio cultural con judíos, mahometanos y bizantinos, alegando que tenían una cultura más antigua que la cristiana y mucho que enseñarnos. Simonía y nicolaismo ya habían sido prohibidas en el II Concilio de Letrán, en vida de San Malaquías, en 1139, por el Papa Inocencio II, inmediato antecesor del que inicia esta relación. También se prohíbe en el IV Concilio de Letrán la creación de nuevas órdenes religiosas (la aprobación de la Compañía de Jesús y todas las órdenes posteriores contravendría a dicho Concilio) se condena a los cátaros –como ya estaban muertos el castigo fue profanar sus tumbas, extraer sus restos de los cementerios consagrados, deshonrarlos, arrojarlos a la hoguera y esparcir sus cenizas– y se impone la obligación de confesar –lo que confiere un inmenso poder a la Iglesia– y comulgar al menos una vez al año, sea cual sea su categoría social o su cargo político. Federico II encarceló a los prelados del Imperio que participaron en este concilio.
16.    Canonices latero (‘Canónigo cercano’). Cencio Savelli era canónigo de la Iglesia de San Juan de Letrán (cercana al Vaticano) cuando Clemente III le nombró Camarlengo; es decir, colaborador íntimo. Fue entronizado como Honorio III (1216-1227).
17.    Avis ostiensis (‘Ave portera’). En el escudo de Ugolino, Conde de Segni (hubo 7 pontífices de esta misma familia) figura un águila, y era o­bispo de Ostia –el puerto de Roma– cuando fue elegido Papa, bajo el nombre de Gregorio IX (1227-1241).
18.    Leo sabinus (‘León de la sabina’). Goffredo Castiglione tenía en su escudo heráldico un león de plata, y era obispo de la Sabina al ser co­ronado como Celestino IV (1241), muriendo 17 días después.
19.    Comes Laurentinus (‘Enviado’ o comisionado, Conde de Lorenzo). Sibi­naldo Fieschi era Conde y cardenal de San Lorenzo in Luccina al tiempo de su elección papal como Inocencio IV (1243-1254). Comprendiendo que el papado no podía derrotar ni dominar el Imperio Germánico, para romper la tenaza italiana nombra rey de Sicilia y Nápoles a Carlos de Anjou, hermano de San Luis, dándole derecho a la conquista. Esto se había hecho frecuentemente sobre territorios "infieles", por ejemplo sobre Prusia y Polonia a la orden de los Teutones (caballeros de la calavera, insignia imitada por la S.S. hitleriana), o sobre Palestina a la orden de los templarios, pero nunca se había hecho sobre territorios cristianizados.
20.    Signum ostiense (‘Señal en la puerta’). Otro Cande de Segni, Alejan­dro IV (1254-1261), era obispo de Ostia a su nombramiento.
21.    Jerusalem Campaniae (‘De la campaña en Jerusalem’). Urbano IV (1261- 1264), era oriundo de Troyez, en la Champagne, y Patriarca de Jerusalem a su entronización. Durante su reinado Jerusalem fue disputada por el rey de Francia, el sultán de Damasco y el de Egipto (el antiguo esclavo turco –al-mamluk o mameluco- Aybeg) que finalmente la conquistó comprando la inactividad de Luis IX el Santo, rey de Francia.
22.    Dracco depresus (‘Dragón prendido’). En el escudo de armas de Guy de Gros (Clemente IV, 1265-1268) figuraba un águila oprimiendo a un dragón. Antes de ser elegido fue jurisconsulto de Luis IX. Confirmó la investidura de Carlos de Anjou como rey de Nápoles y Sicilia, que aún no se había atrevido a conquistarla.
23.    Anguineus vir (‘Hombre serpiente’). Gregorio X (1271 –durante 3 años la Iglesia no tuvo Sumo Pontífice- 1276) tenía en su escudo heráldico una serpiente con un niño en la boca. Fontbrune (uno de los intérpretes de las profecías de Nostradamus) niega que tal adjetivo pueda ser atri­buido a un Papa y lo atribuye a Carlos de Anjou, hombre ambicioso que amenazó, torturó y asesinó a cuantos obstruyeron sus objetivos y fue despiadado con los impuestos. Por ejemplo, cuando murió Manfredo (en el campo de Benevento, cuyos restos fueron desenterrados y trasladados porque el arzobispo de Cosenza decidió que no debía permanecer en su pretendido reino, considerado feudo de la Santa Sede), hijo bastardo de Federico II –y padre de Constanza, esposa de Pedro III de Aragón– y heredero del reino de Sicilia, apresó a sus tres hijos y los hizo cegar. Conradino, nieto legitimo de Federico II, fue derrotado en 1268 y decapitado a sus 17 años. Pedro III prepara la invasión de la isla en 1276, en defensa de los sicilianos y los derechos de su esposa, utilizando como base de operaciones Túnez (los Papas habían prohibido la venta de armas a los musulmanes, negocio de venecianos y genoveses, y ésta debió ser la contrapartida del acuerdo) dándole carácter de cruzada. Pero hay que recordar que el Papa era aliado de este perverso hermano de San Luis.
24.    Cancionatur gallos (‘Predicador francés’). Inocencio V (1276) proce­día de Saboya, en aquel tiempo perteneciente al Imperio Germánico, pero posteriormente repartida entre Italia (Turín), Suiza (Ginebra) y Francia (cercanías de Lyon), y era fraile dominico, de la Orden de Predicadores.
25.    Bonus comes (‘Buen enviado’, comisionado, conde o compañero). El Con­de de Lavagna, de la familia a Fieschi –la misma de Inocencio IV– llevaba como nombre de pila Ottobono, derivado del latín bonos, fue coronado como Adriano V (1276) sin tener ningún cargo eclesiástico. Sólo vivió cinco semanas; murió sin llegar a ser ordenado siquiera obispo. Algunos lo interpretan como que sólo fue compañero, pues nunca fue ascendiendo en la jerarquía.
26.    Piscator tuscus (‘Pescador toscano’). Pedro (¿pescador?) Juliani o Hispano, portugués, era cardenal de Tusculum al acceder al papado como Juan XXI (1276-1277) y murió en Viterno, de la Toscana.
27.    Rosa composita (Rosa compuesta, arreglada). Nicolás III (1277-1290) era un hombre ceremonioso, dado al boato, los romanos le llamaban "il composto". En su escudo hay una rosa. Admiraba a la orden franciscana, cuyo fundador hizo un milagro con una rosa.
28.    Ex telonio liliacei Martini (‘Salido del tesoro de Martín de Lis’) es uno de los lemas proféticos más largos, de cuatro palabras. Simon de Brie, que accede al papado como Martín IV (1281-1285), había sido tesorero de la abadía de San Martín de Tours, ciudad realenga de Francia, cuyo emblema era la flor de lis. Carlos de Anjou (hermano del rey San Luis) se hizo tan odiado por los sicilianos que, al poco tiempo de su invasión, el pueblo se levantó contra las tropas francesas al toque de vísperas del 30 de marzo de 1282. Al año siguiente Pedro III de Aragón conquista la isla iniciando una larguísima hostilidad con Francia, que proseguirá en Nápoles, Milán, Franco-Condado, Borgoña, Cerdeña, Sardaña y Rosellón, Flandes, Imperio Alemán, Dinamarca, Polonia, hasta Suecia y las Antillas no finalizando hasta la entronización de los Borbones en España, en 1715.
29.    Ex rosa leonina (‘Desde la rosa leonina’). En el escudo heráldico de Honorio IV (1285-1287) dos leones sostenían una rosa.
30.    Picus inter escas (‘Pico entre alimentos’). No se ha encontrado una interpretación satisfactoria para el lema correspondiente a Nicolás IV (1288-1292). Es posible que se trate de un error de transcripción o de imprenta, después de tantas reimpresiones.
31.    Ex eremo celsus (‘Desde la ermita a lo excelso’). Celestino V (1294) fue eremita y santo. Fue pontificado en el momento culminante de las luchas internas en la Curia romana, entre los partidarios de los Colonna y los Orsini, dos familias patricias rivales. No consiguiendo dominar las intrigas cortesanas ni la influencia del cardenal Caetani, ni siquiera tras su traslado a Nápoles, abdicó a los cinco meses de pontificado. Coronado el cardenal Caetani (como Bonifacio VIII, 1235 – 1303) su primer acto papal fue encarcelar al Papa dimitido en el Castillo de Monte Fumone donde muere en 1296, quizás violentamente. Dante, en su Divina Comedia, lo sitúa en el infierno, considerando “vileza su gran renunciación”, pero Clemente V lo canonizó en 1313 (¿lo elevó a lo excelso?). Celestino es derivado del latín celsus.
32.    Ex undarum benedictione (‘Desde la bendición de las ondas’). Benedicto Caetani tenia en su escudo de armas ondas de plata y oro. El hecho de referirse tan halagadoramente a un Papa que encarceló –y, tal vez, ordenó el asesinato– de su predecesor, demuestra un posicionamiento ideológico pro-papista en el profeta, que se repite en otros lemas, y que puede servir para situarlo en una época y una cercanía a Roma diferentes a la óptica temporal y geográfica malaquiana.
33.    Concionatur patareus (‘Predicador de Pataro’). Nicolás Bocasini era dominico. Esta orden era fundamentalmente de predicadores. Su nombre de pila hace referencia a San Nicolás, santo del siglo V nacido en Pataro (Siria). Fue coronado como Benedicto XI (1303 – 1304).
34.    De fasciis aquitanicis (‘Las bandas de Aquitania’). Hay que hacer un esfuerzo para no politizar en exceso este lema. Fasces significa literalmente haz, y, en sentido figurado, unión sólida. Antes de que Mussolini fundara los Fasci italiani di combattimento se aplicaba el nombre de fascios a los grupos de delincuentes que exigían el voto de silencio y obediencia a sus integrantes típico de la mafia. Es decir, lo de "fasccis" no tenía en aquella época connotaciones políticas, aunque sí despectivas. Ya se ha dicho cómo el papado y el Imperio Romano-Germánico enfrentaban intereses contradictorios, pero las vinculaciones de ambos eran intrincadas. El Emperador alemán, por imitación a los emperadores romanos, podía asistir personalmente o enviar delegados a las elecciones canónicas, incluida la papal. Pero, a su vez, los príncipes-cardenales eran electores para la designación del Emperador, lo que se com­plicaba al poseer la Iglesia casi el 20% de los territorios imperiales como feudos. Implicaba un curioso problema jurídico sobre quién debía rendir vasallaje. Esta situación llega a su máximo en tiempos de Inocencio III, quién, aprovechando la minoría de edad de Federico II, reivindica el poder político, organizándose la Curia como gobierno im­perial. Naturalmente, en cuanto Federico II alcanza el uso de razón, la nobleza alemana lo convence de que debe enfrentarse al Papa y reconquistar su soberanía. El papado busca entonces apoyo en el rey francés, aprovechando la personalidad débil y pro-eclesiástica de San Luis, así como su larga ausencia, en las cruzadas de oriente medio, apoyando a Carlos de Anjou como contrapartida en el sur de Italia. Así, insensiblemente, el enfrentamiento con el Imperio atrapa al papado en las redes francesas: en 1245 y 1274 será Lyon y no Roma el escenario conciliar. Todo esto tendrá sus consecuencias en la génesis del luteranismo. Pues bien, Bertrán de Got era arzobispo de Burdeos, dependiente del ducado de Aquitania, cuando Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, presiona para su designación papal, como Clemente V (1305-1314). En su escudo figuran tres bandas de gules. En 1309 el Papa traslada la corte a Avignon. En 1311, conjunta­mente Papa y rey de Francia, convocan el Concilio de Viennes, del que Felipe IV buscaba objetivos bien definidos: se reitera la excomunión de Federico II, ya acordada en otros concilios, por haber recuperado la soberanía del Imperio a costa del poder papal, se descalifica a Bonifa­cio VIII (el que encarceló a su antecesor) por haberse enfrentado al rey francés y se suprime la Orden del Temple de Jerusalén, repartiéndose sus inmensas riquezas la corona francesa y las órdenes militares, vigentes o futuras. Queda claro que el profeta, sea quién fuere, no simpatizaba con este periodo pro-francés.
35.    De sutore osseo (‘El cosedor –o zapatero– de Ossa’). Jacques D'Euse o de Ossa era hijo de un zapatero, y asciende al papado como Juan XXII (1316- 1334). También se denota en este lema un tufillo despectivo. Condenó al averroista Marsilio de Padua, que mantenía que el Cristo había institui­do el orden sacerdotal, pero no papas ni obispos, y que la Iglesia debía ser dirigida por el Concilio, representación de la comunidad de fieles.
36.    Corvus schismaticus (‘Cuervo cismático’). El antipapa Nicolás V (1132 – 1330) nació en Corvaro, patronímico derivado de corvus. La actuación de este personaje fue curiosa: el archiduque Luis IV de Baviera deseaba se le designase Emperador, para lo que utiliza su influencia cardenalicia para que elijan a este antipapa, el cual, en compensación, influye en determinado número de príncipes-electores para conseguir la coronación imperial, pero entonces se somete al Papa legítimo para conseguir su perdón.
37.    Frigidus abbas (‘Abad frío’). Benedicto XII (1334-1342) había sido abad del monasterio cisterciense de Fontfride (Fuentefría) en Narbona. Según sus biógrafos era hombre metódico, frío y austero.
38.    De rosa atrebatensi (‘La rosa de Arrás’). Clemente VI (1342-1352) fue obispo de Arrás, y en su escudo figuran 6 rosas.
39.    De montibus Parmachii (‘Los montes de Pammaquia’). Etienne d’Ubert tenía en su escudo de armas dos montes de sinople, ya que su familia era oriunda de Moret. Fue obispo de Clemoont y cardenal de la basílica de San Pedro y San Pablo, situada en una de las siete colinas de Roma, el Monte Celio, antiguamente llamado Pammachii. Pontificó como Inocencio VI (1352-1362).
40.    Gallus vicecomes (‘Vizconde francés’). Urbano V (1362-1370) era fran­cés, pero ni conde ni vizconde: había sido nuncio apostólico en Milán cuando esta ciudad estaba dominada por los Visconti (vizconde en italia­no).
41.    Novus de virgine forti (‘Nuevo –o estrenado, renovado– por la virgen fuerte’). Ante la insistencia de Catalina de Siena (virgen y santa), Gregorio XI (1370-1378) retorna la Santa Sede a Roma.
42.    De Cruce Apostolica (‘La Cruz del Apóstol’). Extraño lema para un antipapa. Al resistirse la mayoría de los cardenales a votar por el candidato del rey francés y devolver la Sede a Avignon, los francófilos designan al cismático Clemente VII (1378-1394), que accede a los deseos de su patrocinador. Había sido Cardenal de los Doce Apóstoles y nació en Ginebra, propiedad de su familia, los Condes de Saboya, en cuyos escudos (de Ginebra, de Saboya y, posteriormente, de Suiza y de la Italia monárquica) aparece una cruz. Pero la cruz era un instrumento de tortura, por lo que también puede significar castigo, penitencia, pesadumbre, lo que podría dar un sentido de "cruz de San Pedro", es decir, del verdadero Papa.
43.    Luna Cosmedina (‘Luna de Cosmedín’). El aragonés Pedro de Luna tenía en su escudo una media luna volcada, que indicaba que sus antecesores habían participado en la conquista de Valencia con Jaime I. Era cardenal de Santa María en Cosmedín y legado pontificio, que, con gran habilidad diplomática y apoyado por el predicador valenciano San Vicente Ferrer, consiguieron gran número de adeptos al cisma, entre ellos los reyes de Francia, Castilla, Aragón y Navarra, por lo que, con toda lógica, fue designado sucesor del antipapa, con el nombre de Benedicto XIII (1394- 1424). Después de muchos años de guerra Jaime II de Aragón, por el Tratado de Anagni, cedía el reino de Sicilia al Papa, que lo entregó a Carlos II de Anjou, a cambio de la investidura junto Córcega y Cerdeña (que debían ser conquistadas para hacer efectiva la “donación” papal sobre territorios independientes, soberanos y pacíficos). Sin embargo, los sicilianos, que ya habían conocido la tiranía francesa, no se resignan y nombran rey a Federico, por lo que su hermano, obligado por el Tratado (y por no perder su investidura) lucha contra él, invadiendo la isla en dos ocasiones, hasta que el impago de la financiación prometida por Bonifacio VIII y Carlos II de Anjou justificó su desistimiento, y ambos hermanos colaboraron en la conquista de Cerdeña. No obstante, los diversos tratados (que habían anulado las excomuniones por los incumplimientos de los deseos papales de que Sicilia fuera francesa) prohibían la unión de Aragón y Sicilia bajo un mismo cetro. Pedro IV de Aragón propone el matrimonio de la reina María, de 20 años, con su nieto Martín el Joven (de 4 años, hijo de María de Luna, pariente de Pedro de Luna), pero ella se niega. Entonces el almogávar vizconde de Rocabertí, de regreso de uno de los vandálicos saqueos de Atenas, raptó a la reina, que estuvo prisionera durante 9 años hasta que accedió a la boda. Benedicto XIII apoyó este matrimonio y las pretensiones aragonesas en Nápoles por lo que Avignon fue invadida por el rey francés, debiendo ser liberado por tropas aragonesas. La muerte se cierne sobre la dinastía aragonesa, quedando sin descendencia, por lo que las Cortes de Aragón, Cataluña y Valencia reúnen compromisarios en Caspe para sopesar el heredero con más derecho. Entre otros candidatos concurren Fernando de Antequera, Luis de Anjou y Don Fadrique, Conde de Luna y pariente del Papa Luna, hijo bastardo de Martín el Joven. Benedicto XIII era consciente de que precisaba el apoyo de una gran nación, con ejércitos victoriosos, por lo que apuesta por la unión de Castilla y Aragón, impide los matrimonios de su pariente con las hijas de Fernando de Antequera y Luis de Anjou, haciéndolo prender finalmente, mientras que su enviado, San Vicente Ferrer, consigue el nombramiento del aspirante castellano. El rey francés cambia de obediencia papal y entonces convoca un Concilio en Perpignan en el que el Papa Luna excomulga al Papa romano y a los cardenales que entonces participaban en el Concilio de Pisa, incluidos los que obedecían al rey francés, y se autoproclama el único Papa legítimo.
44.    Schisma barcinonum (‘Cisma en Barcelona’). Este lema se interpreta que se refiere a un antipapa que no figura en la mayoría de las relaciones y estudios sobre pontífices, por ser nombrado heredero por el Papa Lu­na cuando el cisma se había resuelto. Sólo fue confirmado por tres car­denales que seguían fieles a Benedicto XIII, y ningún rey le rindió va­sallaje, ni siquiera el de Aragón. Gil Muñoz era canónigo de Barcelona. Desarrolló su extraño pontificado sin salir de Peñíscola, gracias a la tolerancia de la corte aragonesa, que no descartaba la posibilidad de acudir al antipapa Clemente VIII (1424-1454) si aparecían problemas de reconocimiento a la recién entronizada dinastía de Antequera-Trasta­mara.
45.    De inferno praegnati (‘El infierno preñado’). En esta época se pensa­ba que, al igual que el Papa era el representante directo del Cristo, el antipapa lo era del anticristo. Este criterio, influenciado por los movimientos radicales de valdenses, cátaros, franciscanos radicales, poverelli, fraticelli, beguinos y similares, que consideraban innecesario la existencia, el poder o la ostentación, según los casos, del Papa, llevaría a los luteranos, tras su definitiva ruptura (cuando se hacen “pro­testantes”), a considerar personificación del demonio a todos los pontí­fices. Este sentido no cuadra con la designación que San Malaquías debería hacer de Urbano VI. Sin embargo, este Papa se llamaba “en el siglo” –o sea, como secular– Bartolome Prignani, y nació en una villa cercana a Nápoles, llamada L'Inferno. También se puede pensar que su nombramiento provocó un “parto demoniaco” que el Anticristo tenía pre­parado, y que llegó a ser múltiple, pues llegaron a sucederse 6 antipa­pas (incluyendo al barcelonés Clemente VIII, a Alejandro V, Juan XXIII y a Félix V), coincidiendo en dos ocasiones dos de ellos junto con el legítimo. Depende, obviamente, de que se considere al Concilio (pos­tura conciliar o democrática) o al Papa (postura papista o absolutista), el máximo órgano de la Iglesia, para que el “legítimo” sea uno u otro: no es tan fácil etiquetar quién era el discípulo del Anticristo. Toda una au­téntica gestación (¿infernal?) para la reforma luterana, tras el evidente fracaso de la que venían intentando fomentar Papas y Concilios desde al año 1.000, potenciada por el neomesianismo de fin de milenio.
46.    Cubus de mixtione (‘Bloque de piedra –o sillar– no ensamblado’). Otro lema extraño para un Papa legítimo, Bonifacio IX (1389 – 1404), sobre todo si se interpreta cubus (‘piedra’, al igual que petrus) como Pedro. En el escudo de armas de este pontífice aparecen tres filas de cuadrados. Se hizo construir un gran balcón de un enorme bloque de piedra sobre el pórtico de la Basílica de San Juan de Tietrán, para bendecir a los fieles. Poco después un terremoto lo de­rribó. Notamos que el o los profetas tampoco sentían simpatías por los Papas romanos de esta época cismática.
47.    De neliore sidere (‘El mejor planeta –o acero–’). La divisa heráldica de Cosme Migliorati (¿‘cometa mejorable’?) lucía un cometa. Reinó como Inocencio VII entre 1404 y 1406.
48.    Nauta de Ponte Nigro (‘El Negroponte en travesía marítima’). Esta compleja y extractada construcción de la frase es más propia del lenguaje eclesiástico de los siglos XVI y XVII que de la sintaxis latina y sencillo estilo altomedieval, pero como se verá más adelante, no es único indicio que apunta a una autoría muy posterior a estos eventos. Gregorio XII (1406 – 1417) fue Papa romano mientras Benedicto XIII de Aviñón reinaba en Aragón. Gregorio XII era veneciano y en su familia había habido varios marinos. Fue obispo de Chalcis, en la isla de Eubea, también llamada Negroponte. En 1379 habían tenido que emigrar a esta isla los habitantes de Atenas y Tebas, tras los crudelísimos saqueos de los almagávares navarros, a sueldo de los señores de Corinto –los banqueros florentinos Acciajouli– y la Orden del Hospital, pero que se hi­cieron prácticamente independientes al enfeudarse jurídicamente al Conde de Barcelona y Rey de Aragón, acabando con el poder francés en la zona y potenciando el de vieneses, venecianos e, indirectamente, turcos. “Puente Negro”, además, puede tener otro sentido. Para los romanos, pontífices eran los sumos sacerdotes encargados de levar por la noche y durante los ataques o insurrecciones, el puente sobre el Tíber que comunicaba los barrios patricios y plebeyos. En sentido figurado los pontífices “tendían el puente hacia los dioses”, algo así como si fuesen los intermediarios, los que llevaban mensajes de uno a otro lado. En 1400, deseosos de que los Papas rivales quisieran colaborar en la superación del cisma, varios cardenales de ambas obediencias convocaron el Concilio de Pisa. Es el único caso de "autoconvocatoria" de Concilio por parte de algunos de sus miembros, cuando lo normal era su convocatoria por el Emperador, salvo los dos últimos Concilios, que fueron convocados por el Papa. Los convocantes consiguieron que el Patriarca de Alejandría lo presidiera (recordemos que desde el I Concilio de Constantinopla, II Ecuménico, dicho Patriarca era la 3ª dignidad cristiana, tras del Obispo de Roma y el Patriarca de Constantinopla). Hubo una gran concurrencia, aunque un tercio eran franceses, y los cardenales españoles –partidarios del Papa Luna– se negaron a asistir, participando en el "anticoncilio" de Perpignan. Se partió del criterio de que un Papa podía deponerse si era perjudicial para la Iglesia, buscando el bien de la misma, que estaba por encima del Papa. ¿Cómo se conjuga esto con la designación por inspiración divina y la infalibilidad del Papa? Los “conciliaristas”, los que mantenían que el Concilio era el órgano supremo de la Iglesia, eran mentes muy progresistas para su época, defensores a ultranza de la libertad del hombre, y sostenían que el Papa, como tal, podía desoír los mandatos y desviarse del plan divino. Otro sector, bastante más retrógrado –y que se iría imponiendo poco a poco– simplemente pensaba que Satán interfería, o incluso sustituía, la intervención divina en algunos casos, lo que suponía otorgar a los poderes demoníacos tanta o más fuerza que a los divinos. Era el avance del oscurantismo –entre los papistas y los “antipapistas”–, que curiosamente, fue coetáneo al renacimiento. Por otra parte, la infalibilidad del Papa no fue decidida hasta el Concilio Vaticano I, en 1869, cuando los Garibaldinos victoriosos se acercaban a Roma para reunificar Italia. Finalmente, el Concilio de Pisa decidió considerar a ambos pontífices “cismáticos, herejes y perjuros obstinados”, deponiéndolos y nombrando un tercero.
49.    Flagellum solis (‘Castigo del sol –o del suelo–’). Si consideramos válido el Concilio de Pisa, Alejandro V (1409-1410) sería el Papa legítimo. Para los historiadores que suponen que la autoconvocatoria no es válida, o que un Papa no puede deponerse, se trataría de una Antipapa. La profecía parece inclinarse por esta última interpretación, al hacer referencia al látigo o castigo. En su escudo de armas aparece un sol y durante su reinado Italia quedó asolada por el flagelo del hambre y la peste.
50.    Cervus sirenae (‘Ciervo de la sirena’). Tampoco es un lema muy lisonjero para Juan XXIII (1410-1415), elegido por los cardenales pisanos a la muerte de Alejandro V. Nació en Nápoles, en cuyo escudo hay una sirena, y fue Cardenal de San Eustaquio, cuyo emblema religioso es un ciervo. Sorprende que los lemas no hagan la menor referencia a los Concilios; ni siquiera a los de mayor trascendencia. Juan XXIII había conseguido entrar en Roma, pero Ladislao de Nápoles, partidario de Gregorio XII, la ocupa, haciéndole huir. El Emperador Segismundo, que había sido coronado por Juan XXIII, convoca en 1414 el Concilio de Constanza (la elección de esta ciudad demuestra su intención de dominar la asamblea, como había hecho Felipe IV el Hermoso, participando y presionando en los debates del Concilio de Vienne) para defender al Papa pisano. Fue uno de los Concilios más concurridos, cuya correcta convocatoria, por un Emperador, nadie puede poner en duda. Se concedió el derecho de voto a los doctores en teología o derecho canónigo, aunque no fueran eclesiásticos –lo que no volvió a ocurrir hasta el Concilio Vaticano II– y se demostró que las mentes más preclaras y futuristas de la época carecían de la habilidad política de los cardenales. Se establece que el Concilio prevalece sobre el Papa en cuestiones de “fe y reforma de la Iglesia, en su cabeza y en sus miembros” y que es un órgano regular del gobierno de la Iglesia que se convocaría periódicamente. Se aprueba un sistema financiero para la Curia –lo que limita su poder, al normalizarlo– y proponen a Juan XXIII, contra todo pronóstico, que abdique. Éste huye y el Sínodo lo depone por “indigno, inútil y dañino”. Gregorio XII abdica, rei­terándose la deposición del Papa aviñonés. Finalmente, se elige a Martín V.
51.    Corona veli aurei (‘Corona del velo áureo’). El Cardenal de San Jor­ge de Velabro (derivado de “velo áureo”) tenía en su escudo de armas una corona sobre una columna, y fue elevado al podio como Martín V (1417 -1431), superándose el más importante cisma de occidente. Con intención de unir a la cristiandad y consolidar el poder papal, convocó las tres primeras cruzadas contra Checoslovaquia-Bohemia, que acabaron en derro­tas. Este reino era feudo-papal en un 30%, mientras la crisis económica de fin del siglo XIV había llevado a la mendicidad al 40% de los morado­res de Praga, entre los que arraigó el valdismo, movimiento que propug­naba la pobreza evangélica y la predicación de los laicos que, siendo aceptados por el III Concilio de Letrán, fueron condenados posteriormen­te. En medio de la crisis económica y eclesiástica buscaron refugio en la Biblia, la lucha contra el Anticristo (cuyos representantes son los antipapas y ya hemos visto que era difícil saber con exactitud quienes fueron tales) y construyeron una iglesia para predicar la Biblia en checo, de la que fue capellán Juan Hus. Éste publicó una Biblia traducida y mantenía que el Papa era innecesario, ya que inicialmente no existía con tal designación y atribuciones, que se debía comul­gar bajo las dos especies (el Cuerpo sin la Sangre está muerto), criti­cando la simonía (venta de milagros, reliquias y profecías), venta de indulgencias, la riqueza e inmoralidad del clero, lo que tenía muchos puntos de coincidencia con el movimiento anglicanista surgido en Inglaterra. Ambos movimientos, a imitación del galicanismo francés, buscaban autonomía respecto al Papa y sus connotaciones nacionalistas eran notables. El Concilio reu­nido en Constanza, queriendo demostrar su defensa de la ortodoxia y del papado, que legitime los acuerdos obtenidos, lo llama a declarar, acu­diendo con pasaporte del Emperador Segismundo, lo que le otorga inmunidad diplomática, pero el Concilio, tratando de evitar una controversia que merme su autoridad, lo condena, sin darle derecho a defenderse por negar la transustanciación del pan y el vino eucarísticos (cosa que nunca había mantenido, sino lo contrario; habían confundido sus teorías con las de los radicales picarfos[n1] ) y lo queman vivo. Fue uno de los mayores errores de la Iglesia: los bohemios consideraron traidor al Emperador y se rebelaron. Fue el primer brote nacionalista y de insubordinación con­tra la autoridad imperial, que supondrían un grave precedente. El Empe­rador, demostrando la decadencia en que el Imperio se sumía, pidió ayu­da al Papa, convocándose entonces 6 cruzadas sucesivas.
52.    Lupa celestina (‘Loba celestina’). Tampoco es un lema halagador, aun­que Eugenio IV (1431-1447) tampoco se merece uno mejor. Fue monje de la orden celestina y Obispo de Siena, cuya ciudad tiene una loba en su es­cudo. Era un hombre bastante inepto, carente de cualquier capacidad de análisis y diplomacia, y facilmente influenciable. Posiblemente este fue el motivo de su elección: los cardenales conciliaristas pretenderían a­vanzar más en la colegialidad de las decisiones, las destituciones papales y la democratización del poder. Bajo estos planteamientos, recien nombrado, se convoca el Concilio de Basilea: la gran batalla por la re­forma de la Iglesia y el poder papal. Por desgracia, igual que era influenciable por unos también lo sería por otros: a los cinco meses de su apertura declara disuelto el Concilio. Esto significaba, de hecho, originar un nuevo cisma y retar a la disuelta asamblea a que lo excomulgara. Toda la cristiandad encolerizó, pero el Concilio, demostrando un gran control y responsabilidad, continuó sus sesiones normalmente, institucionalizando medidas administrativas y judiciales que lo convertían en la suprema instancia eclesiástica. Abandonado por todos el Papa termina claudicando en 1433, y reconoce que el Concilio nunca había dejado de estar legítimamente reunido. Sin embargo, su ascendencia ante éste es nula: se con­vierte en mero espectador de la disolución de la monarquía pontificia y su sustitución por el republicanismo parlamentario. Así se controla y limita las disponibilidades financieras (grave error del Concilio Vaticano II: al no controlar el funcionamiento de los distintos órganos, la designación de sus componentes, ni su financiación, todas las reformas introducidas quedaron a merced de la voluntad de los Papas sucesivos), se reduce el número de cardenales y se discute la disolución del Sacro Colegio Cardenalicio, aunque sólo llega a acordarse su remodelación. Cuando el papado se encuentra practicamente contra las cuerdas, llega el turco como tabla salvadora. Ante la amenaza de su inminente arribo al continente europeo, después de varias tentativas, y consolidado su poder político y militar (y exterminado el bizantino, gracias a la “ayuda” almogávar), Juan VIII Paleólogo solicita la alianza de la cristiandad, ofreciendo a cambio el fin del cisma de oriente y la obediencia de Bizancio al Papa, pero exige su independencia política, por lo que se niega a que las conversaciones se lleven a cabo en tierras del Sacro Imperio Romano-Germánico, proponiendo que se celebren en Italia. El Concilio no puede ceder potestades en estos momentos, por lo que reclama para sí las negociaciones con el Imperio de Oriente (desmembrado y reducido a su mínima expresión: Grecia), pero no está dispuesto a situarse a tiro del   ejército papal o del francés, por lo que se rechaza el traslado en votación celebrada en 1437. En un nuevo gesto de autoritarismo, el Papa ignora la votación y, mediante Bula, traslada el Concilio a Ferrara. Es el cisma. Se celebran dos concilios que se proclaman universales, católicos y legítimos. Casi todos los estados apoyan a Basilea, donde llegan a contarse 400 votos. En Ferrara, y después en Florencia, a donde se trasladan cuando se declara la peste en aquella ciudad, la asistencia es escasísima, y casi todos son italianos. Los griegos precisan urgente ayuda y el Papa aumentar su influencia, por lo que se superan todas las diferencias teológicas que se habían ido creando y se llega a la unidad por Decreto papal. Cuando los turcos toman Constantinopla en 1453 sin que se preste la ayuda prometida, la falsa unión se romperá. Mientras, en Basilea se presenta batalla frontal al Papa: se proclama como dogma de fe que el Concilio está por encima del Pontífice, deponen a éste y eligen a Félix V. Asustados por las consecuencias del nuevo cisma y no dispuestos a mantener la puja a tales niveles, los reinos católicos se replantean su apoyo al Concilio y se van pasando a las filas del nuevamente prestigiado Eugenio IV.  La asamblea se traslada a Lausana (nunca un Concilio fue más ajetreado ni itinerante) por motivos financieros. Abandonado por todos, Félix V abdica y el concilio se autodisuelve. El poder absoluto ha triunfado por incapacidad de sus oponentes para controlar sus fuerzas, conseguir apoyos, analizar la situación internacional y llegar a acuerdos internacionales. Consolidado el poder papal, no volverá a convocarse Concilio hasta el V de San Juan de Letrán, cuando se considere nuevamente amenazado. Sin embargo, el apoyo de los distintos reinos se demuestra oneroso: a cambio exigirán una política concordaticia que supone un recorte de las atribuciones papales y eclesiásticas, no en beneficio de lo democratización de la Iglesia, sino del poder de las monarquías y la aceptación del galicanismo: la autonomía eclesiástica en Francia, su obediencia primero al rey y después al Papa, que servirá de ejemplo para los países nórdicos y de escándalo a los sudeños (parecido planteamiento en los debates constitucionales de la II República española provocará el anatema eclesial). La reforma se demuestra imposible bajo la obediencia al Papa: sólo la defección resulta viable. Habrá que esperar al Concilio Vaticano II para retomar estos planteamientos.
53.    Amator Crucis (‘Amador de la cruz’). Tradicionalmente considerado antipapa, Félix V (1479 – 1441) fue designado por un Concilio convocado normalmente. Es significativo el lema, que ignora la agria confrontación que supone su nombramiento. Este se llamaba en el siglo –como seglar– Amadeu de Saboya, y en su escudo ducal aparece la conocida cruz de Saboya.
54.    De modicitate luna (‘La modestia de la luna’). Durante el pontificado de Nicolás V (1447 – 1455) los turcos conquistan Constantinopla, pero no parece que ésta sea la modestia o pequeñez a la que se refiere el lema, por más que su estandarte sea el cuarto creciente. Más relacionado parece su nacimiento en una familia muy humilde, y que fuese obispo de la dióce­sis de Luna, en Etruria.
55.    Bos pacens (‘Buey que pasta’). Calixto III (1455 – 1458) es uno de los pocos Papas españoles. Nacido en Játiva, Alonso de Borja o Borda tenía en su escudo familiar un buey pastando.
56.    De cabra et albergo (‘La cabra y el albergue’). Pío II (1458 – 1464), de la familia Piecolomini, había sido secretario de los cardenales Capránico y Albergati.
57.    De cervo et leone (El ciervo y el león). Pablo II (1464 – 1471) fue obispo de Cerviae, de la misma raíz que ciervo, y cardenal de Venecia, cuyo lema es el león de San Marcos.
58.    Piscator minorita (‘Pescador minoritario’). Sixto IV (1471 – 1484) era hijo de un pescador y monje de la orden menor franciscana.
59.    Praecursor Siciliae (‘Precursor de Sicilia’). Juan Bautista Cibo elige el nombre de Inocencio VIII (1434 – 1492) a su coronación. Se interpreta que el Bautista fue el precursor del Cristo. En 1485 se produce en Ná­poles la Conjura de los Barones, reprimida con violencia, pero que re­verdece las ambiciones de los Anjou sobre este reino al ser derrotados en Sicilia. En 1494 se reinician las hostilidades, en las que intervendría Fernando, el rey Católico de Sicilia, Aragón, Castilla, Jaén y Sevilla y Duque de Atenas y Neo-patria. Acabaría conquistando Nápoles, con­trariando aún más a Francia, y amenazando el flanco sur de los reinos pontificios, lo que determinaría, en gran medida, la política exterior de alianzas con el Imperio Alemán y el Ducado de Austria contra Francia y el Papa, con todas sus futuras consecuencias.
60.    Bos albanus in Portu (‘Buey albano en el puerto’). Corresponde a otro miembro de la dinastía Borgia: Rodrigo de Borja. Tambien español y de Játiva, lleva el mismo buey en su escudo familiar que Calixto III, el 55º de estas profecías. Tambien puede aludir este lema a sus apetencias materiales y sensuales. Coronado como Alejandro VI (1492 – 1503), al saltarse el ordinal V demuestra que considera al designado por el Concilio de Pi­sa como Alejandro V Papa legítimo. Había sido cardenal en San Albano y en Porto. Fernando el Católico, aprovechando su buena amistad con este Pa­pa, le pidió publicase una Bula que separase los dominios ultramarinos de Castilla (ruta de occidente) y Portugal (ruta de oriente, bordeando Africa), lo que hizo fijando la linea de demarcación 100 leguas al oes­te de las Azores, en pleno Océano. No conforme los portugueses con la Bula, Castilla, para evitar la guerra en el mar, le cedió mayor demarcación hacia el oeste, pensando que sólo se cedía agua, pero la nueva línea caía en el extremo de Brasil. Alejandro VI se sabía atacado por los romanos, y contra él predicó el exaltado Savonarola, por lo que fue condenado a la hoguera. Buscando apoyos repartió cardenalatos entre los miembros de su familia, haciendo obispo a su hijo César a los 16 años. Poco después lo nombró cardenal. Necesitando los ejércitos mercena­rios, se alió con Ludovico el Moro y la familia Sforza, casando a su hi­ja Lucrecia (a quien los romanos acusaban de incesto con su padre, incluso después de casada) con Giovanni Sforza, que dijeron llegó a enve­nenar cuando intentó impedir sus relaciones con su padre. Cedió a su hi­jo César, que ambicionaba unificar Italia bajo su cetro, grandes exten­siones en la Marta Romana, pero Florencia, al verse amenazada, pidió ayuda a Francia, que invadió los reinos pontificios restantes. Entonces se alió con Venecia y Turquía, lo que produjo la insurrección de los roma­nos. En castigo abrió las puertas de la ciudad al saqueo de los france­ses. Para recuperar sus posesiones consiguió la ayuda de Milán, Venecia, Castilla-Aragón y el Imperio.
61.    De parvo homine (‘El hombre pequeño’). Francesco Todeschini Piccolomini (en italiano, ‘hombre pequeño’), sobrino de Pío II, accede al papado como Pío III (1503) sobreviviendo un mes a su elección. Enemigo declarado de los Borgia, en ese mes, y a pesar de lo que indica el lema, acabó con la influencia de la dinastía, haciendo encarcelar y deportar a España, por El Gran Capitán, a César Borja, que no pudo ser elegido Papa por hallarse enfermo durante el cónclave, fallando sus contactos.
62.    Fructus Iovis juvabit (‘Gustará el fruto de Júpiter’). El lema correspondiente a Julio II (1503 – 1516) puede estar relacionado con el inicio de las obras de la Basílica de San Pedro, el impulso al renacimiento (con toda su recuperación de la mitología pagana, aunque sólo fuera artística) y la presencia de un roble, árbol consagrado a Júpiter, en el escudo de la familia della Róvere, a la que pertenecía el Papa. Júpiter era el dios supremo de los romanos, protector del Estado, de las finanzas y de la Guerra. El sumo pontífice de Júpiter –cargo que ocupó Julio César a los 18 años, utilizándolo como plataforma de poder, por lo que se haría tradición entre los Emperadores hasta que se hiciera común nombrarles dioses– custodiaba el erario público (con los impuestos recaudados), dispensaba los pagos, bendecía al ejército y –junto con el Augusto o máximo– inauguraba las campañas militares profetizando su victoria. Julio II aprobó el presupuesto para la construcción de la Basílica de San Pedro, venció a los franceses, venecianos y partidarios de César Borgia, recuperando los terrenos papales perdidos o cedidos en el norte y centro de Italia. Hay un juego de palabras en este lema, porque juvabit es derivado de Iovis, como jovial, joven, jubileo y jubilación. Tras la derrota del rey de Francia, éste convoca un concilio en Pisa con amenaza de cisma, pero el Papa reacciona con todo vigor, deponiendo a los cardenales que acuden a dicha asamblea y convocando el V Concilio de Letrán. En él se confirma su autoridad. Condena el cismático concilio pisano y se declara la personalidad e inmortalidad humanas, a diferencia de la de los animales y plantas (lo que contradice las enseñanzas de San Agustín, que pensaba que el alma era mortal, aunque resucitaría junto con el cuerpo).
63.    De creticula Politiana (‘La parrilla Politiana’). Juan de Médicis fue elegido Papa con el nombre de Leon X (1513 – 1521). Era hijo del famoso mecenas, banquero –financió la “campara electoral” de Carlos Habsburg para el cargo de Emperador– y hombre ambicioso, Lorenzo (del mismo nombre que el Santo cuyo símbolo es la parrilla) El magnífico, y estudió en Politien. En una pequeña, triste y desconocida Universidad de una pequeña, triste v desconocida ciudad alemana (Wittemberg), se habían formado dos bandos: los reformistas y los conservadores, que se autodenominaban tomistas. Era una típica controversia religiosa propia de las contradicciones de la época. En 1517 se habían agotado los fondos presupuestados para la megalómana Basílica de San Pedro. Entonces, el Papa publicó una Bula de Indulgencias con cuyas limosnas se costearían las obras. Martin Luther, catedrático de teología de Wittemberg y miembro del bando reformista, expone 95 tesis o argumentaciones en las que se niega al Papa jurisdicción sobre el Purgatorio (las indulgencias no podrían afectar al Infierno ya que éste supone castigo sin remisión: toda sentencia divina es inalterable); se comparan las indulgencias a la simonía (venta de milagros, curaciones, reliquias, amuletos, cargos eclesiásticos, etc.); se antepone la Misericordia a la Justicia divina; la conciencia cristiana al ritualismo formalista; y el “nacionalismo” alemán frente al poder de Roma. En 1520, sin un exacto conocimiento de la situación, el Papa excomulga a Luther. Ya no cabía marcha atrás, sino afrontar el reto: Luther niega la autoridad del Papa y de la jerarquía eclesiástica y defiende la libertad de pensamiento y el “libre examen”. Esta autoconfesión supone la libertad de conciencia y la pérdida de un gran poder de la Iglesia: si no se puede confesar, tampoco se puede “inquirir”. Mientras tanto Carlos I, en subasta con Francisco I, gracias a la corrupción de las Cortes de Castilla, la tradición absolutista, la tiranía fiscal y el oro de Indias, sobrepuja los votos de los príncipes-electores (incluidos los cardenales) y se proclama Emperador. El Kaeser (del latín Caesar, Kaiser en alemán moderno) Karl V, descendiente de segundones, considera la muerte de los herederos con mayor derecho y la acumula­ción en su persona de todas las coronas a las que podía optar como claras señales de predestinación divina para salvar la cristiandad. No obstante es consciente del polvorín alemán, de su fraccionamiento en múltiples principados casi independientes y de la expansión de un incipiente nacionalismo, por lo que se opone a que el Papa convoque un Concilio condenatorio sin más y prefiere una Dieta en la que se ceda por ambas partes. Reunida en Worms, con la presencia de Luther, éste defiende la libertad de pensamiento, el libre examen de conciencia y la autopenitencia sin confesión, todo lo cual resulta contradictorio con la política interna de las Españas, heredada de los Reyes Católi­cos, de perseguir a herejes, judíos y moriscos (andalusíes), y a las necesidades imperiales en la fraccionada Alemania (el recuerdo de la herejía-revolución en Bohemia estaba cercano), por lo que se re­afirma su condena, comprometiéndose el Emperador a empeñar todos sus reinos, posesiones y fortunas (se supone que también la de sus súbditos), así como su cuerpo, su sangre y su vida (más bien los de sus vasallos reclutados) para acabar con la herejía.
64.    Leo Florentius (‘León Florencio’). Adriano Florensz, hijo de Flo­rencio Florensz, natural de Utrech, tenía en su escudo heráldico un león de plata. Preceptor desde su infancia, y amigo del Emperador, mantuvo su nombre de pila. Posiblemente, Adriano VI (1522 – 1523) fue nombrado por influencia de Karl V, esperando si­tuar en el pontificado a un hombre inteligente y capaz, voluntarioso aunque un tanto tozudo y poco dado a las concesiones, incluso cuando reconocía su parte de razón (como ocurrió con las rebeliones de las Comunidades y las Germanías). Su temprana muerte frustraría estas in­tenciones. También es posible que Carlos I quisiera desembarazarse del Cardenal como Virrey de Castilla, consciente de la influencia que su nombramiento tuvo en dichos levantamientos. Fue el último Papa no italiano hasta Juan Pablo II.
65.    Flos pilae aegrae (‘flor de la esfera enfermiza’). Julio de Médicis, elegido Papa con el nombre de Clemente VII (1523-1534) tenía en su escudo de armas 6 círculos, 5 rayados y 1 con 3 flores. Si errónea fue la amenaza del Emperador contra los reformistas, mayor error fue hacerla vana. Comprendiendo que las dudas tendrían que acabar, Luther, desarrollando notable actividad, traduce desde el griego al alemán el Nuevo y el Antiguo Testamento, intercalando múltiples aclaraciones e interpretaciones, muchas de ellas semántico-filológicas (introduciendo el primer estudio científico de los textos bíblicos, pero arrastrando los errores de traducción al griego que posteriormente se descubrieron y continúan descubriéndose), en las que expone que ni el Papa, ni la jerarquía eclesiástica, ni la confesión habían sido instituidas por el Cristo, sino que eran obras diabólicas para crear poder y desviar a los creyentes de la virtud y la auténtica fe, sustituídas por el miedo, la superstición y las prácticas rituales. Como nunca se había escrito nada serio en alemán, sino en latín, y había cientos de dialectos góticos (uno por cada tribu bárbara), tuvo que introducir signos distintos (como la letra β, tomada del griego) y escribir una Gramática –en la que se toma mucho del latín, por ejem­plo las declinaciones–, que se vendía con las Sagradas Escrituras. Consciente de lo que estaba ocurriendo, de que no se trataba de un rumor que pudiese utilizar para influir en las decisiones papales (como le aconsejaba su embajador en Roma), el Emperador pidió un Concilio. Ahora fue el Papa quien se negó, tratando de evitar lo que se presentaba como liderazgo de la cristiandad: hay que tener presente que la unión de coronas en el César Carlos volvía a cerrar la tenaza sobre los reinos pontificios. Luther comprendió que sin la ayuda de los príncipes no podría hacer frente a cruzadas como las que se movilizaron contra Bohemia. Igual que la condena como hereje conllevaba la confiscación de bienes y la hoguera, Luther proclamó que el pontífice debía ser desposeído de sus feudos imperiales (casi un 20% del territorio), lo que significó un cambio total de estrategia. El Emperador veía cómo el polvorín se aprestaba a estallar, cómo la Sublime Puerta invadía los territorios rumanos y húngaros, reinos no imperiales de los Habsburg, llegando a sitiar Viena en 1532, por lo que estaba dispuesto a ceder las tierras papales, e incluso cuestiones teológicas, para conseguir la unidad cristiana frente al turco. Sin embargo, el Papa prefería la guerra: transigir con la herejía, además de perder sus feudos, significaba estimular su propagación, incongruente con la cruel persecución que las distintas inquisiciones llevaban a cabo en los países católicos. Si los herejes eran vencidos se recobrarían la autoridad y territorios pontificios. Si el Kaeser era derrotado, los herejes habrían pagado algún precio y esta osadía justificaría la represión. Además, el Emperador perdería prestigio internacional y la tenaza italiana se rompería. Idéntico parecer mantenía el rey francés, que también estaba atenazado y rodeado por el Reich, Navarra, Aragón, Cerdeña, Flandes y el Franco Condado, y en su territorio se incrustaba el Ducado de Borgoña, por el que Carlos se había negado a jurar vasallaje. Así Clemente VII se alió con todos los reyes católicos contra quien pretendía negociar con los herejes. Los príncipes rebeldes, que no habían visto peligro en la invasión turca, pues amenazaba territorios donde la Reforma no se había introducido, y sus intereses no iban por la reconstrucción de un Reich poderoso y autoritario, sino por la independencia, el fraccionamiento o, al menos, la tolerancia y la autonomía pactada, comprendieron lo que se fraguaba, por lo que apoyaron a su Emperador, tomaron Roma, que saquearon cruelmente durante 7 días con permiso del César, y el Papa fue encarcelado en Castel Sant’Angello, hasta que aceptó las condiciones impuestas al cabo de dos años. Éstas fueron sumamente benignas, error muy frecuente de Carlos, quizás porque se creía elegido por Dios o contemplado por la Historia, tras su coronación imperial a manos del pontífice y la continuación del diálogo con los herejes. A cambio se comprometía a iniciar la guerra para forzar la negociación, lo que era casi acceder a la primitiva estrategia papal. A cada nueva Dieta los teólogos encontraban nuevas diferencias, hasta que el Emperador intervenía cediendo, a lo que seguían los acercamientos de los “protestantes”, pero entonces el Papa desautorizaba las concesiones teológicas del César, creando un clima de desconfianza en los acuerdos, pues si se incumplían en materia teológica igualmente podían ser una argucia para desunir la Liga de los Reformistas y, posteriormente, recuperar uno a uno los territorios rebeldes: la guerra se hacía inevitable. Preparándose para ella, los príncipes impusieron a sus súbditos la secta que cada uno había elegido, persiguiendo a los reacios: esto era diametralmente opuesto a las ideas de libertad de conciencia de Luther, por lo que fue confinado en el Castillo de Coburgo “para su seguridad”, donde, tras algunos escritos antipapales, murió prácticamente encarcelado. La guerra religiosa se había convertido en guerra política. Antes de morir Clemente VII aún cometió un error más: negó el divorcio a Enrique VIII de Inglaterra –quizás presionado por el Caeser, en defensa de su tía, Catalina de Aragón–, por lo que éste aceptó parte de los postulados reformistas (los que más le convenían). Así, se convirtió en Máximo dirigente de la Iglesia Anglicana Reformada, que mantuvo la jerarquía que le fue sumisa, y demostró el inmenso poder que otorga la simultaneidad de mandos, como hacía en el Imperio Turco la Puerta Sublime y, actualmente, el ayatollah Jomeini. Este mismo poder lo sigue manteniendo, aunque sólo sea nominalmente, Isabel II, sólo que ahora Parlamento y Sínodo de Obispos funcionan libremente. Desde ese momento el tránsito por el Canal de la Mancha se hizo inseguro, el aplastamiento de la rebelión flamenca dependiente de los pactos con Inglaterra y el cerco de Francia imposi-ble de mantener. Las Provincias Unidas del Norte de los Paises Bajos, con Holanda como provincia capitana, se hicieron república independiente, con tal poderío económico que sufragaron a los protestantes durante casi un siglo (hasta después de la guerra de los 30 años), ganaron el pulso al Imperio e incluso se apropiaron en tiempos de Felipe II de muchas colonias portu­guesas de extremo oriente. Mientras, Aragón se estancaba en la miseria, exhausta por sus guerras civiles, y en Cas­tilla no se convocaba a Cortes a nobles ni eclesiásticos (exentos de impuestos) ni procuradores de ciudades dispuestos a enfrentarse a los reyes (práctica iniciada por los Reyes Católicos), amenazando o comprando a los que se oponían a la opresión impositiva, y se confiscaban los cargamentos de Indias, arruinando a comerciantes, navieros y banqueros castellanos (a los forasteros se les respetaban sus fueros), abortando el desarrollo económico que la plata indiana pudo haber propiciado.
66.    Hyacintus medicorur (‘jacinto de los médicos’). Pablo III (1534 – circa 1545) tenía en su escudo de armas 6 jacintos y había sido Cardenal de San Cosme y San Damián, ambos médicos. Cuando los príncipes alemanes confiscan las tierras eclesiásticas, los campesinos reclaman su reparto, iniciándose las guerras campesinas. La nobleza rebelde no tenía tal inten­ción de reparto, sino de monopolizar el poder y la propiedad y argumentó que la anarquía que estaba reinando sólo favorecía a los imperiales, por lo que actuó con total violencia (Luther dijo: “matadlos como pe­rros”). En Castilla la inflación y la crisis económica llegan a su zenit, por lo que, junto con el avance turco, se llega a la Confesión de Augsburg (1530), con notables concesiones por ambas partes, frustrada por la intransigencia papal. Al hacer retroceder a los turcos, que levantan el sitio de Viena, los protestantes deciden aceptar una solu­ción de compromiso similar, antes que enfrentarse al poderoso y enar­decido ejército que había puesto en fuga al invasor, firmando la paz de Nuremberg (1532), nuevamente abortada por el Papa. En 1541, tras la derrota en Túnez, es el César quién está dispuesto a ceder, firmando la declaración de Ratisbona, nuevamente contradicha por el Papa. En 1544, tras pactar la no intervención inglesa, el ejército imperial casi llega hasta París, imponiendo la paz de Crepy. En este momento el Em­perador se encuentra en posición de exigir Concilio, y el Papa accede. Se escoge la ciudad de Trento por su curiosa situación: en terrenos im­periales enfeudados al Papa, en zona montañosa del Tirol, católica y de fácil defensa, pero separada de Roma por la neutral Venecia, el sumun del equilibrio. Aun así, ya no puede ser una asamblea para la reconcilia­ción. El Emperador pretendía forzar una reforma eclesiástica en línea con la deseada desde tiempos de Gregorio VII (disciplina, moralidad, vir­tud, austeridad, etc.) que anulase los argumentos críticos de los protestantes, apoyándose en la Compañía de Jesús. Incluso pretendía llegar a aproxi­maciones con ellos. Unos y otros tratan de fortalecer sus posiciones, llegándose a las armas. Karl V vence en Mühlberg a los protestantes y cree próximo un arreglo, por lo que acuerda concesiones en el ínterin de Augsburg, en torno a 1548. El Papa, sin embargo, que veía cómo perdía protagonismo, suspende el Concilio con la excusa de su traslado a Bolonia, en el interior del Estado Pontificio, donde el Emperador no tendrá ninguna influencia. Dice que es una fortificación más segura contra un ataque de los derrotados protestantes. El doble juego del hermano del Kaeser, el rey de Romanos, la defección de Mauricio de Sajonía, gran militar protestante conseguido para los católicos por intrigas, años antes, y el apoyo militar y financiero de Francia, a cambio de los ricos territorios de Lorena, que interrumpe la comunicación terres­tre con Flandes, hacen absolutamente imposible aprovechar la favorable coyuntura.
67.    De corona montana (‘La corona del monte’). Julio III (1550 – 1555) era natural de Montepulciano, y en su escudo familiar aparece una corona de laurel. Frente a las abrumadoras fuerzas movilizadas por los protestantes, el César Carlos abandona el Tirol, retrocediendo vergonzosamente, en 1552. En estas circunstancias se llega a la Paz de Augsburgo (1555), por la que se reconoce oficialmente un hecho incuestionable: la Reforma luterana se sitúa en pie de igualdad con la fe Católica. Se reconocía a cada Príncipe el derecho a escoger su religión e imponérsela a sus súbditos (cuius regio, eius religio: ‘de cada señor su religión’). Se forzaba a abdicar al Emperador en favor de su hermano Fernando, que había pactado, sin escrúpulos, a sus espaldas, con ambos bandos. De hecho, se hacía oficialmente un reconocimiento de lo que estaba ocurriendo en la práctica: desde años atrás en Fernando descansaba la dirección política –y los errores– del Imperio, mientras Carlos I se iba hispanizando progresivamente, aceptando la intolerancia y el provincianismo, conforme aumentaban sus desilusiones y frustraciones. En el fondo, se trataba de algo mucho más importarte: se impedía la unión dinástica de Castilla, Aragón, Navarra, Cerdeña, Sicilia, Milán y Flandes, con el Sacro Imperio, en lo que coincidían protestantes, Francia y el Papa.
68.    Frumentum flaccidum (‘grano flácido, maduro o marchito’). Marcelo II (1555) tenía en su escudo de armas unas espigas, haz de trigo en oro, y sobrevivió tres semanas a su designación. Se publica el “Almanaque”, libro de profecías del  médico y consultor astrológico provenzal de padre judío converso al catolicismo Michel de Nostradamus (Nôtre-Dame).
69.    De fide Petri (‘la fe de Pedro’). Pablo IV (1555 – 1559) se llamaba Gian Pietro Caraffa. Fue visceral enemigo tanto de la Reforma como de los Habsburg. Para acabar con él, Felipe II fomenta la rebelión de los barones romanos, pero la correspondencia del embajador español es violada y se producen deposiciones y excomuniones. Se declara rebelde a Felipe II retirándosele el derecho a la corona de Nápoles, para lo cual el Papa pide ayuda a Francia, que invade el Milanesado. En respuesta, el Duque de Alba vence a la coalición, conquistando varias ciudades papales. En 1559 muere Enrique II, rey de Francia, la más exacta profecía de Nostradamus aun sin citar nombres ni fechas, como en todas las demás. El Papa muere odiado por el pueblo, por su intolerancia. En 1557 se publicó el Epítome Romanorum Pontificarum, sobre la historia de los Papas.
70.    Aesculapii pharmacum (‘La medicina de Esculapio’). Giovanni Angelo de Medici di Marignano había estudiado medicina, y fue elegido Papa con el nombre de Pío IV (1559 – 1565). Se clausura el Concilio de Trento, que condena a Lutero, Calvino y Zuinglio. Se reforma el culto y la disciplina, cumpliéndose así parcialmente lo solicitado durante 7 siglos. Se prohíbe la traducción de la Biblia desde el texto latino de la Vulgata (que no es el original, sino una traducción con errores) y se considerará el único legítimo hasta hace poco. Su interpretación directa es también prohibida. Sólo se permitirá la traducción e interpretación realizada por teólogos autorizados especialmente, y para uso de la jerarquía eclesiástica. También se prohíbe la celebración de misas en lengua vernácula. Ya no habría más concilios hasta 3 siglos después, cuando el Papa, sitiado por los garibaldinos, se consideró en grave peligro de ser derrotado militarmente.
71.    Angeles Nemorosus (‘ángel del bosque’). Antonio Ghislieri nació en Bosco (bosque en italiano) y adoptó el nombre de Michele, de ángel, al hacerse dominico, por lo que se le conocía como Michele Boschi (del bosque). Era persona de profunda piedad, celo y religiosidad, que accede al papado como Pío V (1566 - 1572), siendo posteriormente canonizado. En 1567 se reedita la obra del historiador de la iglesia agustino Onofre Panvinio, Roranorun Pontificum, corregida y aumentada (incluyendo ahora de San Petro Usque a Paulum IV), aunque careciendo de las litografías de los escudos pontificios que aparecían en la primera edición. Aplicó con el mayor rigor los decretos tridentinos, excomulgó a Isabel II de Inglaterra y se opuso a las regalías eclesiásticas que Felipe II se había tomado, en línea con el permitido galicanismo nacionalista y en la perspectiva del anglicanismo. No obstante colaboró en la Liga Santa, que venció en Lepanto y, aunque no se pudo recuperar Chipre para Venecia –objetivo de la Liga–, hizo desaparecer el poderío naval turco, lo que impidió su expansión por el Mediterráneo. Sin embargo, ni Aragón ni Castilla sacaron provecho de ello. La grave situación económica impidió el uso concentrado de la flota con­tra los piratas norteafricanos. La obsoleta tecnología (los navíos de primera línea eran galeras, con remos, lo que exigía poco calado, obra rectilínea, bordas bajas, escasa fuerza disponible para el abordaje y poca artillería concentrada en los extremos) hacían la flota inútil para el Atlántico, ineficaz para enfrentarse a Inglaterra.
72.    Medium corpus pilarum (‘Cuerpo en medio de las esferas’). Gregorio XIII (1572 - 1585) reforma el calendario, que desde entonces lleva su nombre. Claudio Tolomeo diseñó un sistema solar con el sol como centro, pero lo desechó después, ya que según los cálculos de Aristóteles, el movimiento de la Tie­rra produciría una inercia que nos arrojaría fuera de ella. A nadie se le ocurrió pensar que la alternativa, que el sol gire alrededor de la Tierra cada 24 horas, significaría que aquél debía recorrer 39 millones de kilómetros por hora, 652 mil por minuto y 11 mil por segun­do. Se aceptó que los otros siete astros (luna, sol y 5 planetas vi­sibles sin telescopio) giraban alrededor de la Tierra. Pero ¿cómo lo hacían estos astros, por qué no chocaban? ¿cómo mantenían siempre las mismas distancias y períodos? De antiguo se buscó una explicación fácil, sencilla, cómoda, sin problemas, aunque acientífica e idólatra: cada astro era un dios, y los dioses hacen lo que les vie­ne en gana. Sin embargo, la expansión del cristianismo hizo sustituir esta explicación: los astros estaban inscritos en siete esferas que roda­ban concéntricamente, emitiendo, al rozarse, un ruido no audible por el oído humano, música perfecta, que llamaron armonía. El canónico polaco Nicolás Copérnico estudió una copia del primer trabajo de Tolomeo, concluyendo que era correcta la teoría heliocéntrica, por lo que, tras modificarla con aportaciones propias (mantenía una esfera celeste para las “estrellas fijas”, es decir las lejanas, las que parecen no moverse), la publicó. El editor, con gran sentido comun, eliminó del manuscrito toda referencia a Tolomeo, para evitar problemas con la Inquisición. Los pueblos pastores, nómadas y guerreros tienen calendarios lunares (árabes, mongoles, indios norteamericanos, etc.), que permiten un fácil cálculo de días y meses. En cambio, los pueblos agrícolas, sedentarios y con castas sacerdotales dedicadas a la contemplación astrológica (egipcios, hindues, babilónicos, indios centroamericanos, incas, etc.) tienen calendarios solares. Éstos miden la sucesión de las estaciones, es decir, los periodos de lluvias, inunda­ciones, nieve, sequía, etc., de vital importaría para el campo y la guerra. Los etruscos tenían un calendario de transición, de influen­cia babilónica, con 4 meses de 31 días, 7 de 20 (lunares) y 1 de 28, intercalando cada 4 años un mes bisiesto. Los romanos dejaron en manos del Pontífice Máximo de Júpiter la ordenación de tal acontecimiento, por lo que podía interrumpir guerras y elecciones o posponerlas según sus intereses politicos. Julio Cesar racionalizó el calendario eliminando los cinco días saturnales (que eran festivos) de final de año, ahora integrados en cinco meses (ahora de 30 dias) y elevando a 6 los de 31. Desde entonces, “nuestros años” son de 365 días, con uno bisiesto cada 4. Esto supone una diferencia de 11 minutos con la trasla­ción terrestre alrededor del sol, que en 1582 habian acumulado 10 días de error, que fueron suprimidos de golpe. Esto originó que Santa Teresa de Jesús fuera enterrada 15 días despues de su muerte. También es por ello que la conocida como Revolución de Octubre, según el calendario ortodoxo corresponda con Noviembre. La reforma gre­goriana al calendario elimina los años bisiestos de fines de siglo, salvo los múltiplos de 400, lo que supone un ajuste muy preciso con el tiempo solar y, de alguna forma, sitúa el Sol como el centro de un sistema, o al menos, será la esfera celestial más importante.
73.    Axis in medietate signi (‘eje en la mitad del signo –o emblema–’). El escudo familiar de Sixto V (1585 - 1590) contenía un león de oro y una banda que lo dividía por la mitad. En heráldica, esta banda se llama signi y cada una de las dos mitades en que se divide el campo signum. Los intérpretes catastrofistas hacen los siguientes cálculos: la mitad de este pontificado se sitúa en 1587; la profecía se inicia en 1143; la diferencia son 444 años, que, sumados a 1587 (o sumando 888 a 1143) si dicho año fuese el punto medio del vaticinio, nos indicarían que Roma, el papado y tal vez el mundo, desaparecerían en el 2.031.
74.    De rore coeli (‘el rocío del cielo’). Urbano VII (1590) sólo sobrerevivió 13 días a su designación. ¿Se evaporó como el rocío?
75.    Ex antiquitate urbis (‘Desde la antigüedad de la ciudad’). Gregorio XIV (1590-1591) era antes miembro del Senado (en latín Senatus, derivado de senex, ‘senil’, ‘viejo’, pues esta institución fue la heredera de los consejos de ancianos tribales) y natural de Cremano, una ciudad, sin duda, antigua. Sin embargo, en el cónclave que lo eligió había un candidato que se adaptaba mejor al lema: el cardenal Simoncelli nació en Orvieto, que deriva del latín urbs vetus (‘ciudad vieja’). Sería interesante investigar cuántos cardenales se reflejaban con tanta o más claridad en la profecía que los elegidos Papas.
76.    Pia civitas in bello (‘ciudad piadosa en guerra’). Inocencio XI (1591) nació en Bolonia, que tenía fama de piadosa, y fue nuncio de Venecia. Desde este cargo colaboró en la consecución de la alianza que venció en Lepanto. Durante este pontificado se asesinó en Francia (el primer reino bárbaro que aceptó el catolicismo) a los protestantes hugonotes, durante la Noche de San Bartolomé, con lo que el partido católico consiguió mantener el poder. Sin embargo, este lema cuadraría mejor co el Papa que reinaba durante la batalla de Lepanto, Pío V (lema 71), con Pablo IV (lema 69), derrotado por el Duque de Alba, o con Clemente VII (lema 65), en cuyo pontificado se saqueó Roma.
77.    Crux romulea (‘cruz de Rómulo’). Clemente VIII (1592 – 1605) era de la familia Aldobrandini, de las más antiguas de Roma. En su escudo de armas hay dos filas de almenas contrapuestas, que podrían verse como cruces unidas por sus brazos. Este Papa concluyó la cúpula del Vaticano, que remata una cruz, igual que el nuevo altar pontifical que construyó. En 1600 es condenado a la hoguera Giordano Bruno, antiguo dominico (orden que nutría las inquisiciones), posteriormente calvinista y luego creador de una religión-filosofía original, aunque con mucha carga de budismo, pues concluye en un panteismo que iguala a Dios con el Universo y la naturaleza, pero niega la inmortalidad del alma. Según él, es el estudio de dicho Universo, es decir, toda investigación científica, la mejor adoración, pues nos permite conocer y comprender a Dios. El trabajo es la mejor moral (típicamente calvinista), pues ayuda a mejorar la condición y vida humana. La cosmología, la unión intelectual con el Universo, es la mejor ética (¿ecologismo?) y la religión tradicional, un conjunto de supersticiones inventadas para los pueblos rústicos, impropias de las ciudades modernas. Tuvo gran influencia en la filosofía germánica: Spinoza (asumido parcialmente por los jesuitas; por ejemplo, que el pueblo está por encina de los tiranos y tienen derecho a asesinarlo, lo que los enfrentaría a los reyes del despotismo ilustrado), Goethe, Schelling, etc. En 1595 se publican las profecías de San Malaquías. En 1605 se imprime la reedición más antigua de las profecías de Nostradamus que ha llegado a la actualidad, que dice ser copia integral de la publicada en Lyon en 1568 por Benolt de Rigaud, posterior a la muerte de Enrique II, que ya dijimos se trata de la mejor predicción.
78.    Undosus vir (‘varón ondulante’). León XI (1605) sobrevivió 27 días a su nombramiento, lento, y era miembro de la familia Medicis. Es posible que la profecía se refiera a la retorcida diplomacia de esta familia. Vir tiene un sentido de masculinidad, que se aplica al espíritu guerrero (como en Viriato), por lo que podría referirse a Guy Fawkes, oficial católico que urdió una conjura para a1macenar pólvora bajo el Parlamento inglés y hacerlo estallar (idea emulada por Hitler y las S.S. en el Reichstag, eliminando el obstáculo de un Parlarento en el que no tenía mayoría, que sirvió para justificar la deslegalización del Partido Comunista y hacer sospechoso de complcidad al Partido So­cialdemócrata, que perdería votos en las elecciones celebradas 3 dias después, deslegalizándolo posteriormente). La jerarquía anglicana atribuyó la conjura a órdenes directas del Papa, que presentaron como prueba de ser realmente representante del Anticristo. Podría referirse también al enfrentamiento entre el rey francés, Enrique IV, y el Duque de Bouillón, que en francés significa ‘inquieto’, agitado, bullente.
79.    Gens perversa (‘gente perversa’). Pablo V (1605 – 1621) condenó a Juan Huss, a Zuinglio, a Calvino y a Lutero. Sin embargo las cosas han cambiado desde entonces, de forma que, al celebrarse el tercer centenario de la muerte de Lutero, Juan Pablo II, en un discurso, lo llamó “nues­tro común maestro”. En 1610, utilizando el telescopio que había inven­tado, Galileo descubre que Venus tenía fases como la luna, lo que consideró demostraba que dicho planeta giraba alrededor del Sol, y no de la Tierra. En 1611 es recibido por el Papa con todos los honores. Envalentonado, publica 4 cartas, en las que trató de demostrar que la teoría heliocéntrica no se oponía a la Biblia. El argumento principal que se utilizaba por aquel entonces contra de dicha teoría era que Dios, buscando favore­cer a los suyos, los israelitas, en una batalla, la prorrogó parando el sol: si fuera la Tierra la que girase en torno a éste, para prolongar el día tendría que haber parado la Tierra. En 1616 la Congregación del Santo Oficio de la Inquisición condena las teorías heliocéntricas de Copér­nico, y a su propagador en Italia, Galileo, que ha sido recientemente rehabilitado por Juan Pablo II, dejando de estar prohibido para los católicos creer que la Tierra gira alrededor del Sol.
80.    In tribulationi pacis (‘en la tribulación de la paz’). Gregorio X (1621 – 1623) parece que fue persona bastante pacífica. Las coronas hispánicas, agotadas en guerras, habían cometido el tremendo error de pactar la Tregua de los doce años, pensando que para entonces la situación le sería más favorable y se habrían acopiado dineros y fuerzas. Hubiera sido preferible reconocer la independencia de la República de las Provincias Unidas de los Paises Bajos. La potencia económico-comercial de Holanda era entonces incuestionable, y se había hecho un impe­rio en Asia, a costa de las factorías portuguesas que las flotas ibé­ricas no pudieron defender. La tregua expiraba en 1621, y ambas partes esperaban reaunudar las hostilidades y conseguir el definitivo triunfo, pero el rey de Bohemia muere sin descendencia y Castilla, verdadero sostén económico y militar de los Hasburg autriacos propone como sucesor (y con el título de Emperador) a Fernando de Estiria, discí­pulo de los Jesuitas, que había reimpuesto el catolicismo en sus domi­nios patrimoniales por métodos violentos. Comprendiendo la amenaza que se avecinaba, la nobleza bohemia decidió coronar al calvinista Federico V, Príncipe-Elector del Palatinado. Castilla no podía permitir esto, no sólo porque se situaba a un reformado en posición de acceder al título de Emperador (Praga se había convertido en capital de facto del dividido Sacro Imperio y las compradas elecciones habían hecho tradición el nombramiento de algún Austria), sino porque el Palatinado cerraba el paso entre Milán y Flandes. La diplomacia castellana consiguió la neu­tralidad de Inglaterra. Francia convenció a Holanda y sus aliados de que las condiciones no eran favorables para el triunfo. Con la ayuda de Castilla, el Papa, Maximiliano, el Archiduque de Baviera, y la Liga Católica, se aplastó a los rebeldes, que se refugiaron en Holanda, y se proclamó Emperador a Fernando II. El Archiduque de Baviera reclamó su recompensa (ser nombrado Príncipe-Elector del Palatinado, desposeyendo al rebelde), ya que se trataba de la mayor fuerza no castellana de la coalición. Castilla se opuso al nombraniento, que suponía violación de la Bula de Oro (Ley fundamental y eterna –se creía–, promulgada en 1356 por Inocencio VI), que concedía el derecho de elector, a perpetuidad, a la casa del Palatinado. También desequilibraría en favor de los católicos la elección de emperadores. Cuando en 1622 muere el astuto Baltasar de Zúñiga, le sustituye, tras una especie de golpe de Estado soterrado, el emprendedor Conde-Duque de Olivares, obsesionado con la recuperación del poder ibérico, y el Emperador se siente suficientemente respaldado como para proceder a la investidura de Maximiliano de Baviera: la rebelión que se inició buscando la Reforma de la Iglesia Católica, en su fase de Guerra de los Treinta Años, pasa a ser una confrontación por las libertades y derechos políticos constitucionales. El Imperio prácticamente desaparece convertido en un título honorífico que conlleva cierta ascendencia para el rey de Austria sobre 300 Estados totalmente independientes. Después de Carlos V –y para ello precisó secuestrarlo– ningún Papa volvió a coronar a un Emperador de Alemania.
81.    Lilium et rosa (‘Lirio y rosa’). Urbano VIII (1623-1644) antes de su coronación había alabado en versos los descubrimientos de Galileo, por lo que éste, creyéndose protegido, publicó Dialógo sobre los dos sistemas máximos del mundo, en el que expone los sistemas tolemaico-medieval y copernicano, sin tomar partido. Aun así, la Inquisición consideró que estimulaba la duda, la reflexión, el debate, la polémica y la investigación sobre un tema que se suponía zanjado definitivamente, al haberse posicionado la Iglesia al respecto con anterioridad, por lo que se le obligó a abjurar de sus “errores” bajo la amenaza de la hoguera. A pesar de todo, lo condenó por “contumaz” a cadena perpetua. El Papa ordenó que cumpliera la pena no en cárceles inquisitoriales, sino en diversas granjas. Durante su reinado, el cardenal Richelieu, obstinado en acabar con el poder de los católicos Austrias, tramó la boda de Carlos I de Inglaterra con María Enriqueta de Francia, lo que podía explicar lo del lirio (o lis) y la rosa si los contrayentes fueran Borbón y York o Lancaster. Sin embargo, Carlos I era Estuardo     en cuyo escudo no había rosas y, aunque sucesor de los York, lo era muy lejano, pues el abuelo de su madre fue esposo de una hija de Enrique VII, Conde de Richmond y de Isabel de York, y en el intermedio reinaron los Tudor durante mas de un siglo. Un lema, por tanto, sin explicación.
82.    Jucunditas crucis (‘Gozos de la cruz’). Inocencio X (1644-1655) fue elegido Papa el 1 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Durante su reinado se produce una cruel represión de los seguidores de Jansen, alumno jesuita, profesor de la Universidad de Lovaina y obispo de Ypres, que replantea el tradicional dilema agustiniano de la libertad frente a la predestinación, en favor de esta última: Dios elige a los dignos de gracia. El principal centro jansenista estaba cerca de Versalles y entre sus seguidores estaba Blas Pascal, que en sus Cartas Provinciales ataca a los jesuitas desde esta herética óptica. Consideraban al hombre eminentemente racional, al contrario que los jesuitas, que lo consideraban sentimental. Así aceptaron la argumentación lógica de Descartes (mal visto por la Iglesia a pesar de su cautela ocultando, por ejemplo, su adscripción a las tesis de Galileo y Copérnico) y crearon escuelas en las que se estimulaba a los niños y jóvenes a usar la razón y la reflexión, cuando los jesuitas estimulaban la oratoria y la retórica como forma de captar adeptos. Ya Urbano VIII los condenó y persiguió, y así continuaron hasta que Alejandro VII y Clemente IX aceptaron una transacción teológica intermedia. Esto les permitió sobrevivir otros 50 años, hasta que los jesuitas lograron convencer a Luis XIV, rey de Francia, para que acabara con ellos. No es extraño que los ilustrados tomaran como objetivo religioso la supresión de los Jesuitas. En España, sobre todo en Sevilla, el jansenismo tuvo un gran desarrollo, más entre las mejores familias y los círculos más in­telectualizados. Hay que tener en cuenta que el planteamiento católi­co tradicional, que entendía la vida cristiana como una prueba, como un tormento, cuya recompensa se recibía en la vida de ultratumba, impedía cualquier libertad de pensamiento, reduciendo la capacidad de acción a límites muy estrechos. Por el contrario,  los aparatos represores encontraban gran acomodo: todo lo que éstos hicieran sufrir en esta vida sería recom­pensado en la siguiente, por lo que no había motivo para el remordimiento de conciencia. Al dejar la salvación en manos de Dios –como hicieron los jansenistas en cierto grado, o los reformistas– la vida cristiana cambia de sentido. Se hace más mundana. Aumenta la libertad de pensamiento, la crítica, la libertad de acción, de investigar, de trabajar en todo tipo de oficios (incluidos el comercio, la banca o la artesanía, mal vistos por Santo Tomás de Aquino y por los antisemi­tas), la alegría de la vida y la aspiración a mejorar el nivel de vida. Cuando la Inquisición extermina a los jansenistas, los Jesuitas se hacen dueños absolutos de las universidades y colegios mayores, impidiendo en España la propagación de las teorías heliocéntricas hasta fines del siglo XVIII, y originando nuevos retrasos en el desarrollo científico, técnico y consiguientemente, económico y sociopolítico.
83.    Montium cultos (‘guarda en el monte’). Alejandro VII (1655 – 1667) se enfrentó a los anglicanos, galicanos y jansenistas, aunque con estos últimos terminó transigiendo. Esto significó su alineación con los “ultramontanos”, bando en el que militaron casi todos los Papas, pues lo contrario significaría pérdida de poder. El calificativo se refería a estar Roma tras de los Alpes, pues se originó en el Imperio, y aludía al empeño papal de hacer valer sus designios a todos sus súbditos de todo el mundo (como los antiguos Califas o Khanes tibetanos), en con­tra incluso de sus respectivos gobiernos, legislaciones y descubrimientos científicos. Más lógica sería su aplicación a Pío IX (nono): e1 ga­licanismo, llevado al sumun por Richelieu, aunque ya era notorio a fi­nales del siglo XVI, asumía parcialmente la Reforma anglicana, pero den­tro de la ortodoxia teológica y la obediencia –parcial– al Papa. Defendía la independencia Iglesia-Estado; la no injerencia eclesiástica en asuntos políticos y civiles; la obediencia de los religiosos a la potes­tad legislativa y ejecutiva del reino, incluso en contra de los mandatos papales –salvo en materia teológica–; y la subordinación del Papa a los Concilios y Cánones, impidiendo que éste se posicionase en materia de fe sin la aceptación de la Iglesia. Mantenía que la autoridad de obis­pos y sacerdotes provenía de Dios y no del Papa, por lo que éste no tenía potestad en territorio francés. El Concilio Vaticano I acaba con estas posiciones, a costa de la pérdida de fieles y el avance del ateismo.
84.    Sidus olorum (‘constelación de los cisnes’). Durante el cónclave en que resultó elegido el cardenal Rospigliosi (Clemente IX; 1667 – 1669), habitó en la Cámara de los Cisnes. Habría que añadir que, en casi todos los cónclaves, alguien debió ocupar esta Cámara. Este Papa favoreció las artes, sobretodo la poesía.
85.    De flumine magno (‘el gran río’). El que sería Clemente X (1670-1676) nació durante una de las múltiples riadas del Tíber, cuyas aguas casi arrastran su cuna.
86.    Bellua insatiabilis (‘bestias insaciables’; también puede ser un juego de palabras derivado de bello, ‘guerra’). Inocencio XI (1676 – 1689) tenía en su escudo de armas un leopardo y un águila. Más insaciables pa­recen los tigres o los leones, frecuentísimos en los escudos heráldicos. ¿Se referirá el lema al ambicioso Luis XIV? Más justificado estaría entonces si se aplicase a Inocencio X, en vida del muy ambicioso carde­nal Mazarino (aunque menos que Richelieu), cuando las paces de Westfa­lia y los Pirineos deshacen literalmente el Imperio Alemán (I Reich), en beneficio de Francia, Suecia, Holanda y Príncipes protestantes y cal­vinistas, dejando a España en la absoluta ruina. ¿Se referirá el lema a los turcos, que llegan por segunda vez a Viena? Con más motivo, el lema 71 debiera referirse a Lepanto; sobretodo porque este avance fue escaso y poco duradero.
87.    Poenitentia gloriosa (‘penitencia gloriosa’). Alejandro VIII (1689 – 1691) fue elegido Papa el día de San Bruno. Este santo se retiró al desierto para hacer penitencia. No obstante, casi todos los santos han hecho penitencia alguna vez. Es muy significativo que este Papa acuñase medallas con la inscripción de este lema, lo que demuestra que lo conocía y aceptaba.
88.    Rastrum in porta (‘rastrillo en la puerta’). Inocencio XII (1691 – 1700) figura en la mayoría de las listas de Papas como Antonio Pignatelli, pero en algunas se añade di Rastello (‘del Rastrillo’), lo que resulta extraño. Los italianos sólo utilizan un apellido, y así aparece la mayoría de los nombres de Papas en casi todas las listas. En algunas de éstas no hay ningún nombre con dos apellidos. Su familia vivía a las puertas de Nápoles.
89.    Flores circumdati (‘rodeado por flores’). Clemente XI (1700 – 1721) era amante de las artes y las letras, para las que estaba muy dotado, y gustaba verse rodeado de literatos y artistas. No resulta una explicación demasiado convincente. Acuñó una medalla con su lema.
90.    De bona religione (‘sobre la buena religión’). No parece que haya habido Papas “de mala religión”; si acaso irreverentes o malos para la religión. Tampoco en esta época florece ninguna herejía. Dicen algunos biógrafos que Inocencio XIII (1721 – 1724) era persona bondadosa, pero se intenta justificar el lema aduciendo la persecución a los jansenistas, lo que no es lógico, pues fue Clemente XI quien los condenó, después de haber sido aceptados durante mucho tiempo, y casi los exterminó. Frente a la rigidez e incluso crueldad que los jansenistas (y protestantes) criticaban del catolicismo romano (y que la Inquisición se encargaba de reafirmar), consecuencia de la interpretación de que Dios imponía pruebas y castigos sin ayudar a sus fieles a superarlos (lo contrario es la predestinación: Dios decide quién debe recibir ayuda suficiente, es decir, gracia, y quién no), este Papa predicó su dulzura.
91.    Milles in bello (‘soldado en la guerra’). Benedicto XIII (1724 – 1730) repite el ordinal del antipapa Luna, confirmando la ilegitimidad de éste, que había sido apoyado por los reyes de Francia y España. Estas dos naciones volvían a estar coaligadas, en estas fechas, por pactos de familia, al ser sus reyes borbones. No volverá a repetirse el ordinal de un antipapa hasta Juan XXIII. Benedicto XIII se enfrentó a los independentistas galicanos, pero esto no parece justificar el lema ni por asomo.
92.    Columna excelsa (‘columna excelsa’). Clemente XII (1730 – 1740), obispo de Colonna (en italiano Columna), fue un gran impulsor de la arquitectura, ordenando construir su tumba en San Juan de Letrán con cuatro esbeltas columnas. Consiguió la sumisión del arzobisno de París y de todos los demás prelados jansenistas. Publicó la encíclica “In eminente” contra la masonería. Tampoco parece que sea un gran acierto este lema.
93.    Animal rurale (‘animal rural’, del campo). Benedicto XIV (1740 – 1759) dejó 16 volúmenes escritos sobre doctrina. ¿Significará este lema que trabajó como un animal, aunque fuera en su despacho o dictanto? Hay quien interpreta que lo de animal va por el engrandecimiento de Rusia, la expansión de la masonería o de los “filósofos impíos” (los enciclo-pedistas). También podría aplicarse a la inmoralidad de la vida de Versalles o al expansionismo de Federico II de Prusia, pero en ningún caso sería significativo.
94.    Rosa Umbriae (‘rosa de Umbría’). Carlo della Torre di Rezzonico fue gobernador de la Umbría[RRL2] , y en su escudo campea una rosa. Además, “rezzo” parece significar ‘umbría’ en italiano[RRL3] . Fue coronado como Clemente XIII (1758 – 1769).
95.    Ursus velox (‘oso veloz’). Otro lema sin explicación es el de Clemente XIV (1769 – 1774). ¿Se deberá a la expansión de Rusia o al de la masonería? Este Papa decreta la supresión de la Compañía de Jesús.
96.    Peregrinus apostolicus (‘peregrino apostólico’). Hacía siglos que los Papas no salían de Italia cuando Pío VI (1775 – 1799) viaja a Viena para negociar con José II el problema del jurisdiccionalismo. Se tra­taba de una reproducción del dilema galicanismo/ultramontanismo, que volvería a repetirse cada vez que el nacionalismo o los intereses de Estado entrasen en contradicción con los mandatos papales, y sólo se superó cuando el Vaticano terminó aceptando la efectiva separación Iglesia/Estado, aunque vuelve a reproducirse en situaciones concretas donde mantiene parcelas específicas de poder y, por tanto, en peligro de perderlas. Es el caso del derecho de familia (matrimonio civil, divorcio, aborto, etc.) o el de los privilegios de los centros educativos religiosos. Este viaje, que al parecer realizó con escaso equipaje, resultó un fracaso en sus objetivos políticos. Condenó la constitución civil del clero francés tras la revolución (1791), lo que fue aprovechado por los re­volucionarios como justificación para la expansión del liberalismo: los Estados Pontificios fueron invadidos, proclamándose repúblicas. Esto supuso un antecedente para la unificación italiana. El Pa­pa, hecho prisionero, fue confinado en Siena. Trasladado a Florencia y a Valence (Francia) muere, al parecer por las penalidades del via­je. En 1802 sus restos fueron trasladados a Roma. Resulta evidente que fue un viajero, un peregrino, incluso después de muerto. Menos claro parece el motivo apostólico. Acuñó una medalla con su lema. ¿No era más importante para la Humanidad, incluso para los católicos, la Revolución Francesa, como fruto de los intentos democratizadores o de separación entre Iglesia y Estado? ¿No sería más lógico que la profecía no pasara por alto este hecho tan trascendental?
97.    Aquila rapax (‘águila rapaz’). Pío VII (1800 – 1823), sin atender a lo ocurrido a su antecesor, pacta con Napoleón un Concordato, a cambio del cual accede a coronarlo Emperador. No obstante, éste invade Roma, anexiona los Reinos Pontificios (con gran júbilo de sus súbditos), cuyas repúblicas habían sido conquistadas por las tropas del Papa, y disuelve la Inquisición. Éste lo excomulga, por lo que Napoleón lo encarcela en Savona, trasladándolo posteriormente a Fontenebleau y de nuevo a Savona, liberándolo en 1814 en un intento conciliador frente al avance de los aliados hacia París. El Congreso de Viena, acaudilla­do por Metternich, devuelve al Papa sus posesiones. En demostración de benevolencia acoge a la familia de Napoleón en sus Estados (el hijo del Emperador había sido nombrado Rey de Roma por su padre, título que tra­dicionalmente habían utilizado los Emperadores germánicos), pero al mismo tiempo, con  esta medida daba estabilidad a la nueva monarquía francesa y a las coronas austríacas (María Luisa, esposa de Napoleón, podía aspirar a la doble corona del águila bicéfala, Austria-Hungría, aunque había sido desheredada por su padre al casarse sin su autorización con su mayordomo) al aislar a los bonapartistas de los herederos dinásticos. Reinstauró la Inquisición y firmó importantes Concordatos con varias naciones, 1ógicos tras el precedente napoleónico. A partir de ahora todos los gobiernos reaccionarios buscarán el apoyo papal ofre­ciendo la negociación de Concordatos. Mediante ellos se trata de con­solidar los privilegios eclesiásticos, pero, al entrar en la vía de la negociación, se acepta la filosofía de la separación de poderes (impo­sible mientras se aceptó que, tanto el poder real como el papal, provenían de Dios y no de sus súbditos, en lo que se había insistido duran­te siglos) y la supremacía del poder civil en las materias “no religiosas”, es decir, las no incluidas en los Concordatos. El poeta Rostand llamó a Napoleón l’Aiglon, ‘el aguilucho’, y el águila era el símbolo  imperial desde Roma, pasando por el Sacro Imperio y Austria.
98.    Canis et coluber (‘perro y serpiente’). Annibale della Genga, de ideas muy conservadoras, fue coronado como León XII (1827 – 1829), luchó contra el liberalismo y las sociedades secretas, y devolvió el Colegio Romano a los jesuitas, creando nuevas cátedras: Elocuencia, Física y Química (esto es reconocer que el curso de los tiempos es imparable, pues antes se pensaba que tales disciplinas eran contrarias a la tradición de las Universidades). Firmó nuevos Concordatos con Prusia, Holanda y Suiza, paises tradicionalmente antipapistas, que iniciaban la tolerancia religiosa a cambio de que el Papa se abstuviera de inmiscuirse en sus decisiones políticas. Acepta la independencia de las colonias sudamericanas antes de perder su influencia sobre ellas, lo que significaba justificar los procesos revolucionarios, al menos en algunos casos.
99.    Vir religiosus (varón religioso). Pío VIII (1829 – 1830) parece que fue un hombre piadoso, aunque sin destacase por ello. Publicó una Encíclica contra la indiferencia religiosa.
100.De Balneis Etruriae (‘sobre Balnes de Etruria’). Gregorio XVI (1831 – 1841) perteneció a la orden camalduense, cuya casa matriz estaba en Balnes, Toscana, antigua Etruria. Cualquier referencia a los masones habría estado más justificada en este papado y en el siguiente que en ningún otro.
101.Crux de cruce (‘cruz sobre la cruz’). Pío IX (1846 – 1878) tuvo que asistir a la violenta erupción de partidos políticos y a la expansión del liberalismo y nacionalismos. Tras múltiples intentos frustrados, por toda Europa surgen Parlamentos y Constituciones. Tras el intento de la Confederación del Rhin (Rheinbund), por la que Napoleón prácticamente se anexionaba gran parte del antiguo Sacro Imperío, Vetternich propugna la “Gran Alemania” (Deutsche Grösse) como confederación (Deutscher Bund) bajo hegemonía austríaca, pero Prusia no podía estar de acuerdo. Por ello, lanza la idea de la “Pequeña Alemania” bajo su égira. Como no había motivos para la guerra, concierta con Austria una alianza para controlar el problema dinástico de los ducados de Dinamarca, produciéndose las deseadas fricciones que llevan a la guerra. Austria invade Prusia, pero ésta, utilizando el magnífico trazado de ferrocarril, envuelve a los austriacos, derrotándolos en Sadowa. Francia exige seguridades y, mediante la conocida manipulación del telegrama, que transforma en un ultimatum, Bismark consigue la guerra con Francia, que derrota en Sedán, proclamándose el II Reich. Por su parte, el II Imperio francés dará paso a la III República tras la revolución de los comunardos de París. En Italia Garibaldi y Vittorio Enmanuelle II (cuyo escudo era la cruz de doble brazo de Saboya, que traspasará a la bandera italiana) confluyen en la unificación, derrotando al reino borbónico de Nápoles, a los reinos pontificios y a los austríacos. Pío IX, quizá debido a sus derrotas, consigue recuperar el prestigio espiritual, de forma que las peregrinaciones a Roma alcanzaron proporciones nunca vistas. En 1854 proclamó como dogma de fe la pura e inmaculada concepción de la Virgen María, quizás para con-seguir el apoyo de España contra los garibaldinos, pues la Inquisición Española (disuelta por insurrección popular en 1834) había condenado a la hoguera, desde tres siglos antes, a innumerables personas que, en medio de tormento, no supieron contestar adecuadamente a un interrogatorio sobre tal punto. Publica el Syllabus, visceralmente antiliberal. Al aproximarse los garibaldinos a Roma convoca al cuerpo social de la Iglesia, al que se ignoraba desde hacía siglos, a un nuevo Concilio, en el que se condena el racionalismo y el materialismo, enfrentándoles la fe y la revelación expresada en los textos bíblicos (con peligrosas incursiones en la historia, la astronomía y la geología, que el Concilio Vaticano II tuvo que corregir) y se proclama el dogma de fe de la infalibilidad del Papa. Esta jugada maestra colocaba a todos los católicos bajo la autoridad directa del Papa, es decir, el ultramontanismo en Concilio, lo que se confirma con la condena del galicanismo. Cuando los nacionalistas asedian el Vaticano, bombardeándolo, el Concilio se aplaza “sine die”, por lo que podría decirse que el Vaticano II fue la clausura del I, formalmente no concluido. Gracias a la intermediación de Napoleón III (masón y carbonario), se levanta el asedio y se permite al Papa mantener sus posesiones vaticanas. El gobierno nacional promulga una Ley de Garantías en la que se le concede la soberanía sobre el Vaticano, que rechaza pensando que una coalición de paises católicos le recuperaría sus territorios. Sin embargo, Austria tenía suficientes problemas con el independentismo húngaro, tras sus derrotas por Prusia, Francia y los piamonteses; en Francia, Napoleón III había sido derrotado por el II Reich, proclamándose la III República; y en España se proclamaba la I. Este Papa fundó en 1850 la publicación Civiltà Cattollica, órgano oficioso del Vaticano, desde la que se insistió sobre lo bien que encajaba su lema profético con sus vivencias.
102.Lumen in coelo (‘luz en el cielo’). Se dice que a la muerte de Pío IX se especuló mucho con el lema. Pues bien, el elegido, que tomó el nombre de León XIII (1878 – 1902), tenía tenía un cometa en su escudo de armas. Estudió en los Jesuitas y, muy joven, fue administrativo de la Curia, lo que le dió conocimiento de la política vaticana. Fue Nuncio en Bruselas, donde participó en la lucha por la libertad de enseñanza, y viajó a París y Londres, todo lo cual le dió una clara visión de lo inadecuado del ultramontanismo en su época. Como cardenal camarlengo aconsejó a su predecesor en el último año de su vida, sustituyéndole hasta su coronación. Continuó la política de suplir el perdido poder territorial con prestigio espiritual, que elevó al máximo. Restauró, por ejemplo, la doctrina de Santo Tomás, pero fue en el terreno político donde se produjo el giro más significativo: reconoció que el Antiguo Régimen estaba irreversiblemente derrotado y que todo esfuerzo por volver a él era derrochar medios, tiempo y prestigio. La burguesía era el nuevo poder con el que se debía pactar, y la clase obrera organizada emergente el nuevo peligro común. De esta forma, se dejó de atacar en las Encíclicas papales el liberalismo y la democracia. Progresivamente, el Vaticano se fue dirigiendo contra el socialismo, defendiendo el derecho a la propiedad privada (lo que significaba implícitamente aceptar las desarmortizaciones y el fin del feudalismo, a lo que antes la Iglesia se había opuesto), aunque también se reconocía el derecho a un salario justo (política intermedia que en Alemania había iniciado Bismarck) y a constituir Sindicatos –el asociacionismo era un derecho liberal que los propios liberales habían negado cuando se dirigió contra ellos, por oponerse al precio real de las cosas–. Recomendó a los católicos franceses que cesaran en sus ataques a la III República, que consideró infructuosos. Estos cambios fueron demasiado bruscos en la política papal como para que fuesen comprendidos por la aristocracia –ni por la alta burguesía–. Ninguna de ambas clases podía aceptar el fin de los privilegios otorgados por el II Imperio bonapartista, por lo que no fue escuchado. Estableció la moral cristiana en el derecho y la justicia civi­les, lo que suponía una vía intermedia entre las tesis unilaterales: las liberales basaban la legislación y la justicia en la soberanía popular, gestionada por sus representantes, y las ultramontanas en la voluntad divina, ejecutada por sus elegidos, el Papa y los reyes. En Alemania Bismarck consiguió incrementar su base social (que incluía al Partido del Imperio[RRL4]  –anteriormente denominado Conservador Libre–, grandes terratenientes e industriales), aglutinando finalmente al resto del empresariado. Aun así, el peligro del crecimiento del voto hacia el Partido Socialdemócrata Alemán y el Partido de Centro Cató­lico (Zentrum) fundado para oponerse al liberalismo y a los protestantes, era evidente, por lo que desarrolló una política que se atrajese a estos sectores del electorado, atajando el crecimiento de ambos partidos. Esta fue la Kulturkampf (‘lucha de la cultura’, en la que se inspiró Hitler para escribir “su lucha”, así como también le “robó” la idea de la Gran Alemania, que ya vimos anterior­mente), por la que se atacaba como “antialemanes” (antecedente de la política de represión del macartysmo) cualquier idea de corte internacionalista, ya fuera socialista o católica. El “socialismo nacional” o nacionalsocialismo, en cambio, nacería sólo dos décadas más tarde como la gran “respuesta”. Tanto socialistas como católicos reaccionaron con violencia a las medidas autoritarias de Bismarck, utilizando el Zentrum y los mismos derechos liberales que habían atacado, para incrementar su oposición inicial al régimen, incrementando el número de votos, e incluso el apoyo moral de los protestantes, pues consideraron que se atacaba la religiosidad. Al mismo tiempo la represión a los socialistas tambien incrementaba sus votos, que llegaría a ser el partido más votado dos años antes de la I Guerra Mundial, lo que no significaba que formase gobierno, pues en Alemania éste lo formaba el Jefe del Estado, como si fuese un equipo de asesores, y el Canciller podía vetar las leyes parlamentarias, lo que condujo al levantamiento armado del Partido Comunista de Rosa Luxemburg, cuando los socialdemócratas aceptan tales normas para la naciente República de Weimar (1919 – 1933), pues significaba concentrar el poder en el Presidente y anular las posibilidades de acceso al Gobierno mediante el crecimiento electoral. De cualquier modo, la amenaza sindical y el prestigio del régimen obligaron a Bismarck a pactar con el Papa, en 1879, el fin de la represión contra católicos, la colaboración del Zentrum en la política conservadora del Canciller y la represión del socialismo, prohibiendo el Partido Socialdemócrata y los sindicatos (que posteriormete hubo de legalizar cuando se demostró lo negativo de tales medidas), aunque con válvulas de escape paternalistas: seguro obligatorio de enfermedad, vejez y accidentes, exigencias socialistas que se hacían realidad por primera vez en el mundo, y que los anteriores socios conservadores no podían admitir. A cambio se reautorizó la Compañía de Jesús, se reabrieron los seminarios y se anuló la Ley del matrimonio civil. Es decir, todo un antecedente de la política de la democracia cristiana hasta los años sesenta. Consciente del poder que le otorgaba tal alianza, Bismarck encomendó al Papa el arbitraje en el conflicto, provocado por él, con España, por las Islas Carolinas. El Papa decidió a favor del Reich. Durante el reinado de León XIII el cometa Brooks, que tiene un periplo de 7 años, apareció acompañado de 4 fragmentos en forma de satélites, pero este cometa no es especialmente luminoso. En vida del Papa se publica un biografía del mismo, indudablemente con autorización pontificia –pues de lo contrario se corre el riesgo de que la Congregación para la Propaganda de la Fe, Propaganda Fide, heredera de la organización inquisitorial, lo incluya en su Índice de Libros Prohibidos– que incluye un capítulo titulado Lumen in coelo.
103.Ignis ardens (‘pueblo ardiente’). Pío X (1902 – 1914) es el último Papa canonizado hasta la fecha. En 1905 se declara un violento incendio en San Francisco, pero la causa fue el célebre terremoto, que debiera ser lo profetizado. En 1913 Einstein ultima su Teoría General de la Relatividad (del espacio y el tiempo, necesaria para mantener como inmutable la ley newtoniana de la energía cinética, modificada añadiéndole el sumando de la energía potencial encerrada en el átomo –mc2– como la de la fuerza y la acelaración, por lo que en puridad, debería llamarse Ley de la Estabilidad General de la Física en cualquier espacio y tiempo considerado) de la que se derivaría la construcción de las bombas atómicas. Murió 16 días después de iniciada la I Guerra Mundial, que en aquellos momentos apenas había traspasado la fase de movimiento de tropas, que se dice profetizó, así como la proximidad de su muerte –“¡Qué guerra más desdichada y abominable! ¡Me va a matar!”–. Teniendo en cuenta que murió con 79 años de edad, no resulta difícil que notara los efectos de la decadencia física que le hicieran presagiar su muerte.
Tampoco era difícil preveer la guerra. Metternich se trazó el objetivo de aislar políticamente a Francia, manteniendo lazos diplomáticos en tal sentido con todas las demás potencias europeas. La Prusia emergente necesitaba establecer distancias para su proyecto pangermánico limitado: se aleja de Austria y pacta con Francia. Tras la derrota austro-húngara, la doble corona se acerca a Francia para protergerse de Prusia, escarmentada por la falta de apoyo inglés, mientras éstos, no queriendo implicarse en una guerra continental frente a la victoriosa Prusia, se alejan de la derrotada y pactan con ella (pactos entrecruzados). La derrota de Napoleón III y las unificaciones de Alemania e Italia hacen reconsiderar a Austria su posición, por lo que pacta con el Reich y Rusia, intentando repartirse los Balcanes. Inglaterra, con el objetivo de apoderarse de trozos del decadente Imperio Otomano (lo conseguirá con Chipre, parcialmente con Grecia, teóricamente nación soberana, y más tarde en Siria), se ve de­sairada y rompe sus pactos con Alemania. Disraeli dirá: “El Imperio Británico no tiene aliados permanentes, sólo intereses permanentes”. Por otra parte la tardía expansión colonialista de Alemania (“buscar un lugar bajo el sol”; Hitler lo denominará “necesidad de espacio vi­tal”) choca con los intereses británicos. El avance ruso hacia la In­dia, la creación del estado-tapón de Afganistán (atajo de tribus semisalvajes en contínuas guerras internas, pero aliadas de Gran Bretaña), la construcción del ferrocarril transiberiano y la invasión rusa de Man­churia hacen temer un enfrentamiento en Asia. El modernizado Japón Meijí aprovecha la oportunidad que se le brinda (además de avanzar posiciones para el asalto a Corea y Manchuria) consiguiendo en 1902 un Pacto con el Reino Unido. Francia comprende que no puede seguir aislada y también aprovecha la ocasión para iniciar con los británicos una Entente cordiale en 1904. En ese año Japón ataca, sin aviso previo, Port Arthur, aniquilando la flota rusa del Pacífico con sus lanchas torpederas. Rusia envia la flota del Báltico, pero la flota japonesa, alertada por sus servicios de espionaje, la esperaba en los estrechos de Filipinas, donde la hunde utilizando una técnica nueva: disparar a larga distancia, de frente, sin posibilidad de réplica, con los cañones de grueso calibre de las torretas de proa.
El Imperio Británico se sobresalta: toda su teoría de combate en alta mar con los cañones de borda (artillería secundaria, de menor ca­libre y alcance, pero mayor precisión) se viene abajo. A toda prisa la Roval Navy proyecta un nuevo acorazado, el Dreadnought, sin artillería secundaria y con 5 torretas dobles de calibre grueso, frente a las dos tradicionales, que, además, disparan en elevación, a larga distancia: 28 kilómetros. Se bota en el tiempo record de 2 años, dejando instantáneamente anticuadas todas las flotas, incluida la suya propia, algo que no se había previsto. Alemania reacciona de inmediato alteran­do, sobre los diques, los proyectos en marcha. Dado que todos los buques anteriores eran considerados inútiles, en 1911 el Reich había igualado su flota principal de combate con el Imperio Británico, algo im­previsible cinco años antes, cuando el Reino Unido la duplicaba: una demostración más de cómo un avance en tecnología militar puede volverse contra sus iniciadores (actualmente tenemos una prueba en el creciente desequilibrio en armas atómicas; quizás próximamente con la “guerra de las galaxias”, si sobrevivimos). En 1912 Gran Bretaña reacciona aprobando un grandioso plan naval que duplicaría su flota: a partir de entonces Alemania sabe que sólo cuenta con unos 4 años para aprovechar la irrepetible oportunidad histórica de derrotar al Imperio Naval en su elemento. En 1904 había surgido otro tensión: un acuerdo entre España y Francia para repartirse Marruecos. Los alemanes se oponen enérgicamente, por lo que el Reino Unido convoca la conferencia de Algeciras y entrega la mayor y más rica par­te del Magreb a Francia, con los votos de Estados Unidos, España (que percibe en compensación la parte montañosa y levantisca de Marruecos, como “colonia-tapón” para evitar los roces de Francia con Gibraltar) e Italia (que recibe secretamente Libia, como tapón entre las dos grandes potencias africanas, y a cambio de romper su alianza con los imperios centroeuropeos, iniciando la “Triple Entente”). Descontentos con el acuerdo, los alemanes llevan sus cañoneras a Agadir en 1911 (“para defender la soberana del sultán de Marruecos”), de donde no salen hasta que, tras temerse una guerra inminente, se le entre­gue Togo y Camerún (olvidándose, entonces, de la “soberanía” del sultán). Mientras tanto, el Imperio Turco ha estallado. Ante la imposibilidad de la conquista directa –por el equilibrio de poderes– Austria, Rusia y el Reino Unido han troceado los Balcanes en Estados semi-vasallos. Italia declara sus intenciones anexionistas en Croacia, Albania y el Egeo, a lo que Austria se opone, aumentando sus divergencias, y se anticipa anexionándose el protectorado de Bosnia-Herzegovina en l907, lo que origina la explosión terrorista de los nacionalismos independentistas, que prenderían la mecha con el asesinato de Sarajevo. Los pequeños paises, con la oposición de las potencias, que deseaban mantener la estabilidad en la zona, acuerdan, tratados para su seguridad recíproca, frente al inminente peligro austríaco, lo que les hará sentirse fuertes como para acabar con las posesiones turcas en Europa, en 1912. El resultado de la guerra favorece los intereses rusos y refuerza el nacionalismo independentista de polacos, checos y húngaros. La única solución parece ser la invasión de Serbia y Montenegro, para restablecer el “orden”, a lo que colaborarían Bulgaria y Turquía. En estas perspectivas Serbia pacta con Rusia y ésta con Rumania, Francia y Gran Bretaña. En tal situación, maniatadas las potencias para intervenir directamente, se produce la “segunda” guerra de los Balcanes, en 1913, con claro triunfo serbio. La guerra estaba servida. Para preveerla sólo se necesitaba la información adecuada. Sin embargo, la posible alusión de este lema a la I Guerra Mundial, no está jusfícada para este papado, ya que sólo conoció los primeros lances: movilización de tropas, algunas cargas y contracargas de caballería y las inmensas columnas de infantería convergiendo sobre Polonia y la invasión de la neutral Bélgica. La primera gran batalla, definitiva para el frente del Este, fue la de Tannemberg. Más claro quedaría si se refiriese a Pío XII, testigo de las primeras experiencias nucleares, y los bombardeos de ciudades con bombas incendiarias.
104.Religio depopulata (Religión despoblada). Benedicto XV (1914 – 1922) sí conoció todos los desastres de esta guerra, con sus 30 millones de muertos. Sin embargo, el número de víctimas fue muy superior en la II guerra mundial, incluso excluyendo la guerra en el Pacífico (¡curiosa contradicción!: guerra en el Pacífico) y no fue profetizada. Igualmente podría referirse a la crudelísima Guerra de los 30 años, donde algunas zonas (Palatinado, Wurtenberg, Brandenburgo y Pomerania, entre otras) perdieron el 50% de su población, en gran parte por migraciones más o menos forzosas. También podría aplicarse a cualquiera de las muchas pestes que asolaron la urbanizada Europa. Además, ¿por qué referirse a la religión en vez de a naciones? Si se alude a la pérdida de fe, también se “profetiza” con retraso. Es un fenómeno que acompaña toda la industrialización y al traslado poblacional del campo a la ciudad. Así ocurrió en los siglos XVIII, XIX y XX. Incluso aconteció durante el franquismo (tanto en la posguerra como en la etapa opus-desarrollista), sin que durante este papado se produzca una aceleración especial (ni siquiera por la Revolución Soviética, cuya influencia en la religiosidad es totalmente comparable a cualquier desarrollo industrial, considerando lo vertiginoso de su transformación en los primeros planes quinquenales). Si se interpreta, incorrectamente, que religio es catolicismo, estaría igualmente explicado si se aplicase a la ruptura con la Iglesia cristiana de Oriente (Ortodoxa o ‘auténtica’), o con la erupción de las Iglesias Reformadas, Sólo parcialmente compensada con el bautismo forzoso de los indios americanos, de población escasa y diezmada por las guerras de conquista, las campañas de apresamiento de “encomendados” (especie de servidumbre o esclavitud, con la justificación de su encomienda para la instrucción y conversión, que les subordinaba al hacendado, empresa minera u orden religiosa que pagara el canon correspondiente), las epidemias llevadas por los europeos, la destrucción de canales de riego, terrazas de cultivos y caminos comerciales (para evitar cualquier reorganización que opusiera resistencia a la conquista), la huida de los índigenas a montañas y desiertos, y la represión contra la resistencia religiosa.
105.Fides intrepida (‘fe intrépida’). Achille Ratti era famoso alpinista mucho antes de ser coronado como Pío XI (1922 –1939). La Gran Guerra había revolucionado el continente: se proclamaron 12 Repúblicas, nuevas o renovadas Constituciones, los sistemas decimonónicos burgueses o “democracias censitarias” (sólo tenían derecho a voto los que pagaban cierta cuantía de impuestos, según listas de censos fiscales) se sustituyen por “democracias populares” (cada hombre un voto y sólo uno, lo que hasta hace muy pocos años no se cumplía en Irlanda del Norte, pues los universitarios que poseían dos casas o más, tenían varios votos), incluso se admite el voto de las mujeres (excepto en Luxemburgo, a pesar de ser miembro del Mercado Común y de la OTAN, que dice defender la democracia) y se consolidan los parti­dos políticos de masas (salvo en Estados Unidos, donde pervive el sistema arcaico de los grupos de notables y promotores de candidatos, sin estructura estable ni ideología diferenciada: sólo dinero a cambio de promesas de leyes favorables para los promotores). Aún así, no puede evitarse la “contaminación de la revolución socialista”: por la Constitución de 1921 la  Российская Советская Федеративная Социалистическая Республика –‘República Asamblearia (“Sovietika”) Federal Socialista’– se define como “la Patria de los trabajadores”. Para evitar su expansión, repitiendo la estrategia practicada frente a la Revolución Francesa, el Reino Unido decreta el bloqueo económico, un nuevo “cordón sanitario”. Se cierran fronteras: se prohibe el comercio (sobre todo de prensa y libros), los viajes y la emigración. Mientras, se fomenta la guerra civil, armaando y financiando a los contrarrevolucionarios. Cuando todo ello choca contra el entusiasmo popular, fracasan­do, norteamericanos, japoneses, ingleses, franceses, polacos, ucrania­nos, finlandeses, letones, estonios, lituanos (buen pago a la libera­ción del Imperio zarista debida a la Ley de las Autonomías y del dere­cho de autodeterminación de los pueblos, de Lenin), austríacos, checos, húngaros, rumanos y búlgaros, invaden la R.F.S.S. de Rusia. Como ocurrió en Francia, el ejército popular los derrota sucesivamente. uno tras otro, pero igualmente el caos económico es inmenso: pe­nalidades, hambre y escasez de viviendas, carbón y leña. También se expanden los radicalismos, la anarquía, el terror, igual que en Francia, lo que se usa como propagada antibolchevique, como se hizo contra los liberales franceses. Aun así, la revolución se expande, como ocurrió durante el siglo XIX. Las concesiones no dan resultado y las democracias populares se demuestran propicias para la toma del poder de los trabajadores y sus organizaciones. En Alemania se aprueba una Constitución presidencialista que es copia de la imperial: se sustituye al Kaiser por un Presidente socialdemócrata mediante pacto con las jerarquías militares, garantizando que no habría cambios revolucionarios. Los marineros de Kiel se consti­tuyen en soviet y se sublevan, igual que el Partido Comunista en Berlín. El ejército da cuenta de ellos, fusilando sin juicio a sus dirigentes, con lo que demuestra quién es el verdadero dueño de la situación. Como réplica se proclama la República Soviética de Baviera, que resistirá meses al ejército, hasta su conquista, sufriendo una cruel represión. En este mismo año, 1919, se produce el experimento revolucionario en Hungría, cuyo fracaso acarreará un gobierno ultraconservador. En Italia los trabajadores exigen el “reparto” del botín de guerra, en función de los sacrificios empeñados, mediante una subida generalizada de salarios, lo que acarrea una oleada de numerosísimas huelgas. Para acabar con ellas, la gran patronal, Confindustria, contrata los servicios del antiguo agitador socialista, pasado a las filas del extremo nacionalismo durante la guerra –por desacuerdo con la po­lítica neutralista del P.S.I.– Benito Mussolini, que utiliza los excombatientes enrolados en Fasci italiani di combatimmento (algo así como ‘combatientes italianos escogidos’) para organizar squadre d'a­zione, que asesinan a los dirigentes sindicales y destruyen los loca­les y periódicos de las organizaciones proletarias, contratando para ello obreros en paro, con lo que su crecimiento se vuelve tan rápido co­mo el recrudecimiento de la crisis económica de la posguerra. En 1922 la revolución nacionalista de Turquía desemboca en dictadura. El misno año de la elección del pontífice, Mussolini envía la Marcha de las Camisas Negras sobre Roma, con el beneplácito del Rey y del Papa, para “acabar con el desorden y la anarquía que los liberales no pueden evitar”. De toda Italia salen camiones y trenes con milicianos fascistas provistos de fusiles y granadas, conservadas como “recuerdos” por los excombatientes. El Gobierno ordena la intervención del ejército y declara el estado de sitio, pero el Rey se niega a firmar la declaración, y el ejército a enfrentarse a unos “patriotas”, por lo que dimite. A partir de ese momento se produce un cambio del curso de la historia. El Rey nombra Presidente del Gobierno a Mussolini, lo que parecía inconcebible dado el estrepitoso fracaso cosechado en las elecciones de 1919, formando gabinete con sólo otros dos fascistas (Interior y Exteriores), dos militares, tres de la Democracia Social, dos populares (partido formado por el sacerdote Luigi Sturzo, futura Democracia Cristiana), un nacionalista, un liberal y un independiente. En 1923 se producen el golpe de Estado del General Primo de Rivera (el Mussolini español, le denominó Alfonso XIII) y el levantamiento comunista y campesino de Bulgaria, con la consiguiente guerra civil. En 1925 se proclama la dictadura en Albania y en 1926, en Portugal, Grecia, Polonia y Lituania. En 1927 fracasa un levantamiento socialista en Austria, con lo que el Gobierno conservador se convierte en auténtica dictadura. En l929 se instaura la dictadura en Yugoeslavia. España, contracorriente, acaba con Primo de Rivera y sus sucesores, el general Berenguer y el almirante Aznar, proclamando la II República en 1931. Su Constitución servirá de modelo para otras repúblicas de posguerra, siendo el más avanzado de democracia de su época. En al-gunas cuestiones supera a la vigente hoy. En 1933, con minoría parlamentaria pero el apoyo del Zentrum católico, los liberales y las grandes empresas y finanzas, Hitler es designado Canciller, tras vencer la oposición inicial del Presidente, General Hindenburg, por la presión de los empresarios. Se incendia el Reichstag, se prohibe el Partido Comunista, posteriorteriormente el Socialdemócrata y los demás (salvo el Zentrum, por negociación con el Papa), disolviéndose finalmente la derecha. Una parte se incorpora al Partido Nazi y el resto desaparece de la escena política. Cuando, en el mes de agosto, muere de un ataque cardíaco el Presidente, se suprime el cargo, sustituido por el de Führer-Kanzller (Jefe, Caudillo y Canciller), limitándose el Reichstag, con uniforme nazi, a escuchar el discurso de reelección y aclamarlo, cada cuatro años. En 1934 se proclaman dictaduras en Estonia y Letonia. En 1936 se inicia la guerra civil española con el golpe de Estado del General Mola, en la que el bando rebelde recibe el apoyo de Hitler y el Papa, concluyendo en la dictadura del General Franco. En 1938 se establece la dictadura en Rumanía. Austria y Checoslovaquia son anexionadas por el III Reich. Además, bajo las apariencias parlamentarias existían dictaduras encubiertas en otros países. Por ejemplo, en 1930 el general Piłsudski dió un Golpe de Estado en Polonia. Publicó sucesivas constituciones que, aunque no prohibían los partidos políticos, hacían imposible su llegada al poder, recortaban los derechos obreros y se reprimió con crudeza las huelgas. En Finlandia, gobernaría un partido de corte fascista; en Irlanda, nacionalistas; en Suecia, conservadores simpatizantes del nazismo; en Noruega y Francia éstos se encuentran en la oposición, pero son muy numerosos. Tras la caída del gobierno socialista del Frente Popular francés, la derechización es notoria, propugnándose la colaboración con Hitler, que realizará el mariscal Petain. Mientras, en Gran Bretaña, los conservadores llevan al poder a Chamberlain, casado con una hija de Richard Wagner, el compositor ultranacionalista, admirado por Hitler. Influenciado por su esposa, consideraba lógicas las aspiraciones expansionistas alemanas: la Grösse Deutsche del III Reich. Es decir, hace 50 años Europa estaba como hoy Sudamérica o África. Esperemos que un recrudecimiento de la crisis no haga retroceder la Historia.
La Iglesia no podía ser ajena –y no lo era– a estos acontecimientos. Bajo una apariencia de uniformidad, se podían distinguir tres sectores claramente diferenciados. El mayoritario, en el que se integraba la Curia romana, veía a Mussolini como un salvador frente el marxismo, y no se recataba de saludar brazo en alto. Un sector minoritario, pero de relativa influencia, dada la aureola de intelectualidad de sus líderes (el cardenal Pacelli y el sacerdote Montini), advertía los peli-gros de jugarlo todo a una carta, insistiendo en la necesidad de no comprometerse, para que la Iglesia no se viera sorprendida en los avatares de la historia. El más minoritario y radical de todos estaba encabezado por el cardenal Roncalli, y defendía la democracia como el ú­nico sistema justo de gobierno y la necesidad de un compromiso de la Iglesia con los más necesitados, los más débiles, la defensa de los de­rechos del hombre y los pueblos (por ejemplo, el autogobienro), las mejoras sociales y la dignidad. Mussolini sabía que con su antiguo Partido del Fascio no podía conseguir el poder absoluto al que aspiraba. Para consolidar la simpatía de la Iglesia ordena el uso obligatorio del crucifijo en los juzgados y la enseñanza obligatoria de la religión católica en todas las escuelas, con lo que consigue el apoyo del Partido Popular (fundado por Acción Católica y el sacerdote don Sturzo, verdadero partido del Papa) para la nueva Ley Electoral, que otorgaba el 75% de los escaños a la lista que obtuviera el 25% de los votos, así como la integración de gran parte de dicho partido en una lista conjunta con fascistas y liberales (il listone), gracias a lo cual Mussolini pudo contar, con mayor o menor compromiso, con el 52% de los escaños. El socialista Matteoti denunció los abusos, violencias y asesinatos contra la oposicición, a consecuencia de lo cual es asesinado. El Partido Comunista propone una huelga general como protesta, mientras populistas, socialistas y liberales deciden una “huelga parlamentaria” hasta que se descubra a las asesinos del diputado. Il Duce (‘Duque’, Caudillo o Jefe; a imitación del Dux de la República Veneciana, apodo más prestigioso que el anterior de il capo, de resonancias mafiosas) reacciona acusando del crimen a los judíos y los masones, encarcelando a los comunistas y disolviendo a los Sindicatos y Partidos políticos, menos el suyo y anulando las actas de diputados en “huelga” o en la cárcel. La mayor parte de los miembros del Partido Popular se integran en el Fascio. Otros se retiraron de la polí­tica, pero el ejército de ocupación americano les dió alcaldías, junto a miembros de la mafia, en virtud de un acuerdo con el abogado de la mafia norteamericana, Harry Truman, para que éstos suministraran información y realizaran atentados y sabotajes. Con algunos de estos mafiosos, bajo la dirección del sacerdote Sturzo y el obispo Montini, se reconstruyó el partido, pero cambiando su nombre por Democracia Cristiana, para hacer olvidar la colaboración que el Partido Popular prestó a los fascistas. Una minoría se incorporó al movimiento antifascista y a la guerrilla partisana, terminando por integrarse en el Partido Comunista.
En 1929 debían tener lugar nuevas elecciones, siquiera fueran plebiscitarias, con Partido y listas únicos, pero Mussolini pensó otro golpe de efecto: un concordato con el Papa. Pío XI, obsesionado con la idea de unidad de la Iglesia, incorporó en las negociaciones a Pacelli, en representación del sector moderado –sería absurdo que la negociación la llevasen a cabo, en exclusiva, quienes admiraban a Mussolini y apoyaban su política– lo que servirá de freno al entreguismo de los cardenales romanos y a las críticas que, en algún momento, acabarían por extenderse. Por la misma razón, no podía permitir la intromisión del sector radical: el cardenal Roncalli fue “ascendido” a Delegado Apostó­lico y enviado a Turquía y Grecia, su exilio forzoso, de donde no regresaría hasta el fin de la guerra. El Concordato en sí otorgaba a la Iglesia la tutela de la sociedad italiana, fundamentalmente en los ámbitos familiar y escolar, cosa que ya, fraccionadamente, habían otorgado los fascistas, por lo que no se conceda nada nuevo. Paralelamente se firmó un Tratado por el que se reconocía al Vaticano como Estado independien­te, con soberanía sobre la zona de recreo y palacio de verano de Castelgandolfo (cuestión en la que el cardenal Pacelli puso gran empeño) y las Basílicas de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros, indemnizándose económicamente por los reinos “expropiados”. Al mismo tiempo, se firma un acuerdo financiero por el que el Vaticano concedía un préstamo al Estado fascista, muy superior a las in­demnizaciones pactadas. E1 pago de dichos préstamos se fue posponiendo por la crisis y la guerra, siendo usado posteriormente como chantaje para el retorno de la monarquía, lo que no dio resultado, y para la victoria electoral de la Democracia Cristíana, conseguido lo cual se condonó.
A finales de 1932 se nombra Canciller de Alemania a Von Papen, diputado del Partido de Centro Católico. Como su apoyo parlamentario es ridículo, pretende implantar una dictadura, para lo que pide la colaboración de Hitler, pero éste, consciente del aumento de posibilidades que le concede la creciente crisis económica, reclama el poder en exclusiva. Se negocia una salida con los militares, banqueros (algunos de ellos judíos, de los que varios serían perseguidos posteriormente) y los industriales (Krupp, Siemens, etc.), acordando un programa moderado y un gobierno de coalición, con Hitler como Canciller y sólo dos ministros nazis, situación idéntica al primer gobierno de Mussolini. El Vicecanciller Von Papen, con su objetivo puesto en la anexión de la católica Austria (que dirigiría 5 años después como embajador), intenta el acercamiento al Vaticano. Para arropar la maniobra Hitler había prohibido todos los partidos políticos, excepto el suyo y el Zentrum. Como gesto de buena voluntad éste se autodisuelve, y poco más tarde (171 días después de la designación de Hitler) firman un Concordato Von Papen y el Cardenal Pacelli, a la sazón Secretario de Estado del Vaticano en reconocimiento de lo que se consideró buena negociación del Concordato italiano. Sin embargo, esta firma no tenía sentido. Se trataba de un simple golpe de propaganda que no limitaba en absoluto a Hitler: no tenía la menor intención de cumplirlo. La mayoría del Partido de Centro Católico se integró en el nazi. La actitud de la Iglesia respecto a Hitler contrasta fuertemente con el acoso continuado y pretensiones de derribo hacia la República Alemana que éste liquidó, igual que contra la República Española. Otro sector del Zentrum se retiró a la inactividad (como hizo Konrad Adenauer), por lo que serían escasamente molestados por los nazis. Las fuerzas de ocupación norteamericanas los sacan del retiro para reconstruir el partido en 1945, pero cambiando su nombre por el de Unión Demócrata Cristiana (CDU) y Unión Social Cristiana en Baviera (la versión regionalista para dicho estado federado, habitual socio de CDU en el parlamento federal), con lo que se facilita el voto de los protestantes para llegar a ser fuerza mayoritaria. Una minoría se integraría en la oposición antinazi, que organizó enfrentamientos universitarios, cruelmente reprimidos, la resistencia, la red de espionaje soviética y la guerrilla, acabando por incorporarse al Partido Comunista, que, al fusionarse con el Partido Socialdemócrata y los restos del Partido Socialista Independiente, se hicieron hegemónicos en el sector oriental. En los sectores occidentales las fuerzas de ocupación prohibieron tal fusión. Las primeras elecciones de posguerra se realizaron en la República Federal tras el plan Marshall, al que el Partido Comunista se negó, pues imponía el dolar como sistema internacional de pago, controlado en exclusiva por el Gobierno norteamericano, así como a la creación de la OTAN y a la independencia de la Republica Federal Alemana, que suponía la ruptura del país. Se habían creado las condiciones que, en el contexto de la guerra fría, sus resultados electorales descendieran brutalmente, y en 1953 el Tribunal Constitucoinal pudiese probibirlo, poco antes de la integración de la R.F.A. en la OTAN, de forma que el único valedor en Alemania occidental de la unificación desaparece.
106.Pastor angelicus (‘pastor angélico’ o angelical). Este lema debería ir bien a casi cualquier Papa, sobretodo si se ha propuesto su beatificación, como es el caso de Pío XII (1939 – 1958), cosa que hizo Pablo VI. Por otra parte, ángel significa en griego ‘mensajero’ (εὐ αγγέλιον es ‘buena noticia’ o buen mensaje) y este lema define precisamente al primer Papa que usó la radio y la prensa. También publicó Encíclicas, como su antecesor, pero a diferencia de éste, las escribía, no se limitaba a firmarlas. Sin embargo este Papa carecía de experiencia pastoral, pues toda su carrera transcurrió en la Curia, Nunciaturas de Baviera (donde le cogió la insurrección comunista) y Berlín, siendo desde 1970 Secretario de Estado, por lo que sus Encíclicas son de carácter intelectual, teórico, sin ningún contacto con los sentimientos de los fieles.

Pertenecía a la “aristocracia negra”, rancia nobleza romana que, en solidaridad con el encierro del Papa en el Vaticano, desde donde no salía tras el sitio de Garibaldi, permaneció enclaustrada en sus pala­cios hasta la firma del Concordato. Su abuelo fue Director del Osservatore Romano, periódico oficial del Vaticano, y su padre, Filippo Pacelli, fue decano de los abogados papales. Así, contó con influencia suficiente para pernoctar en casa de su madre, ya que era una persona muy timida, enfermiza –tres veces estuvo hospitalizado por tuberculosis– y propenso a las depresiones. En una de sus hospitalizaciones conoció, en el Sanatorio de Roschach, Suiza, a sor Pascua1ina, monja alemana que influirá notablemente en su vida y viviría desde entonces en un dormitorio contiguo al suyo, velando sus enferme­dades y depresiones.
Su primer acto de gobierno, tras su coronación, fue dirigir una carta al Führer, en la que, abandonando todo protocolo, se mostraba deseoso de mejorar las relaciones, olvidando la persecución de que eran objeto los católicos de Alemania, Austria y Checoslovaquia. P. I. Murphy y R. R. Arlington, en su libro “La Popessa” (‘La Papisa’, sobre sor Pascualina) mantienen que el obispo Pacelli, a raíz del levantamiento comunista de Baviera, entregó dinero a Hitler para perseguir “la obra del Diablo”. Aunque está demostrado que muchos prelados actuaron así parece difícil de creer de quien llegó a ser Secretario de Estado del Vaticano y Papa, siendo toda una falta de diplomacia y un las­tre para el futuro. Este dato no ha sido repetido por ningún otro historiador. Además, en dicho libro hay bastantes datos erróneos. Por ejemplo, no menciona el préstamo que la Iglesia hizo a Mussolini, lo que hace del Concordato y el Tratado anexo un buen negocio para la misma.
Desde su Nunciatura de Baviera, durante la Gran Guerra, había realizado propuestas de paz, desde unas perspectivas de apaciguamien­to, benévolas para los Imperios Centrales e inaceptables para los aliados. El presidente Wilson debió tomar algo de estas propuestas para sus utópicos “14 puntos”. Cuando la nueva guerra parecía inevitable, hizo gestiones en el mismo sentido, pero los aliados habían comprendido el peligro del apogeo fascista. Hay que tener en cuenta que Hitler, en su Mein Kampf, había escrito que trataría de obte­ner la paz con Inglaterra para evitar una guerra naval hasta obtener superioridad maritima. En 1934 había prometido a los militares, respondiendo a sus exigencias, no forzar la guerra hasta 1944, cuando el programa de rearme estuviese completo. En tal sentido se movió la diplomacia nazi, llegando a enviar al reich-führer Rudolf Hess en misión secreta, si bien fue desautorizado cuando Churchill aseguró que no habría negociaciones.
En l940 se firma el Concordato con la Portugal salazarista. En la misma linea que Hitler, que convirtió el 1º de Mayo en conmemoración nacionalista para ocultar su carácter marxista, el Papa declaró la festividad de San José Obrero. En junio propuso a Londres estudiar con detenimiento la oferta de paz que el Führer hizo al Reichstag. Durante la guerra el Vaticano acogió a numerosos perseguidos y organizó obras asistenciales, como una oficina de información sobre el paradero de prisioneros y desaparecidos (recordemos que Suecia, simpatizante de los nazis, con su rey a la cabeza, potenció las negociaciones de paz –excluyendo la U.R.S.S.–, la entrega de alimentos y ropas, la Cruz Roja y la inspección de los campos de exterminio, lo que fue poco más que un formulismo, del que se beneficiaron los corruptos jerarcas nazis), pero nunca hubo, una denuncia auténtica ni formal de la cruel persecución que sufrían millones de personas: rusos, comunistas, sindicalistas, judíos y gitanos. El Vaticano invirtió ingentes sumas, recaudadas en Estados Unidos, para financiar la emigración y fuga de los perseguidos. Von Papen, enfrentado a Hitler por la represión de los católicos, no de­nunciada por el Papa, fue enviado como embajador a Turquía. Compren­diendo que, al no cumplirse las previsiones durante la invasión de la U.R.S.S., la guerra no podía ganarse, contacta con el cardenel Roncalli, quien demuestra sus dotes diplomáticas, para que el Vaticano interceda por una paz “justa”, en parecidas condiciones que el Papa lle­gó ofrecer en el mensaje navideño de 1939 (¿no había ocurrido nada desde entonces?). Los mensajes navideños de 1940 y 1941 insistieron en los mismos puntos. Los aliados protestaron: Holanda, Luxemburgo, Francia e Inglaterra exigieron se culpara claramente al agresor –curiosamente, lo mismo que exige hoy el Irán de Jomeini–. Los Estados Unidos contestaron sin lugar a dudas: no habrá paz sin devolución de los territorios conquistados y aniquilamiento de los fascismos alemán, italiano y japonés. El intercambio de embajadores con Japón en plena guerra supuso un nuevo disgusto para los aliados. Cuando Mussolini invade Francia el clero italiano apoyó manifiestamente la entrada en guerra, colaborando en la política propagandística del partido, que veía como el pueblo era totalmente reticente a aceptar los riesgos de tal confrontación. El Pa-pa solicita de los aliados que no se bombardee Roma, a lo que le responden que se respetará Ciudad Vaticano (imposible de distinguir del resto de Roma desde el aire), pero el destino de Roma dependería del comportamiento italiano. Cuando Londres comprueba que la aviación italiana había colaborado en los bombardeos de Francia, Reino Unido y Grecia, se esfumaron las reservas. Cuando los norteamericanos bombardean Roma (considerada ciudad sagrada por el Papa), siendo casi destruida la Basílica de San Lorenzo, Pío XII sale a la calle, se mezcla con la multitud, como hacía siglos no había hecho ningún Papa, y se deja arrastrar por la emoción, ofendiendo a los aliados, mientras Mussolini, trasladada la capitalidad a Saló –Roma había sido conquistada por los alemanes, junto con el resto de Italia, cuando el Gran Consejo del Fascio destituyó y encarceló a Mussolini, firmando la paz con los aliados, excepto con la URSS– los llamó “gansters aviadores”. Los aliados respondieron al Papa que se había abstenido de hacer manifestaciones de esa índole cuando las potencias del eje habían destruido iglesias, incluso católicas, con artillería o aviación, dentro y fuera de capitales muy po-bladas.
El 25 de abril de 1945 la guerrilla comunista consigue el levantamiento insurreccional de Génova, Milán y Turín, hacia donde confluyen desde sus posiciones en el monte, el campo y los pueblos. Mussolini, asustado, pide la intermediación del cardenal arzobispo de Milán, Ildefonso Schuster. Justo ese día se conmemoraba la victoria de la batalla de Ogaden, en 1936, decisiva para la invasión y ocupación de Etiopía por parte de Italia. Schuster oficiaba un acto de exaltación de la bandera italiana en la catedral de Milán con tal motivo y enalteció sus efectos: “lleva el triunfo de la Cruz de Cristo, (...) allana el camino a los misioneros”, sin que el Vaticano lo desautorizase o reprendiese, como tampoco lo hizo cuando cardenales y franquistas hablaron de “Cruzada de Liberación Nacional” para referirse a la sedición de los generales contra el legítimo Gobierno de la República Española. Los aliados no establecen contacto y Mussolini decide huir, pero el Comité de Liberación Nacio-nal, internado en zona ocupada, compuesto por el socialista Sandro Pertini –futuro Presidente de la República Italiana–, Sereni, del Partido Comunista, y Valiani, del Partido de Acción, sospechan que los aliados intentarían salvarle la vida, con el peligro que el mito fascista sobreviviera y ordenan la ejecución de la condena a muerte, que anteriormente habían publicado. Para ello envían una columna de la guerrilla comunista, al mando del Comandante Valerio, que cumplió puntualmente, junto a otros jerarcas capturados (y a la señora Petacci que, según declararon los partisanos, se abrazó a su amante en el último momento), colgándolos por los pies de la estructura de una gasolinera en construcción, en el Piazzale Loreto de Milán, donde poco antes habían sido fusilados varios resistentes. Como la falda de Claretta se volvió hacia abajo, el cardenal Schuster realizó gestiones para que la sujetasen con un imperdible entre las piernas, lo que hizo una mujer que se ofreció a ello.
Desde 1939 los Estados Unidos habían contratado al físico italiano Fermi para que construyera un pila atómica (reactor nuclear) capaz de enriquecer el uranio, concentrando suficiente cantidad de isótopos fisionables para conseguir una reacción en cadena. A finales de 1942 el reactor funcionó en medio del desierto, refrigerado por inmensos ventiladores movidos por motores diesel. Prácticamente derrotada Alemania, Roosevelt duda sobre la continuidad de la construcción de la primera bomba a partir del reactor atómico en funcionamiento (proyecto Manhattan): los informes dados por los científicos, enca­bezados por Einstein y Fermi, hablaban de inhumanas consecuencias de tal invento. Sin embargo, la muerte de Roosevelt, poco antes de la de Mussolini y Hitler, supone la salvación del proyecto. Su sucesor, Harry Truman, había dicho en 1941: “Si vemos que Alemania está a punto de ganar la guerra, debemos ayudar a la URSS; pero si vemos que es la URSS la que está a punto de ganar, debemos ayudar a Alemania”. Recordemos que éste fue el hombre creador de la OTAN. El 17 de Julio de 1946 estaba negociando con Stalin en Postdam cuando un telegrama le informa del éxito de la primera prueba nuclear: “el niño ha nacido de manera satisfactoria”. A partir de ese momento, las negociaciones, que estaban siendo refrenadas y enlentecidas por Truman, se hicieron imposibles. Se incumplen los anteriores acuerdos de Yalta y Teherán y la alianza es sustituida por los enfrentamientos, la exigencia de devolver de inmediato los préstamos de guerra y el inicio de la guerra fría. No se derrocaría a Franco, aunque se le obliga a devolver Tánger, ocupada durante el avance de Rommel en Libia. Hiro-Hito permanece como Emperador de Japón. Se acepta su rendición unilateral, igual que se hizo con Hitler, aunque se habían dado seguridades de no aceptar una rendición si no era conjuntamente con todos los aliados. No habría Gobierno de coalición con Mao-Tse-Tung, por lo que se inicia la guerra civil china. Se mantiene un ejército de ocupación (soldados japoneses con uniforme americano) en Corea del Sur, negándose a una reunificación negociada. Fran­cia recupera Tonkín, a pesar del acuerdo de autonomía-semiindependen­cia alcanzado con Ho Chi Minh. Así, da comienzo la fase francesa de la Guerra de Vietnam. No se reconoce al gobierno de la guerrilla pro-comunista de Birmania, por lo que empieza su guerra civil. La URSS abandonaría el nor­te de Iran –repartido con el Reino Unido en 1941 por las simpatías nazis del Sha–, perdiendo sus concesiones petrolíferas en beneficio de Estados Unidos; se rompería el Gobierno de coalición con el Partido Comunista; y no se reconocería la República Autónoma Kurda. Esta supresión derivó en una cruel represión (con fusilamiento de hasta los ministros comunistas), guerra civil e invasión del territorio por divisiones acorazadas británicas y estadounidenses. No se depone al Gobierno turco, aliado no beligerante del Eje –como Franco– aunque envió divisiones de “voluntarios arios” a la invasión de la URSS ni se accede a un gobierno de coalición como los for­mados en Afganistán, Finlandia, Noruega y Suecia. No se reconocería la República Griega: se reinstauró la monarquía y se excluyó del gobierno la guerrilla comunista, provocando una guerra civil de 3 años de duración, que finalizará con la intervención de divisiones acorazadas británicas y norteamericanas. Se procedió a la ocupación de Alemania por sectores, y no conjuntamente, como estaba acordado, igual que el desmantelamiento industrial, que se hace en beneficio exclusivo de Estados Unidos, sin repartir entre los vencedores. También es cierto que la zona oriental había quedado totalmente destruida por los bombardeos planificados, en gran medida “experimentales”: bombas “revientamanzanas” en Berlín, bombas “revientapresas” contra las centrales hidroeléctricas, bombas de fósforo para las industrias, napalm en Bresde –que se ha usado hasta la saciedad en Vietnam y el Sinaí–, etc. En Italia, los EEUU exigieron el desarme de la guerrilla comunista a cambio de participar en un gobierno de coalición con la Democracia Cristiana, del que dimitirían al oponerse al sistema internacianal de pagos en dólares (requisito previo para entrar en el Plan Marshal) e intentaron, sin éxito, reinstaurar la monarquía, a pesar del apoyo del Papa y el Vaticano, rechazado por un referendum. En definitiva, empieza la guerra fría en toda su extensión, aunque muchos historiadores se empeñen en posponerla harta 1948, cuando los soviéticos cierran los accesos terrestres a Berlín, atravesando su zona de ocupación.
La C.I.A. aseguraba que la URSS no tendría su bomba atómica hasta 10 años después, por lo que se decide no continuar con el desarrollo del ejército convencional (guerra defensiva), sino con el armamento atómico (guerra ofensiva, de destrucción, que utiliza como rehenes la población civil del enemigo, sus aliados, e incluso los que simpaticen o comercien con ellos, o sean neutrales), ya que este tipo de armas es más barato. Es más rápido y fácil construir una bomba atómica que el número de bombarderos y su escolta de cazas correspondientes, o la flota de acorazados o las divisiones de blindados, de equivalente poder de destrucción y capacidad de amenaza, o que la red de equipos de radares, aeropuertos, aviones de caza y artillería antiaérea capaz de evitar el ataque atómico. El ataque siempre es más barato que la defensa, porque el que ataca puede escoger momento y lugar, mientras que quién se defiende no puede dejar hueco libre. Esto lo sabía muy bien Hitler, y lo demostró en Polonia, Noruega, Holanda, Francia, la URSS, etc. Para sorpresa del gobierno de EEUU, en 1948 los soviéticos construyeron su primer reactor nuclear en Siberia. Lo refrigeraban con agua de un río próximo. El agua, al hervir, movía unas turbinas, generando electricidad. La URSS hizo una inmensa propaganda de esta primera central atómica, denominándola “átomos para la paz”. En realidad, su objetivo es el mismo que el de todas las centrales nucleares producidas desde entonces: obtener uranio enriquecido o cenizas de plutonio para poder fabricar bombas. Consecuentemente, en 1949, los soviéticos realizan su primera experiencia de explosión atómica. La estrategia del “roll back” (‘pasar el rodillo’: amenaza continuada de ataque nuclear ante cualquier tentativa soviética de oponerse a la ofensiva anticomunista norteamericana) se demuestra como un inconmensurable error. Las dificultades existentes desde entonces para llegar a un eficaz desarme atómico son consecuencias de ello: la URSS invirtió una cantidad ingente de recursos en mantener la superioridad defensiva y convencional hasta que consiguió el equilibrio nuclear –lo que supuso para la OTAN cumplir su objetivo secundario, que la población civil de los países del Este sufrieran un costo en su nivel de vida consecuentes al bloqueo económico y acoso nuclear–, de forma que cualquier acuerdo que obligue (efectivamente, y no teóricamente, como hasta ahora, pues el tope y tipos de armas fijados obligaban exclusivamente a la URSS) a la OTAN a disminuir su arma atómica, significaría hacer pesar sobre su población civil el mismo coste soportado antes por los países del Este, el coste del equilibrio convencional y defensivo. En esta situación de tensión psicológica, Mao-Tse-Tung juega su baza de la guerra de Corea (contra su condena en la ONU los soviéticos no utilizarán su derecho de veto), primera guerra en la que intervienen los Estados Unidos sin vencer, conformándose con mantener la situación de equilibrio anterior, y el Papa publica una nueva condena al marxismo –ni una se hizo contra el fascismo– y, en 1950, el dogma de fe de la Asunción al cielo en cuerpo y alma de la Virgen María. Gran número de teólogos se opusieron a tal medida, que consideraban impropia del siglo XX, sino de la tradición medieval. No obstante, con estas referencias se trata de recuperar el apoyo popular perdido tras el derrumbe del Fascio y la victoria de la República en el referendum italiano. Recordemos que la Iglesia había apoyado la monarquía. Durante la campaña electoral, Pío XII había dicho que se trataba de una “elección entre los partidarios y los enemigos de la civilización cristiana”, frase, por otra parte, muy repetida en diversas ocasiones.
El agravamiento de la guerra fría (es decir, la confrontación sin llegar a la guerra nuclear, de cuya victoria ya no se puede estar seguro) fue paradójico para el franquismo. Por un lado, la OTAN necesitaba justificar la exclusión de los comunistas de todos los gobiernos de Europa occidental, algunas ilegalizaciones de partidos comunistas, e incluso la “caza de brujas” generalizada. El único argumento que se consideró apropiado fue situar a un lado de la “cortina de hie-rro” (aunque en español se popularizó la traducción telón de acero) a todos los defensores de la democracia, y de otro a los contrarios. En esta línea se sitúa el acoso a Franco, el bloqueo económico, las condenas de la ONU y el trabajo de los norteamericanos y británicos, iniciados durante la Guerra Mundial para anular los de la Gestapo (Geheim Staat Polizei, ‘policía secreta del Estado’) y propiciar un golpe de Estado monárquico. Por otro lado, la perspectiva de una nueva guerra civil en España, y las necesidades estratégicas de situar bases de bombarderos atómicos alejadas del radio de acción de los cohetes soviéticos de la época, hacen pensar en el mantenimiento del régimen y en un acuerdo militar, aunque separado de la “cobertura política” de la OTAN. Franco juega todas sus bazas: desarticulación democrática (mantenimiento de campos de concentración, ejecución de sentencias en suspenso, encarcelamiento preventivo de sospechosos, etc.); alejamiento del poder de cualquier de cualquier núcleo de discrepancia (destitución de militares monárquicos); acercamiento táctico a Perón, Hispanoamérica y el mundo árabe. Apoyó a Acción Católica. En el gobierno, entraron los residuos de la fracción católica de la CEDA (Ruiz Jiménez, por ejemplo) y se presentó éste como adalid del anticomunismo dispuesto a enfrentarse a la Unión Soviética. Por último, la oferta de un acuerdo secreto por el que está dispuesto incluso a ceder soberanía ayudó mucho al acercamiento: uso exclusivo de zonas e instalaciones en territorio español en la forma que fuera necesaria, por las tropas norteamericanas, bajo la declaración unilateral de alerta, sin previo aviso, ante cualquier “agresión comunista” en cualquier lugar del mundo y sin limitación de tiempo. La mejor baza, sin embargo, para conseguir tal acuerdo, fue la firma del Concordato con el Vaticano el 27 de agosto de 1953. Lo consiguió el Ministro de Asuntos Exteriores, Martín Artajo, asesor jurídico de la Falange y Presidente de Acción Católica, que había aceptado el cargo de Ministro tras consultar al cardenal Plá y Deniel. Entre el clausulado del Concordato aparece un privilegio medieval: para la elección de obispos había que presentar una terna a Franco, para que éste escogiera, lo que obligaba a la negociación. Por esto, recuerda al Pacto de Le­trán, que obligaba al Papa a negociar con Mussolini el nombramiento de cualquier prelado italiano. Treinta dias después que el Concordato, se firma el Tratado de Amistad Hispano-Norteamericano y el acuerdo secreto (“Nota adicional al párrafo 2º del artículo 39 del Convenio defensivo entre los Gobiernos de España y de los Estados Unidos”, vigente en su redacción original hasta 1970), por el que se cede a Norteamérica el uso militar de España, y sin la contrapartida del Plan Marshall.

107.Pastor et nauta (‘pastor y navegante’)

E1 cardenal Roncalli, desde su delegación apostólica, no sólo había entrado en contacto con el gobierno nazi, sino que contactó con el embajador estadounidense, asiló a nazis perseguidos por el nazismo, colaborando en su fuga, fundamentalmente           judíos –mientras el Vaticano callaba cualquier denuncia de estos hechos– pero también guerrilleros comunistas, algunos comprados a los corruptos jerarcas nazis. Al otro lado, el capitán de las S.S. Kurt Walheim, posteriormente secretario general de la ONU y Presidente de la República Austríaca, colaboraba en el transporte de deportados judíos y la represión de la guerrilla, según sus palabras limitándose a presenciar embarques y ahorcamientos –¡como si Hitler pagara sueldos a los selectos oficiales de las S.S. para que pudieran servir de testigos de sus crímenes–. Si en 1944 ó 1945 hubiese habido “elecciones a Papa”, los Estados Unidos habrían apoyado firmemente al cardenal. Sin embargo, en 1958 las cosas habían cambiado drásticamente: con el conservador general Eisenhower en la Presidencia, la guerra fría y el desarrollo de armas nucleares con perspectivas inquietantes, la apuesta norteamericana por la democracia y la tolerancia habían que­dado en caricatura trasnochada de la época de Roosevelt.
Los exégetas de la profecía pensaron que lo de navegante era una referencia a un Papa americano o africano, pero cuando anteriormente aparece esta palabra –Nauta de Ponte Nigro, para Gregorio XII–, apunta a Venecia, de donde Roncalli había sido Patriarca. Lo primero que desconcierta en el Papa Roncalli es su origen: campesino e hijo de campesinos, sus hermanos lo seguirían siendo durante su reinado y después. Lo segundo, es el nombre y el ordinal que escogió: Juan XXIII. Reinó entre 1915 y 1963. Juan fue el discípulo más amado de El Cristo. Quizá por eso sea el nombre más utilizado por los Papas. Escribió el más filosófico y enigmático Evangelio y el Apocalipsis, en el que se profetiza catastrófico fin del mundo, entre difíciles juegos de palabras, que algunos han interpretado como fórmulas. Lo extraño es que desde el último Juan XXIII (1410-1415), nadie había utilizado este nombre, pues, recordemos, había controversia sobre la legitimidad de este Papa, ya que fue elegido por el Concilio de Pisa, autoconvocado por algunos cardenales, sin la participación del Papa ni del Emperador ¿Era válido este Concilio? Sin embargo, el antecesor pisano de aquel Juan XXIII, Alejandro V, había sido legitimado al tomar Rodrigo Borgia el nombre de Alejandro VI. Aceptando dicho nombre, el cardenal Roncali tomaba claramente partido, contradiciendo la decisión del Papa Borgia. Su homónimo pasaba automáticamente a considerarse antipapa, y el Concilio de Pisa a ponerse en serias dudas. Conociendo las actuaciones anteriores y posteriores hay que entender que Juan XXIII quería dar a sus opositores un mensaje de conservadurismo, una especie de pacto tácito de no hacer “revoluciones”, pero se trataba de un mensaje ambivalente. El anterior Juan XXIII había sido depuesto por otro concilio, el de Constanza, que, aun convocado por el Emperador Segismundo, fue el más democrático, el más participativo (contó con representantes de la secta ortodoxa, simples sacerdotes e incluso teólogos laicos, composición que iba a repetirse en el Concilio Vaticano II) y el más radical de todos, el que decidió que se debía reunir periódicamente (una especie de Asamblea Ordinaria, Congreso o Parlamento) y que su autoridad era superior al Papa.
Se dice que el cardenal Roncalli era Gran Oriente de la Masonería, y circula un libro de profecías atribuidas a cuando ostentaba dicho cargo, entre las que destaca el fin de la Humanidad a principios del siglo XXI. Lo curioso es que el Vaticano no haya desautorizado o prohibido tales atribuciones. También se le atribuyen milagros y se solicitó su beatificación. Una expresión muy utilizada por este Papa, que, posteriormente, se ha hecho de uso habitual, es “los signos de los tiempos”, que, en su contexto evangélico, se refiere a los que anunciaban el fin del Mundo. El Concilio Vaticano II impuso en las misas el ruego “Ven Señor Jesús”, palabras que cierran el Apocalipsis y por tanto, el Nuevo Testamento. Hubo otros Evangelios y textos atribuidos a los Apóstoles que, después de ser aceptados durante algún tiempo, fueron desautorizados, uno a uno, normalmente por interpretarse que había referencias mágicas en sus textos, algo, por otra parte, muy frecuente entre los sacerdotes de Jerusalén, que obtenían parte de sus ingresos adivinando el porvenir y sanando a enfermos,  y de la religión judía. Algunos aluden a la segunda venida de Cristo, es decir, al Juicio Final. Quizá conviene aclarar que cristo proviene de una palabra griega que significa ‘ungido con aceite oloroso’. Este aceite era el christma o carisma, un bálsamo. Era el rito de procedencia egipcia utilizado por los reyes (basileios o basilios, en Grecia) para ser presentados al pueblo tras su coronación, o con los muertos –embalsamados– para su presentación a los dioses.
La alusión de la profecía a pastor parece innegable, sobre todo teniendo en cuenta que inició un Concilio. Por la misma razón podría interpretarse, con mucha imaginación, que lo de navegante se refiere al “golpe de timón” que dio a la trayectoria de la Iglesia. Por otro lado, casi cualquier papa podría conceptuarse como pastor y Juan XXIII se distinguió precisamente por interferir lo menos posible en el Concilio, dejar que siguiera su propio curso, sin intromisiones. Lo que no cabe duda es que fue un hombre bueno, y como tal fue reconocido universalmente, así como por su amor a la paz y la concordia de los pueblos. También se le reconocía una sinceridad espontánea y simpáti­ca, que no le impidió ser un hábil diplomático.
Fue el primer Papa que expresó remordimiento de conciencia por usar la silla gestatorio –que hoy no se utiliza– debido a su peso. Es un trono sobre parihuelas que se porta a hombros, y es imitación junto al báculo y al anillo, de los que usaba el pontífice de Júpiter. Dicho anillo era un sello con el que se autorizaban las disposiciones del erario público, del que era custodio el pontífice joviano. El obispo de Roma usó en su sello las letras griegas IHS (Iota, Eta, Sigma), que corresponden al latín JES de Jesús) y, posteriormente, XP (Chi, Ro; en latín, CR de Cristo), uniendo ambas iniciales en el símbolo del pez, (en griego Ictios, semejante a “IX”-Teos, es decir, “JC­”-Dios), pues la cruz no se usó como símbolo hasta el siglo IV, ya que al principio los cristianos se sentían avergonzados de que el Cristo hubiera sido condenado a tortura tan humillante, que se aplicaba a pi­ratas, esclavos, rebeldes, enemigos vencidos... Cuando los cruzados descubren unos viejos maderos en el monte Gólgota y se decide que uno de ellos corresponde a la cruz del Cristo (por haber resucitado un cadáver presentado a cada uno de los maderos), se sustituye el sello por un solitario con un trozo de esta madera. Cuando dicho solitario se extiende a todos los obispos, y el número de éstos aumenta increiblemente, se toma cualquier madera, poniéndola en contacto directo con los restos que quedan de aque1 madero. Los pontífices romanos tomaron la silla y el báculo de los sacerdotes de de Isis, culto introducido por Cleopatra en el Imperio Romano siendo amante de Cayo Julio Caesar y lo venían usando varias dinastías de faraones. El báculo era usado por varias divinidades egipcias. El látigo espantamoscas (otro atributo faraónico) era símbolo de poder y direc­ción (lo usaban los campesinos para arar y trillar con bueyes) y el báculo era signo de guía, guarda y amor paternal. Lo usaban los pas­tores y los nómadas del desierto. Juntos, cruzados sobre el pecho, simbolizaban la unión del Alto Egipto (ganadero, desértico, intolerante, miserable y guerrero) y el agrícola, rico, tolerante, artístico, científico, comerciante y pacífico Bajo Egipto.
Quizás el sentimiento pastoral se refleja en las Encíclicas Mater et Magistra, en las que se profundiza en las cuestiones sociales y familiares con un progresismo que, en su globalidad, no ha sido superado, y en Pacem in Terris (11 de abril de 1963), en la que se aboga por la paz y la tolerancia, apoyando la estrategia de la distensión (aunque más exacto habría sido traducir detente como ‘destensión) que el asesi­nato de Kennedy y la inmediata escalada bélica en Vietnam harían imposible.
Elegido el 28/10/59, 89 días después, el 25/1/59, convocaba el último Concilio celebrado hasta ahora. La Curia Romana consideró que, tras la definición de infalibilidad del Papa, un Concilio era teológicamente innecesario, por lo que sólo traería críticas, dificultades, polémicas y palabrería, sin ningún resultado positivo. Eso es lo que piensan siempre las oligarquías influyentes en el poder absoluto de los órganos representativos. El Papa había supuesto que habría una sola sesión y que sus resoluciones se aprobarían por unanimidad: o fue una muestra de ingenuidad o de habilidad diplomática para evitar oposición inicial. Era la primera vez en muchos siglos que se reunía un Concilio para examinar la situación de la Iglesia y la posibilidad de renovarse, y no para condenar una herejía, un ata­que contra el Papado (caso del Vaticano I), un cisma, o resolver una controversia teológica. Por tanto, fue iniciado en un periodo de paz, al menos aparente, pero los temores de la Curia resultaron plenamente justificados: la desconfianza respecto de los obispos era mutua, de forma que la asamblea no escogió a ningún curial para nin­guna de las 11 comisiones que se formaron, sino a otros de tendencias contrarias, más bien progresistas, que representaben el sentir de la mayoría. El Concilio tuvo una larguísima preparación, incluso con encuestas para decidir qué tratar. Es decir, en el Concilio se debatieron los temas que interesaban a los obispos, no los que interesaban al Papa o a los convocantes, lo que suponía la predisposición más democrática que nunca se ha producido en la Iglesia. Esto ha hecho pensar a algunos estudiosos que Juan XXIII no tenía una idea clara de lo que esperaba fuese el Concilio. Quizás no tuviera una idea concreta, pero dió una orientación, en relación con la sociedad moderna, que sirvió de guía incluso después de su muerte: buscar lo que une en lugar de lo que separa. Esto supone una actitud diametralmente opuesta a la habitual en el catolicismo, a la persecución de herejías, a las “cazas de brujas” y represión de disidentes. También podía interpretarse que buscaba estimular a las bases, iniciar una revolución desde abajo –lo contrario nunca puede ser una revolución– y no contar con un coro de acólitos que demostrase su obediencia a las directrices papales. El Concilio se inaugura en 1962 y se produce la primera conmoción cuando se cuentan 1368 votos contra 822 al debatirse el esquema de la prelación de las fuentes de revelación. ¿Dónde estaba la unidad de la Iglesisia Católica, que había condenado secularmente a la hoguera, al desuello o al fuego lento la menor disidencia tantas veces? ¿Cómo podía decidirse con base en mayorías y minorías algo tan importante como la prelación de la presencia divina, en caso de duda o contradicción, cuando en 1948 se decía que no se podía decidir por votación si Italia debía tener presidente o rey, pues ello estaba decidido por Dios? Lo mismo sucedería más tarde con la ley de divorcio y la despenalización del aborto, pero resultaba sobretodo espeluznante porque la votación resultaba negativa para los planteamientos tradicionales. Otro punto crucial la sustitución de los ritos cuasi-mágicos por la comprensición y participación activa de los fieles en las liturgias, lo que no conlleva la sustitución del latín por las lenguas verculas pero significaba contravenir lo aprobado en Trento. Los conservadores, al considerar su posición minoritaria respecto de los progresistas, se escudan en la Constitución Apostólica Veterum Sapientae, con lo que sólo consiguen atraer un diluvio de críticas contra dicha constitución. ¿Se podía criticar un documento papal, con el carácter de Constitución, en materia doctrinal y religiosa? ¿Por qué el Papa no excomuIaba de inmediato a tales irreverentes y, tal vez, herejes? ¿Qué pasaba con la infalibilidad del Papa? ¿Estaba el Concilio por encima del Papa? ¿Hasta dónde se podía llegar con los cambios? Juan XXIII muere al poco de clausurarse la primera sesión. La Iglesia Católica sería hoy algo muy distinto de haber sobrevivido unos meses o unos años más. Quizás 1a controvertida teología de la liberación no habría tenido razón de ser.
Hay algo de vital importancia de este papado que permanece desconocido. Ya vimos cómo la estrategia del         roll-back demostró ser un fiasco en 1949. Sin embargo, la CIA elaboró un informe según el cual los soviéticos carecían de un vehículo lanzador (bombardero               de largo radio de acción) para transportar sus borbas atómicas. Ello era absolutamente falso. Cuando por errores de navegación, los primeros B-29 que bombardearon Japón se vieron sin combustible, siguiendo las instrucciones recibidas, se dirigieron a la zona china liberada por Mao-Tse-Tung, por lo que la guerrilla comunista obtuvo tres aparatos intactos, y muchos más con varios desperfectos. En los 20 días que duró la conquista de China por las tropas soviéticas (hasta llegar al paralelo 38º en Corea, donde se detuvieron en cumplimiento del Tratado de Yalta, aunque los japoneses no ofrecían resistencia y los norteamericanos no habian cumplido su parte, desembarcando en el sur de Corea), los B-29 pasaron a la URSS, donde fueron imitados pieza por pieza –incluso el ordenador de control y corrección de tiro antiaéreo, que entonces no supieron como operaba–, construyendo una flota de 200 aviones. Es decir, contaban exactamente con el mismo vehículo lanzador que los Estados Unidos, sólo que éstos contaban con bases en Europa, mientras que los soviéticos tendrían que hacer el entonces peligroso vuelo polar, desde Siberia. Si se hubiera accedido a la petición de McArthur       de lanzar bombas atómicas sobre China para frenar su ofensiva en Corea, se podría haber llegado a un incierto resultado atómico. Cuando la CIA descubrió lo que estaba ocurriendo se erigió una red de radares de alerta tempra­na en Alaska, Canadá y frontera norte de los Estados Unidos, así como un conjunto de aeropuertos con aviación de caza a larga distancia: la Administración USA pudo comprobar cuánto más caro resultaba una estrategia defensiva que la ofensiva a la que se habían acomodado. Sus propias decisiones militares se volvían contra ellos. Para entonces, los soviéticos, previendo esta posibilidad, habían iniciado un proyec­to original: ampliar la torreta de los submarinos de la clase Zulú (código OTAN para referirse a la última clase, "Z", de submarinos convencionales de gran autonomía y prestaciones) para albergar dos misiles atómi­cos de corto alcance. Para realizar su cometido, debía aproximarse a las costas estadounidenses (salvo cuando sus objetivos fueran ciudades del litoral, como Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, San Diego, Nueva Orleáns…) y salir a superficie durante 20 minutos, por lo que sería una misión suicida, ya que los radares calcularían la trayectoria del misil y localizarían la nave lanzadora, que sería intercep- tada en poco tiempo. Cuando la CIA y la Marina confirmaron la existencia de este peligro, se desempolvó un viejo proyecto hitleriano: disparar una bomba volante desde la cubierta de un sumergible. Éste tendría que emerger durante una hora para disparar desde el Báltico (el Mar Negro y el Ártico estaban totalmente controlados por la URSS), lo que sería una misón suicida, o bien desde el Pacífico o el Mar del Norte, lo que reduciría los objetivos a Vladivostok o Leningrado. De todos modos, la bomba volante (proyecto Regulus) era muy lenta, y posiblemente sería derribada. Salvo que se disparase masivamente, saturando las posibili­dades de defensa, como hizo Hitler con su V-1 (‘venganza nº 1’) y preten­dió hacer Reagan con los actuales Misiles Crucero, cuya destrucción se ha pactado recientemente. Dadas las limitaciones del Regulus, se decidieron dos alternativas: un submarino de propulsión nuclear, que navegara sin hacer ruido a grandes profundidades (en aquella época significaba ser indetectable) y disparase al menos 3 misiles        de alcance medio y un misil balístico (es decir, con recorrido de bala: vuelo para­bólico y caída libre). La CIA realizó un informe sobre la base de la experiencia en propulsores-cohetes, local y nazi, concluyendo que no se podía transportar el enor­me peso de una bomba atómica de la epoca a tan grandes distancias, por lo que se apostó fuertemente por el submarino. El salto cualitativo que este proyecto (Polaris) signicaba, en el que trabajaron Westinghouse, IBM y General Electric, supuso un gran retraso al no ser operativo hasta 1960, pues en 1957 los soviéticos sorprendie­ron al mundo colocando el primer satélite en órbita. La CIA, en parte para justificarse, presentó un informe en el que concluía que el peso del Sputnik I era notablemente inferior al de una bomba atómica de la época, por lo que el cohete impulsor no podía tener uso militar. Se trataba de un nuevo y terrible error: colocar un objeto en órbita requiere mucha más energía que el recorrido suborbital de una ojiva nuclear balística. Además, se equivocaron al evaluar el peso del Sputnik, que era cercano a los 90 kilos, mientras que el primer satélite norteamericano pesaba 1’57. De hecho, el vehículo propulsor fue un SS-6, que continúa en uso para lanzar las más pesadas cargas termonucleares, entre 25 y 60 megatones –potencia no igualada por las armas estadounidenses– capaces de incendiar todo el Reino Unido en un solo impacto, pero que necesitó de una segunda fase para conseguir la puesta en órbita.
El Pentágono aprovechó la ocasión: exigió cuantiosísimos fondos para la NASA y sus programas “científicos” para conseguir un cohete propulsor mucho más poderoso (proyectos Vanguard y Mercury), dar prioridad absoluta al relegado programa de misil intercontinental (proyecto Atlas) y el despliegue inmediato del misil de alcance intermedio disponible, el Júpiter. Éste era un cohete desarrollado por el ex-nazi Von Braun, creador de la V-2 y director de la NASA, fabricado por Chrysler y General Motors. Aparte de la V-2, ha sido el único misil móvil occidental (lo que explica el nerviosismo ante los SS-16 y SS-20, pues los misiles móviles son indetectables en los bosques) hasta ahora, pero necesitaba varias horas para rellenarse de oxígeno líquido y al descubierto, por lo que era muy vulnerable. Aun así, cuando fue desplegado en Turquía, por lo que la URSS protestó enérgicamente. Era lógico, pues veía amenazada su frontera sur. Los norteamericanos se sentían –erróneamente– a salvo en su “continente”, disfrutaron con el enfado y las protestas en la ONU.
Sin embargo, un acontecimiento imprevisto vino a cambiar la situación. La guerrilla del Partido Ortodoxo Revolucionario avanzaba hacia la Habana. Batista se asustó y huyó del país sin avisar a sus mentores, los Estados Unidos, de forma que Fidel Castro recibió en la capital una acogida apoteósica y multitudinaria. La CIA preparó la invasión de la isla. Existía el antecedente inmediato de la invasión de Guatemala, en 1954, por mercenarios de dicha Agencia contra el socialdemócrata Arbenz, desde Honduras y Nicaragua, con intervención de la Armada estadounidense. La OEA había condenado a Arbenz, Presidente electo, por “comunista”, bajo la presión de Foster Bulles (Secretario de Estado y Presidente de la Fundación Rockefeller), por haber expropiado –con indemnización– 230.000 Ha. sin cultivar, casualmente de la United Fruit Company, propiedad de Rockefeller. En esta ocasión, Eisenhower pospuso la invasión de Cuba hasta después de las elecciones. Durante éstas, Kennedy propuso la “respuesta flexible” como alternativa al “rodillo” o represalia nuclear masiva: distensión con la URSS. Su plan incluía el famoso “teléfono rojo” (en realidad era un teletipo en clave, de color beis) con Moscú y la “Alianza para el Progreso”. Ésta era una alternativa inteligente para evitar la expansión de la insurgencia en Iberoamérica y se basaba en un conocimiento de la situación, siquiera fuese superficial, contrario a la política tradicional norteamericana de la simple represión, el golpe de Estado, la sedición militar y la intervención de las cañoneras y el Marine Corps. La “Alianza para el Progreso” buscaba consolidar las democracias, crear una clase media sustentadora del espíritu liberal, mediante una reforma agraria que repartiera la gran propiedad –con indemnización– entre los desposeidos (igual que hizo Napoleón en Francia, aunque sin indemnización, como en todo proceso revolucionario), y la seguridad de que no habría apoyo económico ni político a las dictaduras. Pasadas las elecciones, Castro había sustituido el ejército reaccionario por su propia guerrilla, y estaba sólidamente instalado en medio del entusiasmo y el apoyo popular. La CIA volvió a proponer a Kennedy la invasión, que éste rechazó por no existir un movimiento contrarrevolucionario interno que contara con apoyo popular. La CIA interpretó que esto era una orden para preparar la insurreción –“las órdenes sucias nunca se dan por escrito y claramente” alegó su Director General cuando se le acusó de ésta y otras interpretaciones “a su manera”– por lo que entrenó al Grupo Alfa, que se pensaba sería inmediatamente secundado por la población. Kennedy trató de implantar su “Alianza para el Progreso” a través de la Organización de Estados Americanos, pero a dicha reunión asistió “Che” Guevara, como Ministro de Industria cubano, que contestó que bajo dictaduras corruptas era imposible una reforma agraria justa.      Sólo mediante un proceso revolucionario contra los poderes establecidos podría conseguirse. Las palabras del Che resultaron proféticas, aunque no se precisaba ser un genio para llegar a tales conclusiones. Bastaba un riguroso de la estructura social y política heredada de la época colonial y mantenida por la política Monroe. Kennedy no podía admitir tal propaganda revolucionaria y consigue la expulsión de Cuba de la OEA, con el voto en contra de países que sumaban 2/3 de la población iberoamericana y el decisivo de Haití, por el que Duvalier recibió cuantiosas contrapartidas. La “Alianza para el Progreso” se convirtió en una tétrica caricatura de sí misma, pues Kennedy acabó siendo convencido de que desestabilizar las dictaduras conllevaría guerras civiles de resultado incierto sin la intervención estadounidense y que éstas eran necesarias para reprimir las insurgencias, por lo que sólo se las obligó a realizar amagos de reformas agrarias, que en nada alteraron la estructura de la propiedad, base de su persistencia.
En Cuba Guevara, Raul Castro y el ala radical del P.O.R., con el apoyo del Partido Comunista, propusieron un rápida socialización del país. Fidel Castro la rechaza, sustituyéndola por un mero paquete de medidas sociales: incremento de salarios, reducción de las tarifas eléctricas y alquileres de viviendas, y reforma agraria con expropiación de fincas de más de 400 Ha. Se indemnizó con bonos del Tesoro porque Batista dejó la Hacienda arruinada, en gran parte por compras de armas a Estados Unidos para reprimir la guerrilla. Esta reticencia a alterar en profundidad la economía, para evitar enfrentamientos internos y ex­ternos, junto con el bloqueo económico internacional y el fin del tu­rismo, puede ser uno de los motivos del fracaso inicial de la economía cubana posrevolucionaria, la dimisión del “Che” como ministro de Industria y su incorporación a la guerrilla boliviana —tal vez estimulado por astutas insinuaciones— para abrir un “segundo frente” que aliviara la angustiosa situación del Viet-Minh, entonces acorralado, de forma que Castro se quitó un problema de encima. Casualmente las grandes pro­piedades cubanas eran casi exclusivamente estadounidenses, por lo que el Gobierno de este pais exigió se elevaran las indemnizaciones y se pagaran de inmediato con moneda corriente; más exactamente en dólares USA, pues desconfiaban del dólar cubano, que cambió su nombre a peso cubano. La CIA informó que el Grupo Alfa estaba en Bahía de Cochinos. Al parecer Kennedy se quedó sorprendido, pero se comprometió a invadir Cuba si la partida se hacía fuerte en las montañas conseguía suficiente     apoyo popular. De alguna forma, Castro recibió información (recuérdese que ya funcionaba el “teléfono rojo”) y esperó a los contrarrevolucionarios con tanques tras la maleza próxima a la playa. La CIA le informa de la situación “angustiosa” de los invasores (en realidad, para entonces, ya se habian rendido los supervivientes) y solicitó que se lanzasen paracaidistas en su  apoyo, lo que fue rechazado. La Marina propuso la invasión y la Fuerza Aérea el bombardeo de La Habana hasta la dimisión de Castro. Estas propuestas fueron también rechazadas. Como alternativa, y justificándose en la falta de una “justa indemnización” por las expropiaciones prohibe la compra de la cosecha de azúcar. Moscú aprovecha su oportunidad y firma un contrato por el que se compromete a comprar todas las cosechas, pagando el 80% en mercancías. Se supone que entre ellas se incluía armamento. La CIA insiste en la necesidad de bombardear Cuba hasta que Castro abandone el poder, y Kennedy se vuelve a negar. Moscú ofrece un sistema de misiles antiaéreos a la ONU para la instalación, insistiendo en que se trataba de misiles defensivos quizás para no justificar la instalación de misiles ofensivos en Turquía. Mientras tanto, en Estados Unidos se estudia la instalación de una barrera de misiles-antimisiles en las costas Este y Oeste y a lo largo de la frontera con Canadá, que se denominará proyecto Safeguard. La URSS reacciona iniciando un sistema integral de defensa anti- misiles. Kennedy acepta la propuesta de la CIA de bloquear económica­mente a Cuba, prohibiendo a todos los paises la compraventa de cualquier producto, particularmente petróleo, con lo que consideraban se produci­ría la asfixia y la insurrección. Los soviéticos anuncian que venderían a Cuba todo el petróleo que precisaran. Los partidos políticos permitidos por Batista, que no se habían inmutado por la persecución del POR y del PC, denuncian el acercamiento a Moscú y, por recomendación de los Estados Unidos, amenazan con la insurrección. Castro los declara ilegales y encarcela a los dirigentes que no logran huir. El POR y el PC se fusionan, a pesar de que este último se opuso a la guerrilla, por considerar que los norteamericanos no consentirían nunca su victoria, y que era preferible estimular el nacionalismo de Batista. Con esto se llera al partido único legal. Las refinerías de petróleo se niegan a procesar el soviético, por lo que son nacionalizadas, junto con las restantes propiedades estadounidenses. La CIA insiste en la invasión, que es nuevamente rechazada.
La CIA informó que las plataformas de lanzamiento de los misiles antiaéreos se estaban transformando en rampas para misiles superficie- superficie (SSM) y que se estaba montando en la isla el bombardero ligero Ilyushin Il-28. Ya eran algo anticuados y podían ser perfectamente interceptados por cazas estadounidenses, pero podían alcanzar diversos objetivos costeros y próximos. John Kennedy exige a McNamara, Secretario de Defensa, vuelos de reconocimiento a baja altura para ratificar los datos, pero éste se niega aduciendo que los SAM aún no estaban en funcionamiento. Robert Kennedy, en su libro Trece Días, publicado poco antes de su asesinato, afirmó que ya por aquel entonces sospechaba que la mayoría de los datos eran falsos (quizás maliciosamente falsos), conjeturas o interpretación errónea de plataformas SAM en construcción. El. 14/10/62 el Mayor Anderson, pilotando el avión espía U-2, fletado por la CIA, obtuvo fotografias oscuras y borrosas, que a pesar de las interpretaciones de los técnicos, sólo pudieron convencer a los miembros del Gobierno de que se trataba de un claro en el campo, preparado para construir una granja o sus cimientos, llegando a decir el Presidente que le parecía un campo de fútbol. Tres días después, con fotografías de mejor calidad, se sospechaba que habrían entre 16 y 32 instalaciones para misiles balísticos nucleares de alcance medio –el mismo tipo que ahora se negocia eliminar de Europa, incluida la URSS, después de 40 años de amenazas mutuas– entre el centro y el oeste de la isla, cubriendo un arco de 1.850 km. en territorio norteamericano, y que podrían estar operativos en una semana. La CIA informó que, en relación a las ciudades a las que apuntaban las rampas, el resultado de su acción se podría cifrar en 80 millones de muertos, pero esto es falso: los misiles balísticos se disparan verticalmente. No apuntan a ningún blanco en concreto, sino que están preprogramados para alcanzar objetivos múltiples, a determinar en el momento del disparo. Tal amenaza, de todas formas, hacía ineficaz el proyecto Safeguard. Sólo unos meses antes parecía la seguridad total, pero este arsenal cubano, al dejar al descubierto el flanco sur, elevaría los ya elevadísimos costes del programa a niveles prohibitivos si se intentara cubrir dicho flanco. Aparte, la corta distancia impediría la prealerta suficiente para su intercepción. En su discurso televisado del 22 de octubre, Kennedy afirmó que no permiría esta amenaza en su frontera sur. Se creó un Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, que incluía a varios Generales y al director de la CIA. Asistieron a algunas reuniones el vicepresidente, el embajador en la ONU y el y el asesor de asuntos soviéticos. El presidente faltó a varias. En definitiva, imperó un tono de confianza y rutina incomprensible para lo que estaba en juego: la vida, si no de toda, de gran parte de la Humanidad. El representante de la Junta de Jefes de Estado Mayor apostaba por un ataque militar preventivo, que destruyese de un solo golpe todas las instalaciones, a pesar de que el Comandante en Jefe del Mando Aéreo Táctico asegurase que eso era imposible y McNamara insistía en el bloqueo naval, a pesar de lo cual preparó 500 aviones, munición y hombres para bombardear Cuba al día siguiente, si se adoptaba tal decisión. Quizá fuera un amago para amedrantar a los soviéticos. No sólo se bombardearían las plataformas, sino objetivos militares, artillería costera, puertos y aeropuertos. Por tanto, eran preparativos de guerra, planes que allanarían el camino a una invasión. Se reforzó con nuevas tropas la base de Guantánamo, sin informar de ello al país anfitrión. Se evacuaron a los civiles y se ordenó la alerta nuclear.
La CIA informó –erróneamente– de que la ventaja nuclear era de 15 a 1 (¿cuántos millones de muertos contra cuántos?), por lo que la URSS retrocedería. Esto y la proximidad de las elecciones intermedias (50% de las Cámaras y los Gobernadores, que tuvieron lugar el 6 de noviembre), le llevó a elegir el bloqueo, manteniendo la alerta nuclear. Che Guevara fue a Moscú a pedir ayuda para el proyecto de industrialización (fábrica de acero y puerto pesquero por muchos millones de dólares) emitiendo un comunicado conjunto por el que la URSS decía haber accedido a incrementar su ayuda militar por las amenazas estadounidenses. Kennedy consiguió que Guinea y Senegal cerrasen sus aeropuertos durante la crisis a aviones conectados con Cuba. La mayoría republicana en el Congreso exigió una acción militar más enérgica y decisiva, siendo esto contrario a los principios fundacionales de la OTAN y en concreto, el de mantener abiertos los espacios marítimos. En el informativo de las 7 en Punto Kennedy, con gan tranquilidad, lanzó el ultimátum: si la URSS no se comprometía (curiosa palabra para el riesgo asumido en el pulso, sin más            comprobación) a desmantelar las plataformas, sería detenido, inspeccionado, inspeccionado, y si se negara, inutilizado o hundido cualquier buque que pudiese transportar cabezas nucleares, bombarderos, SAM, ASM (misiles aire-tierra, el I1-28 no puede transportarlos) o sus equipos de mantenimiento, pero indicaba a no se entraría innecesariamente en un holocausto nuclear. Es curioso que se indicaban objetos de difícil determinación especial (¿que se entendía por equipos de mantenimiento?) y nada se decía sobre el objeto de la confrontación, los SSM, tal vez por olvido, o para no aumentar el temor de la población. Castro ordenó la movilización general y, al parecer, dos estaciones de misiles balísticos fueron puestas en funcionamiento (¿se disponía ya en Cuba de estos misiles y con cabeza nuclear?), declaró por televisión que tal bloqueo era un acto de piratería –el acta de constitución de la OTAN hace la misma analo­gía–, repitió que sólo se habían instalado armas defensivas, no ofensivas, y se negó a una inspección de la ONU. La URSS dió respuesta a Kennedy, por primera vez, en el mismo sentido pero no puso en alerta sus fuerzas convencionales ni atómicas, quizás porque se confiara en su rapido despliegue, sin necesidad de alerta, quizás porque no deseaban la confrontación. Tal vez era porque interpretaban con optimismo la inexorable victoria final del socialismo a la que alude Marx en El Manifiesto Comunista, lo que hace inútil cualquier aceleración y a tal coste. De cualquier forma, no se puede negar que era un intento tranquilizador. A estas alturas los demás “socios” de la OTAN no habían sido informados, y ello a pesar de que, según los pronósticos de dicha or­ganización, un bloqueo naval o una alerta nuclear conllevaría el ataque preventivo de la URSS contra Europa occidental destruyendo misiles, aeropuertos o buques que supusieran amenaza atómica.
Según McNamara, 25 buques de países de Europa del Este continuaban en dirección a Cuba, al parecer seguidos por submarinos soviéticos. El bloqueo se cerró de 800 a 500 millas, para dar más tiempo a tomar la decisión. El Consejo de la OTAN se reunió, por fin. U Thant, Secretario General de la ONU, pidió a Kruschev que no enviase más armas (algo muy distinto de las exigencias norteamericanas de desmante­lar las bases existentes y trasladar los cohetes y bombarderos ya su­ministrados) y a Kennedy que suspendiera el bloqueo durante dos o tres semanas para iniciar negociaciones, de forma que éste perdía las bazas morales de su acción. McNamara informó de que, en hora y media, dos buques soviéticos cruzarían la barrera y un submarino de esta misma nacionalidad navegaba entre ellos. Quizá poseía torpedos atómicos. Mientras, en la ONU, el embajador estadounidense ponía contra las cuerdas al soviético, que carecía de instrucciones para contestar a las rudas inquisitorias. Con ello el prestigio norteamericano volvía al mismo tiempo a tomar delantera, lo que forzaba a la URSS a franquear el bloqueo. Entonces intervino Juan XXIII y, por intermediación del Patriarca de Moscú, que había manifestado su compromiso por la paz, hizo llegar un mensaje a Krushev en el que se hacía ver que forzando la respuesta militar se imposibilitaba la negociación. Una hora antes de llegar a la barrera, los veinte buques mas próximos pararon maquinas o regresaron a puerto, salvo un buque cisterna, que forzó el bloqueo, y poco después un paquebote. Se justificó afir­mando que no podían contener cohetes, pero esto no era cierto, y menos equipos auxiliares o de mantenimiento. En realidad, era una salida a la cuestión del prestigio, pues en el este se presentó como una victoria sobre el bloqueo y en occidente se ocultó. Cabe preguntarse si pudo haberse iniciado una confrontación termonuclear por cuestiones de prestigio.
La situación se hizo estacionaria. El “teléfono rojo” seguía sin sonar. El viernes 26 Kennedy ordenó preparar “un gobierno ci­vil para Cuba (...) para después de la invasión”. Algo así se ha hecho recientemente en la is1a de Granada. ¿Qué fue de su Presidente, del que no se ha vuelto a tener noticias desde su apresamiento por los Marines? ¿sigue vivo? ¿quién lo juzgó[1]? Se inspeccionó un buque panameño y otro estadounidense con matrícula del Líbano contratados por la URSS. Tras una prospección a través de un reportero de la televisión pública estadounidense –ABC– Krushev remitió una carta a Kennedy ofertando retirar los misiles a cambio de la promesa de no invadir la isla la y levantar el bloqueo. Volvía a insistir en que los misiles eran defensivos y que fueron instalados después del desembarco en Bahía de Cochinos. Horas más tarde, en la madrugada previa al fin de semana, mientras el comité de asesores estudiaba la propuesta, el mensaje fue completado: los misiles de Cuba estaban bajo estricto control soviético (¿esto era una garantía o una amenaza encubierta ante un posible ataque?) y se exigía se retirasen los Júpiter de Turquía. Esta propuesta había sido lanzada el jueves por el Times y el New York Herald Tribune[2] y se basaba en un estudio que Kennedy había ordenado sobre su desmantelamiento, así como el de los estacionados en Italia, debido a que existían serias dudas sobre su eficacia. Entonces un U-2 fue derribado sobre Cuba[3] y otro sobrevoló la URSS. La CIA dijo que éste se había desviado accidentalmente de su ruta. Este error pudo tener efectos incalculables. Como dijo Krushev, se corría el riesgo de confundirlo con un bombardero nuclear y originiar la catástrofe. Con mucho sentido común no fue interceptado. Mientras, los bombarderos Il-28 estaban siendo concluidos a marchas forzadas. El Gobierno USA decide bombardear las bases de SAM a la mañana siguiente, domingo. El Departamento de Estado aseguró que no se podían retirar los misiles de Turquía, y que, a cambio de lo de Cuba, no se estaba dispuesto a ningún cambalache.
Juan XXIII vuelve a intervenir y la decisión se cambia: se aceptaría en secreto las condiciones soviéticas, a cambio del desmantelamiento de los misiles cubanos y la inspección de la isla por supervisores de la ONU, pero públicamente se diría que Krushev,simplemente había dado marcha atrás. El asesinato de Kennedy evitó que se cumpliera el desmantelamiento de los Júpiter. Krushev fue destituido debido a sus fracasos en los cultivos siberianos (la tierra virgen demostró ser menos fértil de lo que se suponía) , la descentralización administrativa y la liberación de la economía (lo que ahora, la perestroika, está llevando más lejos) y, sin duda, por el pacto americano sobre Cuba. Che Guevara se indignó por lo que consideró una retirada, sin haber sido consultados, y el Gobierno cubano impidió la entrada de los supervisores de la ONU, aduciendo que nadie estaba legitimado para negociar cuestiones relativas a su soberanía. Los Estados Unidos abandonaron el costosísimo Safeguard antimisiles, continuando con su po1ítica ofensiva, más barata, pero la URSS prosiguió, construyendo 32 estaciones de lanzamiento, lo que hacía de Moscú y  Leningrado las únicas ciudades del mundo con una defensa antimisiles. Las conversaciones SALT-1 obligaron a la URSS a desmantelar 16 estaciones y la defensa de Leningrado, pero el sistema tiene tal alcance (sus antenas de radar son como tiendas de campaña del tamaño de 2 campos de rugby) que pueden defender toda Rusia central. Una nueva instalación de radar en la península de Kamchatka parece que vuelve a asegurar la defensa del norte, incluyendo Leningrado, como réplica al incumplimiento norteamericano al continuar sus experimentos en defensa antimisiles, pues la guerra de las galaxias incumple este tratado.
Hay que resaltar que no existe ninguna prueba contundente de que llegaran a existir tales misiles balísticos en Cuba, ni que, de haberlos, hubieran sido desmantelados. Las únicas pruebas aportadas fueron las fotografías de la cubierta del buque Bratsk, en las que aparecían dos estructuras alargadas cubiertas por lonas, de tamaño similar a los SS-4. Sin embargo, estos misiles podían utilizar tanto ojivas convencionales como nucleares, y no se dijo que se hubiese detectado radioactividad. Además, estos misiles pueden utilizarse de dos modos: mediante plataforma móvi1 y en silo subterráneo. Lo más lógico hubiera sido utilizar el lanzador móvil en Cuba, pero éste no fue fotografiado, ni su vehículo oruga de arrastre, capaz para tranaportar su dotación de 20 hombres. Tampoco se fotografiaron las obras para silos subterráneos, y la CIA habló siempre de plataformas lanzadoras. La URSS nunca reconoció la instalación o el envío de tales misiles, ni tampoco Cuba. Historiadores actuales empiezan a dudar de que la crisis de los misiles tuviese una base real. Quizá fue, si acaso, una horrible tragicomedia montada por Kennedy y Kruschev para frenar las presiones que sobre ellos ejercían sus estructuras militares. El poeta y soció1ogo Hans Magnus Henzelsberger, en libro Política y delito, comenta que, a poco de llegar Kennedy a la Presidencia se dejó fotografiar por unos periodistas en su despacho. Había unos in­formes sobre la mesa. Los periodistas ampliaron las fotografías y leyeron en uno de ellos algo sobre “un precio razonable para una operacién gambito”. Esta es una palabra italiana que significa ‘cambio’. Aplicado al ajedrez, define la jugada por la que se sacrifica una o varias piezas propias por otra u otras del contrario, igualando los valores de las pérdidas, aunque esperando obtener una ventaja estratégica en las posicio­nes, o anular o entorpecer la del contrario. En terminología atómico-militar, es una confrontación nuclear limitada en la que ambos contendientes soportaran parecido número de millones de muertos. La argumentación del informe era la siguiente: de un enfrentamiento nuclear con “reducido” número de bajas, la Unión Soviética, dada la superior capacidad de sacrificio de sus ciudadanos (probada en muchas guerras), y la ventaja de la centralización administrativa y económica para la reconstrucción, junto con la dispersién de sus centros industriales, saldría ganando. En una confrontación ilimitada o con cifra de muertos suficientemente alta, ambos contrincantes perderían cualquier posibilidad de recuperar su hegemonía mundial, pero había una cifra de muertos para la que la descentralización administrativa y económica, la densidad de habitantes (mayor y mejor repartida en EEUU), las extensas superficies agrícolas productivas y la tradición en la autonomía y la iniciativa descentralizada, daría la ventaja a los Estados Unidos, que, según elucubraba el informe, tardaría menos tiempo en recuperarse. Esta cifra  de gambito ventajoso, este “precio razonable”, se cuantificaba en 60 millones de muertos. Habría que reflexionar sobre si la estrategia de Reagan, su plan de guerra nuclear limitada, no reproduce dichos argumentos, sólo que él no plantea la limitación en el número de víctimas, sino en el espacio en que se daría, Europa central, donde las pérdidas de los paises del Este serían irrecuperables, mientras los Estados Unidos permanecerían al margen, viendo cómo sus competidores industriales, en la zona occidental de Centroeuropa, soportaban los costes. En esta estrategia se inscribe la instalación en Europa de los Pershing II y misiles crucero –bombas volantes similares a las V-1, aunque con cabeza atómica miniaturizada– que Gorbachov se ha forzado en anular, mediante negociación como las bombas de neutrones. En realidad, éstas son obuses disparados desde carros de asalto, lo que reduce la decisión de convertir una guerra convencional en holocausto atómico al nivel de comandante: ¿estarán preparados los comandantes de todos los batallones de artillería de la OTAN para tomar esa decisión? ¿estarían dispuestos a morir o ser derrotados sin utilizar estas armas puestas bajo su mando, aunque no fueran necesarias dada la situación global del enfrentamiento o tuviesen orden en contra?
Durante años me he preguntado cómo pudo Kennedy dejarse fotogra­fiar con tales documentos sobre la mesa; y peor aún, permitir que fuesen publicados. La nueva interpretación de algunos historiadores sobre la crisis de los misiles daría nueva luz al informe sobre “un      precio razonable”: ambas maniobras perseguirían movilizar a la opinión pública contra la presión del Pentágono. Si ello fue así, se podría decir que el asesinato privó a la Humanidad de la posibilidad de poner freno a los militares.
Mientras, el mundo enfrentaba otras amenazas. En el Acta de Independencia de Vietnam se fijaba un plazo de dos años para realizar elecciones libres y unificar el país. La CIA hizo una prospección de intención de voto y descubrió que, en unas elecciones libres, vencería el Viet-Minh o ‘Frente de Liberación de Vietnam’. los americanos lo llamaron burlescamente “Vietcong”, juego de palabras entre Viet-Nam, comunistas y Mekong. En realidad, era una coalición de varios partidos nacionalistas y el Partido Comunista. Quizás enterado de tal prospección, o por sus propias evaluaciones, el Presidente provisional de Vietnam del Sur inició negociaciones, frenó  la represión e incluso hizo concesiones al Frente de Liberación. Entonces la CIA puso en acción a un grupo idóneo de      militares, previamente seleccionados, y se produjo un golpe de Estado, declarándose la República Independiente de Vietnam del Sur, que se negó a convocar elecciones y a la reunificación. Cuando estos militares se consideraron asentados en el poder y conocieron directamente la inseguridad de la situación interior, trataron de distanciarse de losEstados Unidos y entablar contactos con el             Viet-Minh. Al llegar a este punto, la CIA pone en acción a los siguientes militares de su lista, hay un nuevo golpe de Estado, y todo vuelve a empezar. Este proceso se repitió en varias ocasiones, con lo que el poder perdió cualquier atisbo de legitimidad o autoridad. Los fusilamientos, la represión indiscriminada –muestra inicial de la obediencia americana– y la corrupción llegaron a límites insufribles, así como la persecución a los budistas (los militares seleccionados habían recibido una educación francófila y católica), con lo que se perdió cualquier posible apoyo popular, sobre todo en las zonas rurales. La CIA informó a Kennedy de las “desviaciones” del último gobierno, puesto por ellos, y solicitó permiso para un nuevo golpe de Estado. Al contrario de lo que esperaban –de la licencia para todo a la que les tenía acostumbrados Eisenhower–, se negó, argumentando que sólo se podría “mantener” Vietnam del Sur consolidando su democracia, la tolerancia religiosa y el apoyo popular y acabando con la corrupción. Envió al Vicepresidente Johnson para que se informara en profundidad de la situación. Por eso algunos historiadores sospechan que, en las negociaciones sobre la crisis de los misiles, en las propuestas de Juan XXIII, e incluso en los acuerdos, podrían haberse incluido la reunificación y neutralización (“finlandización” o “afganización”, en el lenguaje de la época, para definir la política de no alineamiento en países situados en “zona caliente”) de Vietnam; tal vez, de Corea o incluso de Alemania. La muerte de los participantes en aquellas negociaciones secretas (Kennedy, Juan XXIII, Krushev y, por último, el Patriarca de Moscú) dificultan la posibilidad de que lleguemos a conocer, algún día, su contenido. Frente a la estrategia del golpe contínuo, Kennedy había considerado que la política de la Alianza para el Progreso –él decía “aliansa para progresso”, en su castellano chapurreado para “sudacas”– podría aplicarse al Sudeste asiático, poniendo especial atención a la reforma agraria[4]. El 1 de noviembre de 1963 se producía, finalmente, el golpe de Estado prohibido por Kennedy. Asesinaron a todos los miembros del derrocado Gobierno. Tres semanas más tarde Kennedy también moría, asesinado por –así sentenció la justicia norteamericana– un antiguo agente de la CIA, implicado en el reclutamiento de mercenarios para la guerrilla contrarrevolucionaria, y en la propaganda castrista entre los (huidos) cubanos en Florida (¿método para detectar interesados en la guerrilla, o infiltraciones castristas entre los refugiados?) después de un viaje a Moscú. Su esposa era rusa evadida.

108.Flos florum (‘flor de las flores’)

De la misa forma que Roosevelt precisó ofrecer la Vicepresidencia a Truman, para conseguir el voto conservador y, quizás, financiación para la campaña electoral, Kennedy hizo tándem con Johnson, de manera que la muerte súbita de ambos presidentes dejó el poder en manos de personas ideológicamente divergentes con su predecesor. Truman autorizó el uso de la bomba atómica, a lo que Roosevelt, ante la inminencia de la victoria, se negaba; incumplió los pactos de Teherán y Yalta
con sus aliados,incluso el de Postdam, firmado por él mismo; dividió al mundo en dos zonas económicas, la del dólar y la del rublo; alteró los ideales de paz, convivencia, librecomercio y autonomía de los pueblos bajo la cámar legislativa de la ONU, en amenaza contínua de venganza abierta, guerra fría, guerras coloniales y civiles. Sustituyó la alianza antinazi por la reconstruc­ción del “cordón sanitario”: NATO, SEATO (Tratado del Sudeste Asiático), ANZUS (Australia, Nueva Zelanda y USA) y CENTC, el Tratado “Central” fir­mado en Bagdad que une la NATO y la SEATO desde Turquía a Pakistán. Truman, el abo-gado del gánster Pendergrast, encargado de la Secretaría del Tesoro en garantía del cumplimiento del pacto con la mafia, por
la que ésta facilitaría información y efectuaría sabotajes en la Italia fascista, volvió del revés la política de su antecesor, al que no sustituyó por un proceso electoral, sino por la muerte súbita durante su mandato.
Hay que reconocer que Jhonson no obstruyó completamente los proyectos de política interior en marcha. Por ejemplo, continuó con la integración de los negros, entre otras medidas progresistas, aprovechándose de la mayoría demócrata en las Cámaras, de la que Kennedy carecía, y de la menor oposición que su historial concitaba, así como la favorable situación psicológica provocada por el asesinato de su antecesor. De esta forma, consiguió algunos éxitos donde Kennedy había sido derrotado legislativamente o por la interpretación retrógrada del Tribunal Supremo, pero abandonó el apoyo a la investigación científica, punto significativo en la idea de progreso de aquél; toda reforma fiscal en aras de una distrubición de la renta más equitativa; y la continuación de los pla­nes que Kennedy había periodificado por etapas, al objeto de no suscitar excesiva confrontación. Por todo ello, se quedó en la primera fase, ya iniciada, por ejemplo, del plan de integración racial. No obstante, fue en política internacional donde el cambio fue más drástico. Apoyó a diversas dictaduras y golpes de Estado en Sudamérica (en Bolivia, por ejemplo, “legitimando” la posterior acción del Ché) y en Vietnam. Dio fin al intento de coexistencia pacífica y guerra abierta en el sudeste asiático.
De igual manera, la muerte inesperada –pues aunque era octogenario gozaba de buena salud– de Juan XXIII, trastocó el futuro de la Iglesia. Su sucesor, el cardenal Montini, Secretario de Estado de Pío XII durante la guerra, había sido, junto con Don Sturzo, el reorganizador de la Democracia Cristiana y, durante la primera sesión del Concilio, expresó la necesidad de           dirigirlo, de encauzar sus objetivos y mantener la pureza doctrinal. Con estos antecedentes, coronado como Pablo VI
(1963-1978), el Papa Montini dirigiría 3 de las 4 sesiones que el Concilio celebró.
Llama la atención que no fuera el propio Concilio quien lo eli­giese, siendo éste un órgano más representativo y numeroso que el Cónclave, estando aquél convocado, aunque en “vacatio legis”, y gozando ambos de inspiración divina. En este sentido fue providencial –o demoníaco– que Juan XXIII muriese, de improviso, precisamente en un período intersesiones. Cuando la Curia pretendió que el Papa interviniese para evitar lo que ellos consideraban errores (consecuencia de su visión del mun­do desde las rejas de la clausura vaticana, desde la torre de marfil de la alta política y la teología, y no desde la cotidianeidad de la calle o el suburbio, desde posiciones conservadoras con las que se había hecho causa común, y no desde los contactos con la miseria, el hambre, las reivindicaciones, la persecución e incluso la guerrilla como última via), Juan XXIII respondió expresando su confianza en la in­tervencón divina en las decisiones de los Santos Padres reunidos en Asamblea. Sin embargo, Pablo VI debió albergar serias dudas, porque desde un principio se empeñó en corregir el curso de los debates, y hasta las decisiones tomadas, llegando a modificar o añadir textos a documentos aprobados por votación. El Concilio fue consciente del cambio operado y moderó sus planteamientos y expresiones, tratando de defender lo ya conseguido y la obediencia futura a las resoluciones finales. La Curia, en cambio, decidió atacar a fondo y sacar partido del espíritu dubitativo e irresoluto del nuevo Papa. Presiones y continuas amenazas for­zaron una y otra vez a Pablo VI a intervenir, en aras a la unidad eclesiástica, con lo que se convirtió en un intermediario entre dos poderes que, en contra de lo estipulado en los cánones, de pronto, se situaban a la misma altura de facto. Esta curiosa situación recuerda la de la Rusia prerrevolucionaria, pero ni la Curia era un remedo de Parlamento (como la Duma) consciente de su falta de representatividad y pérdida del control, ni el Concilio era el Soviet Supremoo de todas las Rusias (asamblea de representantes de los soviets de las principales ciudades y las nacionalidades) decidido a forzar el cambio revolucionario sin dilaciones. En parte esto era así porque el Concilio contaba con la legalidad a su favor y las consecuencias anteriores, que tenía que defender. Tampoco el Papa era un Presidente incompetente, , a pesar de sus defectos, apoyado en una minoría poco representativa, cubierto de múltiples y costosos errores (Guerra Mundial y hambre), y con la oposición popular. Aunque se puede mantener la comparación anterior en tanto que existían dos poderes paralelos, con intentos de intermediación         en la cúspide, el Concilio optó por respetar las exigencias de la Curia, a pesar de que ésta, antes del Concilio, nunca fue tan respetuosa con los obispos, a los que consideraban una especie de pintoresquismo colonial, desconocedores de la teología y la política, y que, tras el cambio de Papa, retomaban su postura despreciativa, prepotente y hostil a toda reforma.
La verdadera batalla de Pablo VI fue larga, y se inicia tras la clausura del Concilio, cuando las fuerzas allí representadas se encontraban lejos y dispersadas. Declaró que se habían producido excesos en las decisiones. Se convirtió en adalid de la pureza doctrinal, es decir, la tradicional, consiguiendo paulatinamente la puesta en duda y el olvido de los grandes avances, particularmente en la exigencia de la colegialidad de las jerarquías, la del Papa con los obispos, retrocediéndose hasta una situación preconciliar: se restablece el centralismo y el poder personal del papado, tal como fue legitimado por el Concilio Vaticano I, en el siglo XIX. En este ambiente se puede comprender la eclosión del pseudocisma holandés. Su principal pseudoherejía, que los fieles pudiesen tomar con sus manos las hostias ha tenido que ser admitida por razones higiénicas. Más aún, han surgido teologías izquierdistas y movimientos católicos juveniles que aspiraban a revolucionar desde dentro la Iglesia–. Ejemplos interesantes son la derivación obrera de algunas ramas de Acción Católica y el movimiento Cristianos por el Socialismo. En general, se consiguió comprender y demostrar que las ideas socialistas no eran diametralmente opuestas al cristianismo, sino confluyentes en importantísimos elementos con el populismo evangélico. Por otro lado, también se produce el atrincheramiento reaccionario  de ciertas jerarquías eclesiásticas, especialmente del Opus Dei. Oculto tras un pseudoliberalismo económico y buenas tácticas publicitarias, ha ido ganando fuerza dentro y fuera de la Iglesia, sin cesar[5]. La defección de Monseñor Leffevre , com sus sucursales en Vietnam y el Palmar de Troya, también son consecuencias muy simbólicas. Quizás lo que más afectaría al futuro de la Iglesia fuese la designación, en los últimos años de Pablo VI, de 30 nuevos cardenales, que harían causa común en los siguientes cónclaves, alterando la correlación de fuerzas.
En el escudo de armas de la familia Montini figura una flor de lis; la más aristocrática de las flores. ¿Podría interpretarse como la flor de las flores? También podría relacionarse el lema con la coronación de Juan Carlos I como Rey de España, ocurrido bajo este papado, pues casi en todos los lemas malaquianos la plabra flor o lis coinciden con hechos históricos de algún Borbón. Esta íntima relación entre el Vaticano y los Borbones se mantiene fuerte: la primera visita oficial de los nuevos reyes a un país extranjero, fue al Vaticano, a rendir pleitesía a Pablo VI. Él, tratando de ser cordial, tras la entrevista, frente a los reporteros, lanzó un trasnochado “Arriba España”, slogan de otros tiempos que imitaba el “Deutsch für allen” hitleriano, provocando, al recuperarse de su sorpresa, la carcajada del Rey. Otra posibilidad es acudir a la definición conciliar del papado como cabeza de la colegialidad. Se trataba de un consenso entre el Concilio, que exigía absoluta colegialidad, y la Curia, que exigía la permanencia de la definición constitucional del Vaticano I, como “cabeza visible de la Iglesia, vicario y representante de Cristo en la Tierra”, lo que excluía de la “cabeza” o capacidad directiva y pensante, y de la representación del Cristo, a todos los demás miembros de 1a comunidad de creyentes. La interpretación, bastante restrictiva, de esta “colegialdad”, no fue la convocatoria de ningún otro Concilio desde el Vaticano II, ni la consulta o encuesta a los obispos, sino la constitución de un órgano nuevo, el sínodo de obispos. Éste imita al órgano fundamental de la Iglesia Anglicana. Se basa en los sínodos episcopales, en los que el obispo se reúne con sus sacerdotes, y en las conferencias episcopales de cada país, estipuladas por el último Concilio. Por el contrario, el sínodo de obispos sólo es convocado y designado por el Papa y la Curia cuenta con una representación despronorcionarda. Esto convierte a dicho órgano en poco menos que un mecanismo de aquiescencia y legitimación de las decisiones ya tomadas por el Vaticano. En este aspecto, dicho Sínodo, en el que el Papa sería “obispo de los obispos”, daría una poética interpretación al lema “flor de flores”.
Pablo VI fue el primer Papa que cruzó el Océano, pronunciando un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cualquier re­ferencia en los lemas a navegante, peregrino, predicador, pastor, etc., estaría más justificado para este hombre que ningún otro antecesor.
Desde la proclamación de la República Popular de China, los Estados Unidos buscaron un “socio” con una inmensa población para oponerles fuerza, ya que la disponibilidad de bombas atómicas había dejado de ser monopolio norteamercano. El único         (y sólo por un tiempo) fue la India, pero ésta, junto con Egipto, Yugoslavia y Cuba, encabezaba el Movimiento de los Países No Alineados. Para conseguir atraerlo utilizaron a “Alimentos para la Paz”, una organización gubernamental que compraba los excedentes productivos de los EEUU y los “regalaba” a países pobres a cambio de condicionar sus políticas. De esta forma, se conseguía mantener unos precios alimentarios elevados mentras se criticaba la política del Mercado Común, pero la India de Indira Ghandi buscaba su propio camino hacia un socialismo no marxista. Una de sus medidas para conseguir la autosuficiencia industrial fue nacionalizar, entre otras cosas, los lubricantes para motores, generalmente extraídos de la soja, cultivo muy extendido en la India. Casualmente las empresas de lubricantes eran estadounidenses, por lo que estos cancelaron su programa de “Alimentos para la Paz”, condenando a muerte a varios millones de personas. Pablo VI compró excedentes de trigo en los mercados inter­nacionales (es decir, productos norteamericanos) y los regaló a la India. Quizás fue su decisión más claramente opuesta a la política USA –recuérdese que en ningún momento les llamó a la paz; ni siquiera hizo referencia a lo que ocurría en Vietnam– pero no evitó que, al año siguiente, la India se rindiera, devolviendo a sus dueños americanos las empresas nacionalizadas.

109.De Medietate lunae (‘la media luna’ o ‘la medianía de la luna’)

El hecho de que Juan Pablo I (1978) fuese el primer Papa de la historia con nombre compuesto puede ser un indicio de la tensión, a pesar de la brevedad de su mandato, y del equilibrio de fuerzas entre los partidarios de Juan XXIII y los de Pablo VI, en el Cónclave que lo eligió. También demuestra el talante mediador y conciliador del nuevo, bondadoso y sonriente Papa, posiblemente designado mediante pacto o consenso para conseguir mayoría.
De antiguo se había interpretado que este lema definiría a un apóstata, o cristiano procedente de algún país musulmán. También se pensó en una victoria sonada sobre, destrucción o conversión de todos los musulmanes. Al iniciarse la carrera espacial se pensó que durante este papado se pondría el pie en la Luna. Desde 1960 se supuso que se alunizaría, nuevamente, pero en la cara oculta, o que se colonizaría la Luna. Tampoco podría ser una referencia al integrismo islámico, pues la revolución contra el Sha en Irán se produce en 1979, y el chiísmo toma fuerza a partir de entonces. Juan Pablo I nació en Canale de Agor­do, de la diócesis de Belluno –nombre que recuerda a ‘luna bella’–, en cu­yo seminario estudió y fue profesor. También fue Patriarca de Venecia (como Juan XXIII), ciudad que en el Renacimiento tuvo una puerta que daba salida hacia el muelle con una media luna, indicando que era el punto de partida del comercio hacia Oriente Medio. Otra posibilidad es la referencia a la breve duración de este Papa, un mes, entre el 26 de agosto y el 28 de septiembre, pero entonces el lema debería haber sido “una luna”, no “media luna”. Al durar un mes su reinado es lógico que la luna presentara la misma fase, aproximadamente cuarto menguante, a su designación y a su muerte. Según la Curia ésta se descubrió a las 9 de la mañana. ¿Estaba acostado, sentado o caído al suelo? ¿Qué hacía? ¿Escribía algo? Nada se aclaró. Diversos visitantes a la Plaza de San Pedro habían visto encendidas las luces del dormitorio papal durante toda la noche. ¿Ningún vigilante descubrió este hecho? ¿A nadie se le ocurrió preguntar al reciente Papa si deseaba algo durante tantas horas? ¿Nadie entró en la habitación hasta las 9 de la mañana? El Gobierno italiano ofreció un servicio de médicos forenses para realizar la autopsia, pero la Curia publicó una respuesta de carácter airado, en la que se negaba a que se efectuase la autopsia, asegurando que no cabía la menor duda de que se había tratado de un ataque cardíaco, y argumentando que el Vaticano era un Estado independiente, con plena soberanía nacional, reconocida por los Pactos de Letrán. La diplomacia y el sentido común, hubieran aconsejado agradecer el ofrecimiento y desestimarlo cortésmente, por innecesario, pero sin ofenderse, sin tomarlo como un insulto, como si se tratara de un intento de invasión, ni sacar a colación el Concordato firmado con Mussolini. Un mes después, unos escaladores descubrieron en la cima de un monte de Turín, en el buzón destinado por la Federación de Alpinismo a estos efectos, el acta de culminación de escalada firmada por el cardenal Albino Luciani, difunto Juan Pablo I. Consultada la Federación comprobó que figuraba registrado dicho ascenso, pocos meses antes de su elección como Papa. Aunque no era un monte difícil ni especialmente peligroso, ¿cómo pudo morir de un ataque al corazón quien meses antes escalara una cima sin ninguna dificultad cardíaca o respiratoria? Al parecer, el Papa, la noche antes de su muerte, había tenido una muy agria discusión con los curiales, hasta altas horas de la madrugada, en la que se escucharon gritos e insultos por ambas partes.
Se dijo que, en la discusión, entre otros temas, surgieron los económicos. Más tarde salieron a la luz pública los problemas financieros del Vaticano. La causa inmediata era la depresión económica, que había originado una disminución en las recaudaciones y aportaciones estatales, sin que se hubiesen reducido los gastos. El Vaticano, a través del Instituto para las Obras de Religión, estaba conectado con una cadena de Bancos, entre los que se encontraba el Banco Ambrosiano, del que era garante para algunas operaciones. Tenía sucursales en muchísimos países de Europa y América (del Norte y del Sur); sobre todo, en Italia, Reino Unido, Suiza y Estados Unidos. En éstos había varios de ellos, algunos adquiridos recientemente, en situación de quiebra declarada o encubierta. Esta situación era similar a la de RUMASA en España, también vinculada al I.O.R., a través de un préstamo del Opus Dei que, al parecer, fue condonado a cambio de su reciente reconocimiento como Instituto Secular de la Iglesia, lo que le dio oficialidad. Todos estos bancos tenían en común, además de operar mucho con la Iglesia, tener muchos directivos italianos, algunos de ellos vinculados a la mafia, entre los que destacaba el cerebro Miquele Sindona, Director General o principal accionista de muchos de éstos. Su negocio principal, de forma desproporcionada y sin cobertura, eran arriesgadísimas transferencias especulativas de divisas, la mayor parte de las cuales resultaban fallidas con ingentes pérdidas, aunque algunas eran sonados triunfos con beneficios cuantiosísimos. La policía italiana, tras la quiebra del Banco Ambrosiano, investigó quiénes eran los beneficiarios y quiénes los perjudicados finales de tales operaciones con divisas. El Director del Banco Ambrosiano, Robarto Calvi, desapareció, siendo encontrado en Londres, semanas más tarde, colgando de un puente, sin que haya podido esclarecerse si se trató de un suicidio o un asesinato. Miquele Sindona fue apresado, muriendo envenenado en una cárcel donde estaban recluidos muchos otros mafiosos, tras injerir un café que le llevó a su celda el capellán de dicha cárcel. El Papa actual se negó a facilitar a la policía italiana los datos de préstamos y transferencias de fondos que dicho banco realizó por encargo del Vaticano. Con ello, la investigación entró en vía muerta.
Las transferencias de fondos a ambos lados del Océano nos llevan a otro nudo gordiano de la Iglesia actual. Desde los años veinte, el Vaticano depende económicamente de América; especialmente de los Estados Unidos. Ello se debe a las sucesivas caídas de monarquías católicas en Europa, sustituidas por Repúblicas laicas; el incremento demográfico (especialmente, de minorías latinas) y económico del nuevo continente, así como la necesidad de legitimación moral de los gobiernos americanos, particularmente las dictaduras; la frustración ideológica que supuso la Gran Depresión de 1929 en Estados Unidos, cuando se pensaban que era la auténtica tierra de promisión; el apoyo que los conservadores de dicho país concedieron a los curas, al comprobar la facilidad con que se podía recorrer el camino protestantismo-materialismo-ateísmo-progresismo, al no existir una jerarquía que controle las interpretaciones y encauce a los fieles; y, finalmente, la situación financiera de los Estados Unidos que, tras la II Guerra Mundial los convierte en potencia hegemónica del hemisferio occidental. Hay quien interpreta que el inicio de las conversaciones con Mussolini fue motivado por necesidades económicas, pues se pretendía sacar provecho del Concordato. Es en este tiempo cuando el Vaticano contrata los servicios del mafioso Nogara, para que invierta los exce­dentes. Gran parte de estos fondos fueron a Suiza y Estados Unidos. Allí se compraron acciones de empresas industriales, muchas de ellas fabricantes de armamento, que posteriormente integrarían el programa de desarrollo nuclear –¿se vendieron entonces las acciones, cuando la represalia masiva aseguraba los mayores dividendos? –. Se compró la mayor fábrica italiana de preservativos, en la que Nogara consiguió que se contratase como Director General a un sobrino de Pío XII. Cuando en 1935 Mussolini declara la guerra a Abisinia, se invierte en las principales industrias bélicas. Quizás entre ellas estuviese la fabricante de las toneladas de gas mortífero arrojadas sobre los ejércitos que, arma­dos con lanzas y escudos, tuvieron que enfrentarse a los cañones, tanques y aviones italianos, bendecidos eclesiásticamente y fabricados con dinero vaticano, mientras Pío XI, en lugar de llamar a la paz, advertía de las bajas italianas que se iban a producir y de las limitaciones que no debían sobrepasar los defensores (los de las lanzas) para “no perder su inocencia”, lo que provocó la protesta inglesa.
La dependencia americana se notó cuando los conservadores bostonianos desatan una campaña contra la reelección de Roosevelt. Conociendo éste la situación económica que la recaudación de fondos estaba originando para la Iglesia Católica, le bastó ofertar el nombramiento de embajadores para que el Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pacelli, viajase personalmente a los Estados Unidos para acallar a los sacerdotes que dirigían la campaña. Sin embargo, a pesar de tal dependencia, la representación de la jerarquía norteamericana es desproporcionadamente baja. Hasta ahora ha bastado la amenaza del “revolucionarismo” sudamericano para controlar las presiones progresistas del ca­tolicismo USA –sobre todo en temas sexuales– pero el poder del dinero es incontestable y llegará un momento en que Roma se verá desbancada por los norteamericanos.

110.De labore solis (‘El trabajo del sol’)

Llama la atención que el Cónclave que eligió a Juan Pablo II  en 1979, durase aproximadamente el mismo tiempo que el anterior, a pesar de la proximidad de aquél, y de que Karol Wojtyɫa ya hubiera sido anteriormente considerado. Esto demuestra que fue difícil conseguir la mayoría. El nombre elegido por el nuevo Papa parece indicar un nuevo consenso, pero la historia nos demuestra que estas circunstancias de equilibrio, de consenso, no se repiten nunca. La evolución reciente del Partido Comunista de la Unión Soviética, que en teoría no debería haber tenido nada que ver con la Iglesia Católica, muestra una clara semejanza con la correlación de fuerzas dentro de su alta jerarquía. Ambas instituciones, P.C.U.S. e Iglesia Católica, enfrentan situaciones internas parecidas. Ambas son extremadamente sensibles a las filtraciones de los medios de comunicación, sobre los que ejercen un directo control, evitando la salida al exterior de todo lo que pueda parecer disensión interna, lo que produce, a los de fuera, una falsa apariencia de “perfecto” inmovilismo. Ciertamente, todas las tendencias colaboran a mantener el hermetismo, bajo la amenaza de la expulsión (por revisionista unos, por hereje otros) de toda disidencia, antes de que llegue a hacerse pública su existencia. En la práctica, sus máximos dirigentes, Secretario General y Papa, bajo una apariencia de poder omnímodo, recuerdo de épocas pasadas, se enfrentan a rigurosas críticas de sus bases, absolutamente impensables unos años antes, que merman su capacidad de maniobra. El problema que enfrentan estas bases, aplastadas por el peso de la ortodoxia y la pureza doctrinal, es la falta de fuerza suficiente para conseguir un profundo y perdurable cambio. Son las altas jerarquías, próximas al teórico poder supremo, las que sacan provecho de tal situación, desvirtuando la visión de la realidad, que presentan como constantemente amenazadora. Esta situación es diametralmente distinta en las organizaciones pluripartidistas, pues el tránsito de uno a otro partido actúa como válvula de escape, y la exigencia de rígida disciplina, de absoluta obediencia a los acuerdos adoptados –a pesar de todo lo que conlleva de contradictorio– es aceptada con toda normalidad, permitiendo a sus dirigentes la máxima libertad para los cambios internos de trayectorias. Quizás no sea ocioso recordar el “cambio” del PSOE respecto al paro y la OTAN, entre otros temas. Naturalmente la situación extrapartidaria es distinta, pues aquí las realidades sociales, económicas y culturales, los poderes fácticos y los votos, son condicionantes básicos.
A la muerte de Stalin ya existían dos grupos divergentes. Un historiador húngaro dijo que en la URSS existe, permanentemente, un partido único con dos facciones opuestas, mientras que en los Estados Unidos existen dos partidos opuestos que conforman una facción única, pues sus planteamientos son casi idénticos. Así, estaban, por un lado, los partidarios de continuar el stalinismo, encabezados por Molotov, y los de cierto “liberalismo económico” y aperturismo político, por otro, dirigidos por Malenkov y el contradictorio Beria. Malenkov, prestigiado por sus éxitos económicos y probada eficacia, fue elegido por el Comité Central Jefe del Gobierno y Primer Secretario del Partido. Para su desdicha, ante sus valientes y rápidas reformas todos sus oponentes se unieron. El cargo de Jefe de Gobierno fue sustituido por tres Primeros Ministros –Malenkov, Beria y Molotov– y la Secretaría del PCUS se hizo colegiada, sustituyéndose a Molotov por 5 personajes oscuros y, aparentemente, manipulables. Esto significaba un reparto transaccional del poder. Entre los miembros del nuevo Secretariado destacaba el inteligentísimo Kruschev, antiguo minero y oscuro funcionario, siempre eficaz, pero nunca reconocido en toda su valía, dada su forma personal, abierta, dialogante y crítica de hacer las cosas (las similitudes con la trayectoria vital de Juan XXIII son curiosas), lo que se consideraba una peligrosa locura en tiempos de Stalin. Kruschev comprendió la imposibilidad de triunfo de cualquiera de los dos grupos, y decidió emprender un camino intermedio. Sus análisis se vieron confirmados por el levantamiento obrero de Berlín. Sus obreros pretendían que se extendieran las reformas de Malenkov y se hiciera ostensible el descontento popular hacia los stalinistas pero, como ocurre tantas veces en la historia, sus resultados fueron los contrarios. En occidente se propagó que había sido un levantamiento “anticomunista”. Partido, policía y ejercito exigieron un “cambio” –hacia atrás–. Beria fue acusado por su pasado represor, como Jefe de la NKVD y, posteriormente, Ministro del Interior, en tiempos de Stalin (olvidando su actual defensa de la apertura) y fusilado. Malen­kov, asustado, retrocedió a posiciones moderadas. Molotov reflexionó sobre la situación creada y optó sinceramente por una mínima reforma buscando el apoyo de Kruschev. Los malos resultados económicos y agrí­colas hunden la única baza de Malenkov, que se ve obligado a dimitir de la Jefatura del Gobierno siendo nombrado director de una central eléctrica hasta su jubilación. Le sustituyó Bulgarin, amigo de Kruschev, quedando éste como Secretario General único. Molotov, creyendo alterada la situación, vuelve a posiciones stalinistas y se niega a firmar los Tratados de Paz con Japón y Austria, tras la retirada de las tropas so­viéticas, como antes se había hecho en Irán, Noruega, Finlandia, China y Corea. Entonces llega el XX Congreso del Partido y Krushev se de­sembaraza de cualquier oposición, insistiendo en la necesidad de una rápida democratización interna de los partidos comunistas (vuelta a las “normas leninistas”) y lee un desconcertante “informe secreto” (al pa­recer redactado por Malenkov meses antes) en el que se destruye el mito de Stalin, y, de paso, a los stalinistas. Los fracasos de Kruschev en política exterior (el levantamiento de Budapest, posiblemente complica­do por el stalinista Comandante de las bases militares soviéticas, y la intervención americana en Vietnam, acabando con su preconizada política de coexistencia pacífica); en economía; agricultura (las tierras vírgenes de Siberia se mostraron escasa­mente fértiles tras el agotamiento de los primeros años, por el difícil equilibrio de la naturaleza) y descentralización administrativa, acaban con él, que es jubilado, siendo sustituido por Bresnev. Aun así, ya no podía ser la vuelta al simple stalinismo, como pretendía Molotov, sino algo mucho mas sofisticado y matizado, basado en un poder bastante más colegiado. En teoría, va concentrándose en sus manos al mismo tiempo que su vejez le imposibilita tomar decisiones. En la práctica, las to­man en la sombra sus colaboradores. Esta situación cambia a su muerte: Andropov retorna al camino de Krushev de la coexistencia pacífica, que ya se había ido perfilando en los últimos años, y la apertura política. Sus reformas chocan con las posiciones del Comité Central, produciéndose agrias discusiones. Su inesperada muerte cierra este camino, siendo elegido un hombre de “transición” en lo vital (se esperaba su próxima muerte), Chernienka, profundamente stalinista, pero que compren­día (él o sus colaboradores, pues su incapacidad física era notoria) que no se podían utilizar métodos represivos, sino el control de las jerar­quías intermedias. Fue esta política de sustituciones la que lleva a los progresistas a tomar causa común, a dar la batalla definitiva y sin concesiones: la experiencia Gorbachov, que esperamos pueda consoli­darse. Es decir, nunca un hombre de “consenso” ha sido, ni ha podido ser, sustituido por otro de semejantes características.
Wojtyɫa aparece como una persona contradictoria y difícil de eti­quetar para quienes sólo lo conocieran superficialmente. El primer Papa no italiano desde el holandés (de Utrech) Adriano VI, muerto en 1523, 456 años antes –es curioso que el lema malaquiano no se refiera a este hecho– había pertenecido en su juventud a grupos de teatro, lo que pa­rece indicio de liberalismo. Sin embargo, durante la ocupación alemana, en lu­gar de integrarse en los movimientos de oposición, de apoyo u oculta­miento de judíos, o en la guerrilla, trabajó en una fábrica de bombas, dirigida por oficiales de la S.S. Como cardenal, en lugar de oponerse frontalmente, como hicieron otros, tuvo frecuentes contactos con dirigentes del Partido Unificado de los Trabajadores Polacos, lo que le valió la  consideración de pro-comunista. A pesar de estas acusaciones, estos contactos eran negociaciones diplomáticas, en las que hubo exigencias, oposiciones, dicursos amenazadores y críticas públicas, que algunos interpretaron como defensa de la democracia. Si se analizan en profundidad sus pretensiones se observa que se centraban en conseguir prerrogativas y privilegios para la Iglesia, apartando a un lado la situación política general y los derechos de otros grupos y minorías, e incluso del pueblo en general. Esta actitud ha sido tradicional en la jerarquía católica y resulta más evidente desde la Revolución Francesa, cuando la defensa de los intereses de clase se hace notoria, y, más aún, en la relación con los paises fascistas (Italia, Alemania, España, etc.), bajo los mandatos de Benedicto XV, Pío XI y Pío XII. La utilización pública, reiterada y ostentosa del terciopelo rojo, el armiño, el oropel y el báculo de oro, muy propios de la Iglesia polaca, inciden en tal sentido, que serían admisibles en épocas pretéritas, pero que en ningún país de la OCDE se osaría repetir, y que contrastan con el nivel de vida medio de gobernantes y pueblo polaco, exentos de lujos. En la misma línea hay que catalogar, tras la designación de Juan Pablo II, la instrumentación del Sindicato Solidaridad como moneda de trueque para la negociación de privilegios eclesiásticos frente al Estado, para lo cual se utilizó la propaganda (y, tal vez, el apoyo económico) en la OCDE y así conseguir la sustitución de los iniciales dirigentes obreros (fundamentalmente los de las minas del interior), izquierdistas, por elementos pro-eclesiásticos.
Al poco tiempo de su coronación empezó a hablarse de un nuevo Concilio. Más tarde se dijo que sería un Concilio para corregir los errores y abusos del anterior, pero el recuento de los partidarios de una y otra línea demostró que sus consecuencias serían las opuestas, por lo que se decidió realizar dichas “correcciones” desde el centralismo papal, abandonando cualquier apariencia de colegialidad o consulta, e iniciando una etapa de represión, sobre todo mediante excomuniones, que pretenden reinstaurar la autoridad indiscutible. El temor a la expulsión elimina debate e invisibiliza disidencia. Preparando el terreno, se cercenan posibles votos de algunas tendencias, por si fuera necesario, finalmente, convocar a Asamblea: igual que se hace en algunos partidos políticos. De esta forma se inicia la persecución a los partidarios de la teología de la liberación, mediante excomuniones y pérdida de puestos eclesiásticos, sin aclararse doctrinalmente su carácter heterodoxo en Concilio, lo que les habría dado oportunidad de defensa argumental y, tal vez, la victoria en votos. Mientras tanto, la Curia se había llenado de polacos, convirtiéndose éste en el idioma más hablado en el Vaticano de hoy. Al tiempo que todo esto ocurre, el apoyo económico, viniere de donde viniere, y periodístico, a Monseñor Leffevre y a Clemente XVII, cesa bruscamente.
Labore Solis podría traducirse por ‘el funcionamiento del sol’, lo que podría profetizar que durante este papado se conseguirá la fusión del hidrógeno de forma contínua, controlada y económicamente rentable, lo que permitiría la utilización de la energía termonuclear, la misma que produce el sol, prácticamente inagotable (la materia prima sería el hidrógeno acumulado en el mar) y sin residuos radioactivos directos, aunque con unos increíbles peligros de explosión y fugas. También podría estar relacionado con la procedencia del Papa de un pais del Este, por donde sale el Sol, pero esta ubicación es relativa, ya que, respecto a Roma, Polonia está al norte. Teniendo en cuenta que Solis también puede traducirse por ‘suelo’, ‘solar’, y ‘lugar descubierto’ en el que da directamente el sol, podría referirse a la costumbre del Papa de besar los aeropuertos en que aterriza. Este término sólo se utilizó anteriormente en el lema 49 (Flagellum Solis: ‘Látigo’ o ‘Castigo del sol’ o del suelo), referido a Alejandro V –en cuyo escudo de armas aparecía un sol–. Lo elegió el Concilio de Pisa cuando ya existían otros dos Papas, por lo que podría aludir a graves problemas, e incluso cismas, para la Iglesia.
La verdad es que la Iglesia Católica pasa por un momento especialmente turbulento. Esto puede ser debido a la crispación de la crisis económica, o a un efecto de reacción contra la persecución y el nuevo dogmatismo. Pero también porque los medios de comunicación informan de bastantes acontecimientos, y los pueblos exigen una clarificación y rectitud de conducta, en base al progresivo convencimiento en la necesidad de participación y democratización de los Gobiernos, contrarios a la antigua confianza en los mismos, del abandono ante lo complicado y al secretismo de su gestión, para lo que habían sido con vencidos de no estar preparados. De esta forma, en el IV Congreso de Teología, celebrado en Madrid en septiembre de 1985, se llegó a decir que en la Iglesia católica actual no es que haya pluralismo, sino que hay auténtico antagonismo. Lo más llamativo para la opinión pública es caso Banca Ambrosiana, frente al que se vuelve a interponer el escudo de la soberanía nacional pactada con Mussolini, en vez de dar las debidas explicaciones y pruebas de inocencia, como si sólo fuese la policía italiana quien las pidiera, como si sus propios seguidores, los fieles católicos, no tuvieran derecho a ellas, ni la opinión pública en general. Toda la inmensa inversión en propaganda, con viajes papales multitudinarios incluidos, no ha servido para hacer olvidar, salvo a los más adeptos. Las declaraciones a favor de la demo­cracia, la paz, el desarme y los derechos humanos no han podido ocul­tar los retrocesos en materia de enseñanza, familia, divorcio, anti­concepción, etc. Frente a los simbólicos desaires a algunos dictado­res, están la protección a sus capellanes y eclesiásticos, incluso los que participaron o participan en la administración y el ejército, al­gunos implicados en torturas y represión –entre otros se acusa de ellos al nombrado hace unos años arzobispo de Buenos Aires–. Mientras, se sus­pende a divinis a los colaboradores con el Gobirno Sandinista y, sobretodo, se acosa a las cabezas más lúcidas de la teología de la liberación. Frente a la exigencia de igualación de tareas, participación y ministerios para ambos sexos, sólo se ha cedido algo sobre la “actua­lización” del papel salvífico de la Virgen María. A la exigencia de voluntariedad del celibato se contesta fomentando el diaconado o las instituciones seculares. Frente a la revisión de la interpretación de dogmas fundamentales se ha opuesto, de hecho, la reinstauración de la in­falibilidad del Papa, mediante el sistema de la publicación de Encíclicas que dogmatizan, ex catedra, sobre diversos temas, sin haber con- sultado con nadie, saltando por encima de la colegialidad exigida por el Vaticano II.
Al “problema americano” se le ha encontrado una solución transi­toria, basada en hechos casuales. La inmigración latinoamericana y la guerra de Vietnam habían hecho del catolicismo estadounidense de los más avanzados, progresistas y proletarios de Occidente. El catolicis­mo en los países del Este es extrañamente participativo, social, coo­perativo, pragmático y alejado de planteamientos teológicos, salvo el caso de Polonia. Esto coincide con una visión de la demografía diferencial de los católicos, que supone la esperanza de llegar a convertirse, dado su mayor crecimiento, en fuerza preponderante,pero esto implica abandonar posiciones conservadoras tradicionales. Implica menos de­fensa de las minorías poderosas (los irlandeses bien situados) y acercarse a las clases sociales en las que se produce el mayor crecimiento: los desposeídos, los inmigrantes, los exiliados por subversivos. Ésta era una situa­ción peligrosísima, porque indicaba una posible convergencia con los teólogos de la liberación, formando un bloque continental (dinero del norte + votos del sur) que desviarían de Roma el centro del universo. El máximo peligro se evidencia cuando los obispos estadounidenses pu­blican su oposición a la política de Reagan, el rearme, la interven­ción militar y las dictaduras en América Latina. Entonces, apareció el SIDA (siglas que, en inglés, AIDS, significan ayuda), y la sociedad norteamericana se dividió entre los que veían en él un castigo del Se­ñor y los que se esforzaban para mantener la libertad sexual alcanzada. Acudieron a la batalla algunos eclesiásticos radicales, surgió la polémica de la homosexualidad y los preservativos, y la disensión llegó hasta lo más profundo, aumentado la separación con cada intervención pública de uno y otro sector. Sin embargo, esta provisional división de fuerzas no es ninguna garantía permanente para el Vaticano: el equilibrio de fuerzas, ligeramente a favor de los progresistas, al que se ha llegado, puede provocar la exigencia del incremento de jerarquías, por ambos bandos. Esto puede significar, indirectamente, la proporcionalidad en los votos hoy inexistente. De ocurrir esto, el próximo Cónclave podría traer inesperadas sorpresas.

111.De gloria olivae (‘La gloria del olivo’)

Es el único Papa futuro de la lista, en la actualidad. La rama de olivo era el símbolo de la paz para los romanos, por lo que podría referirse a un Tratado de Paz definitivo, a la victoria de la paz. También fue la rama de olivo el símbolo del fin del diluvio que trajo la paloma al arca de Noé (Noha en hebreo, Ut-Napishtim en sumerio, en donde tiene su origen la leyenda del diluvio y el arca), que los judíos interpretan como símbolo del Pacto con Dios, por el que Éste se compromete a no castigar más a toda la Humanidad, sino sólo a algunos representantes de ella[6]. El olivo de cultivo se originó por selección artificial en la media luna fértil –Turquía, Siria, Fenicia/Líbano, Israel/Palestina/Jordania– salvo Egipto, a partir del olivo silvestre. Hoy es autóctono en todo el Mediterráneo. En este sentido San Pablo, en su epístola a los Romanos, habla de la conversión al olivo legítimo del olivo silvestre, los gentiles. Por tanto, podría interpretarse que este lema se refiere a la conversión de todos los judíos o de toda la Humanidad, al cristianismo, o al judaísmo. También podría aplicarse a una victoria militar de Israel, o la paz en Oriente Medio. También pudiera ser el nombramiento de un Pontífice oriundo de Israel o de Oriente Próximo.

112.In persecutione extrema S. R. E. sedebit / 113.Petrus romanus qui pascet oves in multis tribulationibus; quibus transactis, civitas septicollis diruetur: et judex tremendos judicabit populum. (‘En o durante la última o extrema persecución, ocupará la sede de la Santa Romana Iglesia [113] piedra o pedro de roma, que apacentará o apaciguará las ovejas en múltiples tribulaciones: pasadas las cuales la ciudad de las siete colinas será destruida o disuelta, y el tremendo juez juzgará a su pueblo’)

Llegamos al final de la profecía, la frase catastrófica que muchos interpretan como uno o dos papados finales. Que la ciudad de las siete colinas, aunque esté en minúsculas, se refiere a Roma, parece claro. Así la llamaban los propios romanos y también San Juan en el Apocalipsis: “Las siete cabezas [de la Bestia] son siete colinas”. Tradicionalmente esta frase final de la profecía se ha interpretado como el fin de la Humanidad, y más en estos momentos, cuando nuestra autodestrucción total es técnicamente posible. Esta es la misma interpretación que se dió a todo el Apocalipsis, por lo que los primitivos cristianos predicaron el arrepentimiento ante el inminente fin del mundo[7], hasta que en el siglo V San Agustín interpretó que la caída de Roma no tiene por qué conllevar el fin de la Humanidad, sino que se trataría de dos fenómenos diferidos en el tiempo. En el tránsito del primer milenio vuelve a profetizarse el fin del mundo. Savonarola lo repite en el siglo XV y Nostradamus en el XVI. Otros interpretan que habrá un Ulterior Papa que se llamará Pedro, o que elegirá el nombre de Pedro II. Nacerá en Roma, y durante su mandato Roma será destruida. Sin embargo, no parece coherente con el resto de los lemas, pues en ninguno se da el nombre y el lugar de nacimiento tan claramente. Una muy plausible interpretación relaciona el hecho de que la lista empiece con el primer Papa designado por el Sacro Colegio Cardenalicio (especie de Senado o Cortes de un solo estamento), y no directamente por “su pueblo” (“...el tremendo juez juzgara a su pueblo...”), por lo que podría referirse a una nueva forma de elegir a los Papas. Petrus romanus podría ser un nombre genérico, en el sentido de sucesor de Predro en Roma. Esta referencia al romano pontífice podría indicar la vuelta a la elección democrática, la ampliación de los electores a todos los obispos, la elección mediante Concilio, etc.
El Papa era Rey de Roma y de los Reinos Pontificios, por lo que le correspondía, e n 1a concepción absolutista,            la potestad judicial sobre sus súbditos, que Garibaldi le arrebató. El lema podría referirse a la recuperación del dominio papal sobre Roma, la Romaña o sus antiguas posesiones, aunque hoy parece imposible y quizá el profeta nunca pensó en esta posibilidad. Tal vez alude al cambio de sede pontificia, que podría estar motivado por una catástrofe[8]. Sin embargo, tendría que ser un cambio más radical, ya que la profecía, aunque ve con disgusto el traslado a Aviñón y a otras sedes interinas del Papa, no le da excesiva importancia. Podría referirse a una sede itinerante o a un cambio continental.
También podría ser el fin del papado, al menos tal y como lo cono­cernos actualmente (pedro romano), quizás sustituido por un órgano colegiado o, simplemente, por un mandato de tipo “presidencial” y no “de realengo”, es decir, por tiempo y con atribuciones limitadas. Tendría entonces que rendir cuentas a un órgano superior, un Concilio o Congreso de reuniones periódicas o permanente. ¿Podría ser el Sínodo de Obispos?
Por si sirve de algo hemos de decir que en el Vaticano hay un patio con 111 medallones, que corresponden, supuestamente, a las caras de los Papas, y que, tras ser esculpido el de Juan Pablo II, sólo queda uno sin utilizar. De aquí se deduce que la interpretación “oficial” del Vaticano es que sólo queda un Papa por nombrar, pero el fin de la lista puede no significar otra cosa que... el fin de la lista. Puede que con el 112º el profeta hubiese acabado con su inspircación, su tiempo o su paciencia, continuando los Papas y la Humanidad como si tal cosa, es decir, con todos los problemas y peligros de siempre (con efectos multiplicados por la tecnología), así como la evolución continua y los constantes cambios.


REFLEXIONES FINALES


Lo primero que llama la atención de la profecía atribuida a San Malaquías es que se puedan distinguir dos partes muy bien diferencia­das. Una primera –la que tiene los comentarios interpretativos de Chacón, y quizás algunas más– se refiere casi siempre al nombre o apellidos seculares, familia, escudo de armas, ciudad o región de origen, obispado o cardenalato, el lema cardenalicio, categoría eclesiástica, escudo, o rasgo de la personalidad, del Papa. Más raramente, señala alguna característica o circunstancia de su papado o de su momento histórico y, salvo raras excepciones, supone un “acierto” casi milimétrico, aun­que a veces sorprende que se pierda en la anécdota (como hacían los antiguos cronicones) en lugar de centrarse en los hechos de mayores consecuencias para la Iglesia o la Humanidad, como hacen los actuales investigadores de la ciencia histórica. La segunda parte, salvo raras excepciones, resulta de difícil explicación, a veces incluso contradictoria con la verdadera personalidad del Papa o características de su reinado, y sólo conjeturables, cuando el lema es suficientemente ambiguo, con sucesos históricos que, dada su amplitud y diversidad, podría adaptarse a muy distintas conceptualizaciones. Es decir, por los primeros lemas se podría predecir quién iba a ser nombrado Papa antes de su elección, pero los últimos sólo servirían para conocer si se ha acertado o no después de concluido el mandato. Al relacionarse con una época o hecho histórico, fuese cual fuese el Papa elegido, se acertaría de igual modo.
Según dicen los adivinos, las predicciones se hacen mas difíciles cuando se alejan en el tiempo del hecho profetizado. Esto nos lleva a preguntarnos ¿para qué sirve una profecía tan larga? ¿qué utilidad esperaba conseguir el profeta al anticipar hechos tan a largo plazo? Si el don adivinatorio se basa en aptitudes naturales, y lo que se busca es la mera satisfacción personal por el acierto (como quien pronostica un acontecimiento político o deportivo), lo lógico es hacer público tal pronóstico lo antes posible, para que la mayor separación en el tiempo dé mayor mérito a la adivinación, y que pueda contrastarse perfectamente su certeza, pero si se trata de un don sobrenatural, o no esperamos estar vivos para comprobar su cumplimiento, la satisfacción personal resulta poco justificativa. Si se trataba de demostrar una capacidad sobrehumana, sobretodo si un santo pretendía demostrar que todo está escrito, que existe predestinación absoluta[9], entonces la profecía debiera haberse limitado en el tiempo, a los casos en los que el acierto fuese total, sin posibilidad de error o mala interpretación, con rotundidad y, a su vez, se buscaría la máxima difusión del vaticinio, antes de que se produjesen los acontecimientos en cuestión, de forma que sirviesen de propaganda de fe.
Otra posibilidad es que se pretendiese guiar la elección pontificia, para conseguir la máximo eficacia de los nombrados, de forma que los desaciertos de la profecía serían errores de los electores. Si fuese así, los desaciertos debieran coincidir con los Papas más negativos para la Iglesia, y viceversa, lo que no ha sido así. Además, toda la profecía debiera relacionarse con características definitorias del candidato a elegir (los acontecimientos históricos sobraban), y que pudieran conocerse por adelantado. Cuando se requiere esperar al final del mandato para poder guiar la mano de los cardenales reunidos en Cónclave, de poco sirven los lemas, y es el caso de unos 30, sobre todo los finales. También podría ocurrir que se pretendiese “facilitar” la elección de Papas en los momentos más difíciles o complicados, intentando no influir en los demás. Para este objetivo la referencia a los antipapas debería haber sido suficientemente peyorativa como para tratar de evitarlo. Pudiera ser que la profecía tratara de llamar la atención sobre los nombramientos finales de la lista, siendo los demás mero instrumento temporal, considerando inevitable que estos acontecimientos se produjeran, y tratando con sus aciertos de mantener el interés por la profecía, para que no cayera en el olvido. Entonces, los aciertos debieran acumularse precisamente en estos últimos papados, con total claridad que disipase cualquier duda, sobretodo considerando que el desarrollo de la Humanidad ha conllevado el aumento de la incredulidad, el empirismo, y referirse los últimos lemas a características que pudieran detectarse por anticipado, para que la guía fuese efectiva, y ha sido completamente al revés.
También podría haber ocurrido que la Humanidad, o quizás la Iglesia, se hubiese desviado del plan previsto por Dios, por lo que los aciertos serían cada vez más imposibles. En ese caso, la profecía –y quizás Dios o la Humanidad– habría fracasado en sus objetivos, y sólo nos quedaría investigar en qué momento y por qué causas se produjeron los errores, tratar de deshacerlos en cuánto fuese posible, o lamentarnos. En tal caso, el profeta debería haber indicado que existían alternativas, además del final catastrófico[10]. Podría haber un “final feliz” o, al menos, mejor. Habría sido interesante saber en qué momentos se producirían las encrucijadas, los momentos difíciles, en los que se podría seguir uno u otro recorrido, y la alternativa entre Papas buenos y malos para conseguir dicho deseado final, facilitando la correcta elección de estos hombres decisivos.
Otra posibilidad es que la lista de Papas no sea otra cosa que un recorrido cronológico para situar temporalmente un suceso, del que se nos quiere informar, al final de la misma, como si se tratase de una larga dinastía o sucesión de ellas, como los Faraones de Egipto o los Emperadores de China. Si este suceso fuera el fin de la humanidad, como se ha interpretado tradicionalmente,            la profecía estaría conculcando el V Concilio de Letrán, de 1512 a 1517. Éste justificó la condena a la hoguera del fraile Savonarola[11] y prohibió fijar los días del Juicio Final, lo que haría inexplicable que fieles, sacerdotes, jerarquías e, inclu­so, Papas,         hayan creído en ella. En el mismo sentido, en Hechos de los Apóstoles se dice: “No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los ni los tornentos, que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano” (1, 7), así como también en el evangelio de San Mateo (24, 36) se afirma: “De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”, si bien se contradice con los versículos anteriores de este mismo capítulo, en los que habla de los signos del fin del mundo (igual que hace San Juan en el Apocalip­sis), especialmente la destrucción del templo de Jerusalem. Por este motivo los primitivos cristianos estaban persuadidos, preocupados por el próximo fin. Daniel podría referirse con la “abominación de la desolación” al apresamiento de los judios por babilonios, egipcios, o la “diáspora” provocada por Vespasiano que a las riberas salinas del Mar Muerto. En 24, 32, recomienda: “Aprended la parábola de la higuera: cuando sus ramos están tiernos y brotan las hojas, conocéis que el estío se acerca; así vosotros también, cuando veáis todo esto, entended que está próximo, a las puertas”. Sin embargo, más que una fijación en el tiempo, se refieren indicios, igual que en la primera carta de San Pablo a los tesalonicenses (5, 20) éste advierte en sentido genérico: “No despre­ciéis las profecías”, a las que eran tan aficionados los judíos. Tampoco habla San Malaquías expresamente del fin de la Humanidad, sino de alguna catástrofe, que podría interpretarse en tal sentido en rela­ción con el Apocalipsis. Ya vimos cómo se equivocaron los primeros cristianos con unos signos que estaban clarísimos, hasta que San Agus­tín interpretó que estaban mezclados como en un rompecabezas. Había premonicio­nes de la destrucción de Jerusalam (el hostigamiento de los nacionalis­tas, Barrabás entre ellos, a los romanos, no presagiaba otra cosa) y la del Imperio Romano de Occidente (traslado de la capitalidad de Roma a Milán y Rávena, pasando la corte imperial a corte feudal, sustituyéndose el Senado, convertido en título honorífico y hereditario, por el Conci­lium o Consejo, en el que participaban los Comes, Condes o Jefes Militares junto con algunos obispos), con la verdadera destrucción del mundo, que sería posterior.
¿Es esta catástrofe evitable? Si así fuera la profecía carece de sentido, son ganas de asustar, pues no hay nada que advierta o enseñe cómo evitarlo. Si no lo es, falta la fijación del momento, la llamada al arrepentimiento y la preparación religiosa, si bien el cristianismo es contrario a dicha advertencia, pues facilitaría la vida despreocupada a los que no estuviesen próximos al desastre, y no se trata de eso. Confusos sobre las pretensiones del profeta, los lemas se nos presentan sin sentido aparente, como mera distracción del Santo. Además, parece­ría que trató de que quedara en secreto.
Sin embargo, hay algo bastante revelador: a mediados del siglo XIX se descubre que los primeros lemas hacen referencia a las obras del agustino Onofre Panvinio, historiador eclesiástico. Epitome vitarum Romanorum Pontificium a sancto Petro usque ad Paulum IV fue editada en 1557 con litografías de los escudos pontificios y reeditada en 1567, corregida y ampliada, pues llega incluso a recoger palabras exactas de dichos textos. Así, a modo de ejemplo, el lema 27 de la lista define a Nicolás III como Rosa composita, mientras que el texto de Panvinio dice “a morum gravitate, compositus apellatus” (por sus costumbres ceremoniosas fue llamado “il composto”) e incluye el escudo del Papa en el que figura la rosa. En el lema 54 se define a Nicolás V como De modicitate lunae. En el libro de Panvinio, se dice: “Lunensis, Thomas Sarzana, (…) modicis patentibus (...) natus”; en español, ‘Thomas Sarzana, de la diócesis de Luna... nacido... en medio de patentes necesidades’.
Se podría considerar que este hecho no demuestra, por sí mismo, que la profecía sea falsa –al menos en su primera parte– pues el profeta podría haberse inspirado en dichos libros, viéndolos en el tiempo, antes de que fuesen escritos. Quizá Panvinio y el autor de los lemas hubiesen tenido la misma fuente de inspiración para sus escritos, uno con forma de vaticinio y el otro en forma de crónica, pero si existe una explicación más fácil debemos poner en duda la más complicada y forzada. Otra posibilidad es que el profeta no fuese San Malaquías, sino que utilizase el nombre de éste y la crónica de Panvinio para dar credibilidad a sus predicciones. En tal caso, solamente los últimos lemas pueden considerarse auténticamente proféticos y son tantos los errores, y tan poco ético el engaño, que cualquier fiabilidad y, menos aún, intervención divina, resultan bastante infundadas.
¿Por qué iba nadie a montar semejante estafa? ¿Qué ganaba con ello? En este sentido dirigió sus investigaciones el jesuita Claude Menestrier, llegando a la conclusión de que había sido fraguada por o en apoyo del cardenal Simoncelli, candidato a suceder a Urbano VII, pues le corresponde el lema 75 Ex antiquitate urbis (‘Desde la antigüedad de la ciudad’) y había nacido en Orvieto, derivado del latín urbs vetus (‘ciudad vieja’), según afirma en su libro Refutación de las Profecías falsamente atribuidas a S. Malaquías, publicado, al parecer, en 1690 en París. Lo curioso fue que dicho cardenal no resultó elegido, sino el cardenal Sfondrate. Por ser éste senador (palabra derivada de senil, por ser el senado institución sucesora del antiguo consejo de ancianos en las primeras ciudades) también se le podría aplicar, aunque menos atinadamente, de forma que no pudo servir para comprobar su falsedad, sino que, al contrario, se presenta como un nuevo acierto, dentro de una larga lista de ellos.
¿Por qué iba nadie a tomarse la molestia de elaborar una lista tan larga? Naturalmente, la corona papal pone al alcance de la mano gran cantidad de poder y de lujos, en una época en que las monarquías eran hereditarias y los cambios sucesorios o dinásticos en países católicos precisaban la consagración de Roma. Por ello, papados y monarquías mantenían alianzas tácitas (o declaradas) para su mutua estabilidad. La obediencia papal traspasaba fronteras, de modo que la cosa bien valía la pena, pero es posible que no fuese necesario inventar la lista completa. Quizás la primera parte de la profecía fuese, fundamentalmente, la suma de adivinanzas o frases mnemotécnicas compuestas por estudiantes de historia eclesiástica, a partir de los textos de Panvinio.
Entonces, si es falsa la profecía ¿cómo es posible que haya acertado alguna vez? Cabe la posibilidad de que el cumplimiento, en los primeros lemas “modernos”, se produjese a posteriori, es decir, corrigiendo convenientemente en las sucesivas reimpresiones los lemas más erráticos. Así es como el principal acierto de Nostradamus –si se puede hablar de algún acierto entre sus cuartetas desordenadas, sin ninguna referencia temporal ni nominal aparente– se produce al profetizar –confusamente, al relacionarlo con un león joven que superará al viejo y, tras dos combates, le reventará los ojos en jaula de oro– la muerte en duelo de Enrique II de Francia (1550) y alguna alusión a San Quintín (1557), que eran hechos futuros para la primera edición (1555) y que no lo son para la más antigua que se conserva, de 1605. Se dice que ésta es copia literal de otra anterior, de 1568, de forma que algunas palabras claves, versos o cuartetas enteras, pudieron ser modificadas, sustituidas o intercaladas.
Hay otra posibilidad mucho más sutil. Imaginémonos que somos cardenales electores reunidos en Cónclave. Estamos plenamente convencidos –así es en teoría– de que ningún Papa puede equivocarse –es infalible– en asuntos de su Iglesia, con independencia de sus virtudes, moralidad, voluntad, laboriosidad o inteligencia. Cualquier Papa, aún el más torpe en asuntos terrenos, hasta el más pecaminoso (y la Historia nos demuestra que los ha habido) recibirá la guía divina. De tal forma, decidirse por uno u otro tiene poca importancia. También estamos convencidos de que Dios dirige las deliberaciones del Cónclave, por lo que, al final, resultará designado el elegido por Él. Hemos estudiado en un Seminario en el que se nos ha enseñado que la profecía de San Malaquías puede ser auténtica, y se nos ha demostrado que la relación de aciertos plenos es altísima, siendo los demás lemas siempre explicables de una u otra forma aunque menos certeros[12]. ¿Cómo reaccionaríamos, entonces, si alguien nos insinuara que él mismo, u otro candidato, reúne algunas circunstancias que podrían explicar el lema correspondiente de la profecía? Votar por otro candidato significaría oponerse a que la predicción se cumpla una vez más, lo que supondría poner en duda, ante todos los creyentes, la veracidad de la misma, tomar el partido de quienes la niegan y, qui-zás, de quienes atacan a la Iglesia acusándola de institución falsaria. Es probable que, antes o después, nos retirásemos a reflexionar, a orar y pedir la guía de Dios –que, según las normas del Cónclave, es lo que debe hacerse tras de cada votación– viéndonos, poco a poco, forzados a, por lo menos, abstenernos. Es lo que se llama “profecía autocumplida” y, de paso, también explicaría por qué, con el paso del tiempo, los desaciertos son mayores. A medida que se pierde la credibilidad en el va-ticinio y en la infalibilidad del Papa, el voto se vuelve más independiente.
Los adivinos (“futurólogos” se llaman hoy a sí mismos, por aquello de que hoy vende más la ciencia que las artes ocultas) saben que una predicción es tanto más fácil de “cumplirse” cuanto más ambigua y perjudicial sea. Si se predice algo concreto las posibilidades de “acertar” son mucho menores que cuando se “adivina” algo que puede referirse a distintos acontecimientos diferentes. Si se vaticina algo agradable caerá pronto en el olvido. Sólo guardamos un recuerdo duradero si nos causa fuerte impresión. Se logra más fácilmente un fuerte impacto si se consigue atemorizar. Por otra parte, un acontecimiento agradable difícilmente lo relacionaremos con una predicción, salvo que ésta sea extemadamente concreta y atinada, sino, simplente, a la suerte. Además somos poco dados a reconocer que, habitualmente, nos suceden cosas positivas –como el mero transcurso de la vida, que tomamos como algo a lo que tenemos derecho, sin más– sino que, como ocurre con los telediarios, prestamos más atención a las desgracias. Si alguien nos pronostica que vamos a ser felices tendremos miles de ocasiones, durante toda la vida, para comprobar, si es que lo recordamos, que el pronóstico era erróneo. En cambio, si se nos predice la infelicidad, cada dos por tres nos preguntaremos si no cargamos con un mal fario. Las gitanas saben que las maldiciones se “cumplen” mucho mejor que los buenos auspicios. Por ejemplo, si en medio de una escenificación con suficiente teatralidad, y la persona es lo bastante propensa como para causarle honda impresión, predecimos que se partirá una pierna bajando unas escaleras, es probable que ponga tanto cuidado, tanto miedo, al bajarlas, que, quizás, termine por agarrotarse y tropezar, cuándo, si hubiera actuado automáticamente, sin un cuidado especial, no habría pasado nada. Incluso si no llega a partirse la pierna, se la parte de otro modo, o tiene cualquier otro tropiezo, todo lo cual puede ocurrir cotidianamente (como ocurren terremotos, inundaciones, guerras y otras catástrofes) una persona suficientemente impresionable alegará que ha habido “cumplimiento parcial” y no total desacierto. Es posible que la frase final de la profecía atribuida a San Malaquías buscase ese fin de impresionar y atemorizar, tanto si existía en su versión inicial como si fue añadida posteriormente, haciendo creer en su autenticidad y concitando una con ducta, entre quienes tuvieran influencia en ello, que colaborase a su autocumplimiento. De ser ciertas las conclusiones de Menestrier, el objetivo sería el nombramiento del cardenal Simoncelli como Papa. El problema es que una vez puesta en marcha la profecía, pudo contar con partidarios que, creyeran o no en ella, considerasen más conveniente que no pudiera ser negada.
Profecía autocumplida es aquella que su solo enunciado predispone las condiciones para su cumplimiento. Hay ejemplos hasta en la ciencia económica. John Keynes es, sin duda, el más grande economista de este siglo, lo que no significa que sea infalible, o que sus teorías no puedan criticarse o mejorarse. Es así porque, entre otras cosas, la economía es una ciencia de la conducta, y no una ciencia exacta. Algunos creen que lo es, erróneamente –aunque resultaría muy beneficioso–, sorprendiéndose infantilmente cuando sus predicciones fallan. Al variar los comportamientos o sus condicionantes políticos, jurídicos o sociológicos, la teoría eco­nómica debe variar. Debe actualizarse y avanzar, más que sacar del baúl otras anteriores, ya rechazadas, como quiso hacer Reagan con Friedman y sus neocuantitativistas. Teoría y realidad deben evolucionar paralelamente, si se quiere predecir la realidad, y no gráficos o fórmulas. Cuando esto no es así, estos medios para simplificar la realidad, no representan más que su propia abstracción.
Keynes era conocido como un gran y atinado jugador en Bolsa, que siempre acertaba en sus pronósticos, lo que le ha dado una aureola de ser el  único gran economista “práctico”. Ciertamente, ganó millones utilizando sus conocimientos de economista en la Bolsa, pero la verdad es que, tanto Keynes como sus biógrafos y economistas en general, se han obstinado en ocultar, que sus “aciertos” eran consecuencia de la información que obtenía en los muchos comités consultivos, de carácter oficial o semioficial, de los que formó parte; también charlas de pasillo y almuer­zos de trabajo con tales interlocutores. Por tanto, el gran jugador de Bolsa, en realidad, se guiaba de “chivatazos”, datos secretos o indis­creciones que, éticamente, no debió utilizar nunca en su provecho. Los chivatazos no siempre se cumplen, porque hay negocios que no llegan a fraguar, pues las condiciones económicas o de mercado, o las personas encargadas de tomar las decisiones, pueden cambiar sor­prendentemente. También hay veces que se lanzan infor­mes falsos, bien para sacar algún provecho de ello, bien para castigar a los chivatos deshonestos. Cuando Keynes se veía atrapado en algún chivatazo erróneo, enviaba un artículo o hacía unas declaraciones a algún prestigioso diario –que se alegraba enormemente de publicar algo de Keynes– en donde insinuaba que tal valor iba a subir de cotización, realizar un gran negocio, fusionarse ventajosamente, o, simplemente, ir en él, o contaba el chivatazo, que ya sabía que era falso. Como todos consideraban que Keynes acertaba siempre, inmediata­mente aumentaban las órdenes de compra y disminuían las de venta de tal valor. Así, subía su cotización, volviendo a aumentar la fama de certero del bolsista Keynes, que podía vender sus títulos, saliendo con benefi­cios de la trampa en que estaba sumido. Esto es una profecía autocumplida técnicamente pura.
De cualquier forma, demostrar que la profecía de San Malaquías se ha cumplido o no es una cuestión de fe: siempre se pueden encontrar ar­gumentos en favor o en contra. Además, muchos están más relacionados con la credibilidad en cualquier tipo de vaticinios o en la posibilidad de que éstos puedan siquiera hacerse, que en la contrastación objetiva de la misma. Mi recomendación es que, quienes tengan tendencia a preocuparse por el porvenir, mas que escrutar signos premonitorios, re-flexionen en manos de quiénes anda el mundo, nuestro futuro, y si esta situación o dichas personas son mejorables. Y no son las armas termonucleares o de neutrones, químicas o microbiológicas (por ejemplo, el Antrax, capaz de acabar con 70 millones de personas en el plazo de un mes, con síntomas similares a los “síndrome de la colza”) los únicos peligros que nos acechan. Se está investigando con levaduras “comelotodo”, que podrían solucionar los problemas del hambre y del reciclaje de residuos, pero que, si escaparan de sus criaderos herméticos de cultivo, podrían ser prácticamente exterminantes[13]. Se investiga sobre la fusión nuclear, que podría solucionar cualquier problema energético, pero hoy sabemos que el bombardeo iónico acaba resquebrajando finalmente cualquier tipo de material. ¿Que ocurriría si dicho material es el que encierra hidrógeno radioactivo, que emite radiaciones iónicas, a una presión de 15 millones de atmósferas y a una temperatura de 15 millones de grados –condiciones necesarias para su fusión en helio– refrigerado por el tóxico y explosivo sodio líquido, también contaminado radiactivamente? Por la simple comodidad de untarnos lacas y desodorantes, y esparcir insecticidas y otros aerosoles, con una ligera presión de un pulsador, enviamos a la estratosfera miles de toneladas de gas freón al año. Este compuesto clorado que reacciona con el ozono que nos protege de los rayos cósmicos, viento solar y otras radiaciones ionizantes, ha conseguido abrir un inmenso agujero de tamaño continental, sobre la Antártida. Continúa creciendo, a pesar de la ocultación periodística, amenazándonos con un exterminio cancerígeno. Se fabrican inmensas cantidades de cianuro, que entre otras aplicaciones, se usa para extraer oro de las piritas auríferas: hace unos años un camión con 30 toneladas –capaces de matar a 30 millones de personas o miles de millones de peces– cayó al mar en Nueva Zelanda, y sus bidones habrán sido repartidos por todos los oceános por las corrientes marinas, hasta que, al oxidarse, expulsen su contenido mortal.
¿Conseguiremos convencer a los que hoy se mueren de hambre o están amenazados por ella, para que continúen muriéndose educadamente, sin resultarnos molestos o desagradables, ocultos y, a ser posible, alejados, sin tomar venganza contra los que nos comemos su comida o, peor aún, la usamos para lujos o para armas? ¿Hasta cuándo tendremos éxito al explicar a los desheredados que la violencia no es un método moral para “cambiar la suerte”? ¿Cuánta policía o ejército se llegará a necesitar para tenerlos a raya y a qué tendríamos que renunciar para mantener tales efectivos? ¿Cómo íbamos a asegurarnos de que no cambiasen de bando? Ante estos interrogantes, y otros como la desertización creciente, la alteración de las lluvias, el desequilibrio ecológico, la contaminación atmosférica y de las aguas, e incluso el riesgo radiactivo, aparecen secundarios.



Sevilla, 8 de febrero de 1988

Rafael Romero Luque




[1] En los momentos en los que se escribió esto se desconocía el paradero de Maurice Bishop. Finalmente, fue juzgado y condenado a muerte, pero eran tantas las irregularidades que tuvieron lugar en el juicio que Amnistía International solicitó le fuera conmutada la pena. Se conmutó por ¿20 años de prisión?
[2] A juzgar por la sucesión de acontecimientos, quizá la oferta de diálogo de Juan XXIII formaba parte de la estrategia inicial soviética.
[3] Lo que nos lleva a preguntarnos si estaban ya operativos los SAM. En cualquier caso, este acierto sobre aquel U-2 demuestra que su defensa antiaérea estaba bastante desarrollada.
[4] El 45% del territorio cultivable de Vietnam del Sur pertenecía al 2% de la población.
[5] A partir de los noventa, esto es mucho más evidente. Juan Pablo II elevó el rango de dicha Orden a Prelatura Personal del Papa y su correlación de fuerzas ha seguido mejorando en su favor, hasta ser dominante en la Curia y ser hoy la que más vocaciones genera en toda España, por ejemplo.
[6] Expiación es ‘arrojar las culpas de sí hacia otro’, exorcizar hacia otro, que es quien recibe el castigo. Los judios lo hacían enviando un cordero al desierto para que muriese, redimiendo así los pecados que en él se habían “depositado”. Si volvía sano significaba el perdón de Dios, sin necesidad de castigo.
[7] En este arbitraje quizás resulte más comprensible la aceptación del martirio: si la catástrofe final estaba tan cerca, menos cruel resultaría el suplicio que los horrores que profetizaba San Juan.
[8] El apocalipsis habla de un terremoto, pero diruetur podría referirse a inundación o a revolución. Ésta es un término relacionado con el signo Acuario en el Zodiaco y con el agua en las profecías de Nostradamus.
[9] Esta corriente deja poco margen a la libertad humana. El hombre, entonces, no sería responsable por sus actos. Papas, sacerdotes e inquisiciones serían innecesarios. Los castigos, divinos y humanos, simplemente, no tendrían sentido.
[10] También es cierto que el que se indica al final de los lemas pudiera proceder de autor distinto al resto de la profecía y fuera añadido posteriormente.
[11] Savonarola asustaba con el fin del mundo y predicaba la pobreza evangélica, atacando la impiedad y lujos del clero y otras élites, hasta que fue condenado a la hogera, en 1498.
[12] El hallazgo de Panvinio es descubierto por Weingarten en una época en que la Iglesia estaba siendo ferozmente atacada por todas las fuerzas progresistas.
[13] Son monstruos producidos artificialmente por biotecnia, desconociéndose, por ahora, la forma de acabar con ellos.


 [n1]No se encuentra nada parecido en Internet.
 [RRL2]Según Wikipedia, solo Fue gobernador de las ciudades de Rieti (1718) y Fano (1721).
 [RRL3]Dudoso.
 [RRL4]Bismarck nunca militó en este partido, pero fue un apoyo importante. Cabría precisar que este partido conservador ya no existía como tal cuando Hitler se hizo con el poder y cuando convocó el Congreso del Partido del Imperio (Reichsparteitag), no se planteó resucitar ese régimen multipartito, sino apropiarse de aquella idea antigua de la Gran Alemania.

1 comentario:

  1. Si te gusta la Historia, desde el enfoque crítico, te recomiendo la "Historia de la Democracia en España", que puedes leer en http://raromerol.wordpress.com

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